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Capítulo 03

Author: María Luisa Bombal
Benjamín no volvió esa noche.

Solo a las doce en punto, Valeria recibió un mensaje breve:

"Estoy en la oficina, un poco ocupado. Cuídate, ¿sí?"

Valeria miró la pantalla. ¿Eso era todo?

Una frase vacía que sonaba más a rutina que a preocupación.

Pero ella ya lo tenía claro: no iba a gastar sus últimos días en esa ciudad pensando en Julieta.

Antes de marcharse, aún tenía algo mucho más importante que hacer: cumplir el último deseo de su madre.

Cuando llegó a la empresa, lo primero que notó fue que todos la miraban con incomodidad.

—Dicen que ya salió el veredicto del proyecto Oasis… pero que no lo liderará la directora Santacruz.

—¿Qué? ¿Cómo que no? Si ese proyecto era suyo desde el principio. Si se entera, va a arder Troya.

—Parece que se lo dieron a una nueva… una que llegó esta mañana. Fue por votación en junta directiva.

Apenas notaron su presencia, los murmullos cesaron. Todos bajaron la cabeza y se escondieron tras las pantallas.

Valeria caminó hacia su escritorio.

Vacío. Sus cosas no estaban. Nada.

Antes de que pudiera preguntar, una voz suave la interrumpió por detrás.

—¿Valeria?

Ella se giró lentamente.

La mujer frente a ella tenía una figura esbelta, cabello negro lacio hasta la cintura y un vestido blanco inmaculado.

Rostro delicado, dulce… y unos ojos grandes y brillantes que recordaban a un cervatillo asustado.

Imposible no reconocerla.

Julieta Montalvo.

Julieta sonrió tímidamente, y sus orejas se tiñeron de rosa.

—Valeria, cuánto tiempo… Ahora seremos compañeras. Espero que podamos llevarnos bien.

Extendió la mano, mientras Valeria miraba primero esa sonrisa y luego su escritorio —el que una vez fue suyo.

Valeria golpeó la superficie con los nudillos.

—¿Qué está pasando aquí?

Julieta parpadeó con sorpresa y movió torpemente las manos en señas.

—Benja sabe que tengo alergia al polvo… así que me ofreció tu oficina. Pero si te molesta, lo podemos arreglar. Voy a hablar con él.

—No hace falta —respondió Valeria con frialdad.

¿Ahora resulta que por la alergia de Julieta, ella debía ceder su espacio? ¿Y su salud no contaba?

Julieta bajó la cabeza y sonrió con disimulo.

—Sabía que serías comprensiva. Pero no pienses mal de Benja. Él solo quiere ayudarte. Me pidió que viniera para darte apoyo con el proyecto, porque te veía muy agotada…

Valeria apretó los dedos hasta que dolieron, pero luego los soltó lentamente.

—Si fue decisión del señor Ortega, entonces, señorita Montalvo, espero que esté a la altura. No lo defraude.

Sin esperar respuesta, se dirigió a la oficina de Benjamín.

Empujó la puerta sin tocar.

Benjamín levantó la vista, y sus ojos se encontraron.

Pero ella no le habló. Sus ojos cayeron de inmediato sobre los papeles de su escritorio.

Los tomó.

Y en su mirada, Benjamín vio algo que no veía desde hace mucho: hielo.

—Valeria… —balbuceó él.

Ella bajó la mirada al documento.

Proyecto Oasis – Votación final:

Valeria Santacruz: 10 votos

Julieta Montalvo: 12 votos

Y la firma en la última casilla… era de Benjamín Ortega.

La más importante.

La que decidió todo.

Valeria sonrió con ironía.

Él, que decía amarla, había votado por otra.

Benjamín, inquieto, se acercó y le sostuvo el brazo con suavidad.

—Valeria… lo de incluir a Julieta en el proyecto fue decisión de los directivos. Yo no pude interferir, incluso siendo presidente. Quiero que entiendas mi posición.

Ella sólo sintió un sabor amargo subirle por la garganta.

Pero no gritó. No lloró. Solo se quedó en silencio, mirando al hombre que ya no reconocía.

—¿Y si te dijera que quiero terminar yo el proyecto Oasis?

Benjamín frunció el ceño con preocupación.

Le tomó las manos, las frotó con delicadeza.

—Sé cuánto significa para ti. Era el sueño de tu madre. Pero… lo importante es que se concrete. Y si ella nos ve desde arriba, estará feliz con el resultado, sin importar quién lo lidere.

Ella rió. Vacía.

Antes él habría hecho todo por cumplirle un capricho. Ahora ni siquiera le concedía un último deseo.

—¿Entonces si da igual quién lo haga, por qué no yo? Mi propuesta no tiene nada que envidiar a la de Julieta.

Benjamín vaciló.

Sus dedos acariciaron su mano como si eso pudiera consolarla.

—Julieta acaba de volver. No tiene experiencia reciente ni un currículum fuerte. Y sus padres están muy mal de salud…

Tú siempre has sido generosa. ¿Verdad que lo entiendes?

Valeria casi se rio.

¿Así justificaba ahora su traición?

¿Le preocupaba la alergia de Julieta pero olvidaba que ella —Valeria— podía ahogarse si inhalaba polvo?

Benjamín percibió su quietud. No era buena señal.

Intentó suavizar el momento:

—Mira… si te parece, puedo compensarte.

—Olvídalo. Acabas de asumir el cargo y todavía no tienes el control real en la empresa. Hay muchos accionistas, no depende solo de ti.

Ella fingió ser comprensiva, retirando suavemente su mano de la suya, con un tono que dejaba entrever cierto cansancio.

Cuando alguien deja de amarte, puede encontrar miles de excusas para convencerse de que hace lo correcto.

Aunque una se humille rogándole, eso no cambiará nada.

Él ya no le daría ese proyecto.

Y si así eran las cosas, ¿para qué seguir insistiendo?

Benjamín pensó que ya había logrado calmar a Valeria, y respiró aliviado.

—Mira… ¿te acuerdas de ese collar de la subasta, “Corazón Eterno”, el que tanto te gustaba? En unos días será la puja. Yo te lo voy a comprar.

Valeria lo miró sin emoción.

—Dicen que es carísimo.

—Si tú lo quieres, lo vale todo.

Él sonrió, tocando su mejilla con ternura, e inclinó el rostro para besarla.

Pero entonces la puerta se abrió.

Julieta apareció, tímida y recatada.

—Señor Ortega… la junta ya comenzó. Lo están esperando.

Benjamín retiró su mano de inmediato.

—Voy.

Julieta caminó hasta ellos y, con tono débil, dijo:

—Si este proyecto causa tensión entre ustedes, puedo renunciar a él. No quiero que me odies, Valeria. De verdad puedo apartarme.

Valeria bajó la mirada a la mano de Julieta…

Esa mano que agarraba el saco de Benjamín.

Él nunca había dejado que otra mujer lo tocara así.

Pero ahora ni se inmutó.

Julieta soltó su mano de inmediato, fingiendo pudor.

Benjamín aclaró la garganta:

—Valeria ya aceptó. No es una persona rencorosa.

Se giró hacia ella:

—Después de la reunión te paso a buscar. Vamos a cenar a ese restaurante francés que tanto te gusta.

Y sin más, salió del despacho… con Julieta a su lado.

Cuando la puerta se cerró, Valeria tomó el plan de Julieta que estaba sobre el escritorio.

Lo hojeó sin interés… y de repente soltó una carcajada amarga.

Había errores ortográficos.

Ni siquiera los había corregido.

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