Tal vez porque se sintió humillada, Mara ya no mantuvo la fachada y mostró sus verdaderas intenciones. —Soy tu mayor, ¿con qué derecho me cuestionas de esa manera? ¿Y qué si es la verdad? Yo lo parí, ¡y podía hacer con él lo que me diera la gana! ¡Hoy tienen que darme todo lo que le pertenecía a mi hijo de todos modos!Sin dudarlo, Celia le dio una cachetada a la anciana despreciable. El golpe fue tan repentino que casi nadie logró reaccionar.—¡Celia! ¿¡Estás loca o qué!? —La fulminó Paco.—Sí, estoy loca.Dicho esto, Celia sacó un cuchillo de cocina y se lo apuntó sonriendo.—El que se atreva a acercarse, ¡lo apuñalo!Paco palideció por el miedo.—Celia, podemos hablar del tema con calma. No es para tanto, ¿cierto?—¿Le tienes miedo a una miserable mocosa? —Ada no creía en amenazas—. ¿Acaso se atrevería a apuñalarme?—Tía Ada, ¿se ha olvidado de mi profesión? —Celia sonrió con un aura siniestra, jugueteando con el cuchillo con destreza—. Soy doctora. Puedo asegurarme de que experime
Después de completar los respectivos trámites funerarios de Fabio, Celia quiso acompañar a Rosa a casa. Al pie del hospital, se encontró con Alfredo, quien bajó del auto y se acercó a ellas con un semblante grave.—Me enteré de lo que pasó.Celia quedó aturdida por unos minutos, sin poder pronunciar ninguna palabra. Alfredo se inclinó hacia Rosa y la consoló con suavidad.—Señora, el señor Sánchez descansará en paz.Rosa agradeció mecánicamente. Su mirada era vacía, sin vida, como si solo le quedara un cuerpo vacío sin corazón.—Alfredo —Celia habló con voz ronca—, ahora necesito llevar a mi mamá a casa.—Con el estado en que estás, no me siento tranquilo si las dejo solas. Las llevo de vuelta a casa. —Se ofreció Alfredo.Celia lo miró y aceptó su oferta.—Gracias.Alfredo las llevó a casa en auto. Sin querer, una vecina de Rosa, al ver la escena y sin conocer la desgracia recién sucedida, pensó que Alfredo era el esposo de Celia y le gritó a Rosa:—¡Ay, Rosa! ¿Vino a verte tu yerno?A
Al recibir la terrible noticia, Celia se dirigió directo a la morgue del hospital. Al entrar, vio a Rosa, pálida, custodiando junto al refrigerador. Por más que los médicos intentaban persuadirla, se negaba a moverse.—Doctora Sánchez, es su familiar. Quizás usted pueda convencerla.Los médicos presentes miraron a Celia con compasión.Después de que los médicos se fueran, Celia caminó paso a paso hacia el refrigerador. Al ver al hombre de mediana edad que estaba adentro, quien tenía ese rostro tan familiar que le provocaba amor y odio a la vez, apenas pudo contenerse.Había visto miles de muertos antes. En el hospital, cada día morían muchas personas por enfermedades, accidentes o porque los esfuerzos de reanimación fallaban. Pero ver a un familiar muerto ante sus ojos era una experiencia y un impacto completamente diferentes.El corazón de Celia palpitaba de forma agitada. Tenía que inhalar profundo para calmarse, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.—Mamá, ¿qué ocurrió? Es
En el instante en que Óscar se cayó de la azotea, tanto los transeúntes como los clientes de la cafetería se asustaron.—¡El niño...! ¡Un niño se cayó del segundo piso!Mientras los transeúntes llamaban a los servicios de emergencia y se acercaban estupefactos a revisar el estado del niño, Sira salió corriendo de la cafetería como una loca.—¡Mi hijo! —lo llamó histéricamente.Irrumpió enloquecida entre la multitud, abrazó a Óscar y lloró desconsolada.—Lo siento… mi hijo, no pude protegerte…Cuando Fabio y Rosa bajaron corriendo, Sira, con los ojos enrojecidos, los acusó enfurecida.—¡Son ellos! ¡Ellos tiraron a mi hijo de la azotea!Los transeúntes de inmediato los culparon.—¡Qué tipos tan malvados! ¡Incluso lastimaron a un niño de manera tan cruel!—¡Son unas completas bestias!Frente a la indignación de la gente alrededor, Fabio, exasperado, les gritó:—¡Qué disparate es ese! ¡Ella misma fue quien tiró al niño!—¡Exacto! Fue ella misma quien lo empujó. ¡Esto no tiene nada que ver
Fabio estaba furioso. Juró que no iba a dejar tranquilo a quien había inventado esos chismes. Pero al ver que la cita sería en Villa Serenidad, quedó pensativo.Rosa le quitó el celular para revisar también el mensaje.—¿Villa Serenidad? Es la casa de… —Al instante se sorprendió Rosa.De golpe, la expresión de Fabio se ensombreció. —¡Voy a ver quién se atrevió a armar este lío!Rosa, que conocía bien el temperamento de su esposo, temía que le pasara algo malo, así que se apresuró a seguirlo.Tomaron un taxi y pronto llegaron a Villa Serenidad. Tan solo al bajar, recibieron otro mensaje: la persona los esperaba en la segunda planta de la cafetería junto a las tiendas afuera.Rosa y Fabio entraron a paso largo en la cafetería, subieron a la terraza y en la azotea al aire libre vieron a una joven madre con su pequeño hijo, los únicos clientes en la azotea. Rosa clavó la mirada en la mujer, intuyendo vagamente su identidad.Fabio se acercó y la interrogó:—¿Tú me enviaste el mensaje?—Exa
Celia intentó con todas sus fuerzas liberar su mano, pero no pudo. Después de esfuerzos en vano, terminó por reírse con ironía.—César, ¿acaso no fuiste tú quien me pidió que mantuviera la distancia contigo para que nadie malinterpretara nuestra relación? ¿Qué pasa? ¿Incluso olvidaste tus propias palabras?César tragó saliva. Era cierto que le había dicho eso. Él pensó que a ella tampoco eso le importaba...Sin darse cuenta, la mano de César que sujetaba su muñeca se aflojó un poco.—Qué buena memoria tienes.—Sí, tengo buena memoria para algunas cosas. Tú ya las olvidaste, pero yo nunca podré.Celia se soltó de una vez con fuerza, insinuando algo con esas palabras.De hecho, lo había puesto a prueba numerosas veces, pero la respuesta de César siempre era el silencio. Ese período también había sido una verdadera pesadilla para él. El olvido podía ser el mejor resultado…Con una sonrisa indiferente, Celia le sonrió.—Está bien que sigamos como antes, cada uno por su lado. En cuanto a lo