El comedor estaba a la luz de las velas y olía a la cena que Vincent había preparado con tanto esmero. Llevaba su mejor traje, con una patética sonrisa suplicante dibujada en el rostro. Nadie diría que era el mismo cabrón frío que le había dado la espalda a su propio hijo tan solo ayer.—Isabella, mi amor —me acercó la silla, con fingida caballerosidad—. Creo que tenemos que hablar.Tomé asiento, observándolo moverse alrededor de la mesa. El idiota de verdad creía que seguía teniendo el control, que la crisis había terminado.—Pareces satisfecho contigo mismo, Vincent —dije, tomando un pequeño sorbo de vino. Mi voz sonaba serena.—Por supuesto. Porque por fin podemos empezar de cero —se sentó frente a mí, con un brillo intrigante en los ojos—. Isabella, tengo que ser sincero contigo. Sobre Carmen... lo admito, me conquistó. A un hombre le mueve el suelo algo nuevo, ¿sabes?—¿Algo nuevo? —repetí las palabras, con una fría sonrisa en los labios.—Sí, algo nuevo. Llevamos tres años
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