Cuando al fin ella se rindió, él se enamoró

Cuando al fin ella se rindió, él se enamoró

By:  VioletaUpdated just now
Language: Spanish
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Tres meses antes del divorcio, Celia Sánchez presentó su solicitud de traslado de trabajo. Un mes antes, le envió el acuerdo de divorcio a César Herrera. Tres días antes, sacó todas sus pertenencias de su casa compartida y se mudó de allí. *** Tuvieron un matrimonio de seis años, pero cuando César apareció ante ella con su primer amor y su hijo, pidiéndole que el niño lo llamara "papá", Celia finalmente comprendió la realidad: si él la había hecho sufrir una y otra vez a causa de su actitud parcial hacia esa mujer y a su hijo. Además, César la consideraba como la verdadera "amante" y eso le daba vergüenza, entonces debía poner fin a ese matrimonio para que él pudiera quedarse con su primer amor para siempre. Sin embargo, cuando ella desapareció de su vida, él se volvió loco. Ella creía que César se casaría con su amor, como había supuesto, sin saber que ese hombre poderoso lloraría frente a los medios, suplicándole humildemente su amor. —Nunca he sido infiel, ni tengo ningún hijo bastardo. Solo tengo una esposa que ya no me ama. Se llama Celia Sánchez, ¡y la extraño mucho!

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Chapter 1

Capítulo 1

—Celia, ¿ya lo decidiste? ¿En serio quieres solicitar tu traslado al Clínica Santa María?

El director de la clínica, Samuel López, la miraba con incredulidad, sosteniendo en la mano la solicitud de traslado de trabajo de Celia.

Ella bajó levemente la mirada, dejando escapar una sonrisa amarga.

—Sí, ya lo he decidido.

Al ver su actitud determinada, Samuel suspiró, pero al final firmó la solicitud.

Apenas salió de la oficina del director, Celia se encontró con César en el pasillo. Luego, vio a Sira Núñez, quien se vestía con una bata blanca de médica, acompañada de su hijo, Óscar Núñez.

Se detuvo bruscamente al ver tal "bonita escena" porque los tres parecían una verdadera familia; Sira caminaba al lado de César, sosteniendo la mano de su hijo, mientras el niño tomaba la mano de César con una radiante sonrisa.

Dicha escena le causó tristeza e incomodidad a Celia. César los trataba con tanta paciencia y ternura, pero ella nunca tuvo la oportunidad de disfrutar de todo eso.

Sabía que él la odiaba. Sira fue su primer amor, pero Celia logró casarse con él tras un trato especial con su abuela. Solo después del matrimonio, se enteró de que ellos habían roto. Por lo tanto, para César, ella era una malvada que se convirtió en su esposa valiéndose de sucias artimañas y aprovechando su debilidad.

Sin embargo, él nunca sabría que ella lo conoció antes que Sira, pero lamentablemente, él la había olvidado.

Celia creía que, si ella se casaba con él, este la recordaría de nuevo. Y de esta manera, podría cambiar la indiferente actitud de él.

No obstante, dicho pensamiento era un error. Él la odiaba, ¿cómo era posible que la amara? Si él tuviera algo de amor hacia ella, no habría declarado a todos que seguía siendo soltero después del matrimonio, ni habría tampoco pretendido no conocerla.

—¿Doctora Sánchez? —Sira la vio y la saludó.

Al mismo tiempo, César se puso serio, clavando su mirada en Celia, como si temiera que ella revelara su vínculo.

Celia sintió un ataque de dolor en el corazón por su indiferencia, pero de inmediato recuperó la calma y reaccionó.

—Buenos días, doctora Núñez y a usted señor Herrera.

Hacía poco César había invertido en el Clínica Central y ahora era uno de los accionistas. Celia sabía que él no lo hizo por ella, sino por Sira.

Poco después del regreso al país de Sira, él le dio un trabajo en la clínica. Era una recién llegada, pero consiguió fácilmente el puesto de directora de cirugía. Todo el mundo entendía que su respaldo era César. Además, en cuanto a los rumores en la clínica, los cuales decían que él era su novio, César nunca había dado una explicación.

Sira tomó muy naturalmente el brazo de César y le respondió:

—Encantada, doctora Sánchez. Has trabajado más tiempo en la clínica, pero yo acabo de empezar mi trabajo aquí. Apreciaré mucho de su ayuda.

Antes de que Celia le respondiera, el niño abrazó a César y le pidió:

—Papá, ya estoy muy cansado. ¿Me cargas un poquito, por favor?

Al escucharlo, ella se puso tensa. ¿El niño acaso lo había llamado papá?

Sira puso cara de enojo y lo regañó:

—Osqui, ¿¡cómo se te ocurre a llamarlo así!?

Dicho esto, se disculpó con César mirándolo con fingidas disculpas.

—Perdón, César, es solo una broma de Óscar.

César le echó un vistazo a Celia. Sin mostrar rastro alguno de ira, levantó con suavidad a Óscar y le dijo a Sira:

—No te preocupes.

—¡Me encanta quedarme con papá César! —Dijo Óscar aferrándose al cuello de César. —¡Ojalá fuera mi papá de veras!

—¡Travieso! —Rio Sira dándole un coscorrón.

Celia apretó con fuerza los puños. En realidad, nunca había visto a César ser tan tierno y atento.

"Olvídalo, Celia. De todos modos, ni con fuego descongelarías un témpano de hielo como César. Así será el mejor resultado", pensó ella.

Se obligó a tragar toda esa amargura y pasó junto a los tres para entrar en el ascensor.

***

Celia no le informó a nadie que había presentado la solicitud de traslado de trabajo, ni se lo había dicho a César porque no le parecía necesario. Después de todo, tal vez a él no le interesaría su decisión.

Llegó a la casona de la familia Herrera en su auto, y tocó el timbre en la puerta. Pronto, la ama de llaves, Marina, abrió la puerta y la saludó.

—Señorita, buenos días.

—¿La abuela está en casa? —Celia le preguntó.

—Sí, pase usted por aquí, señorita. —Marina le mostraba mucho respeto cuando hablaba con ella.

La abuela de César, Valeria Muñoz, era la respetada matriarca de la familia. Tras el fallecimiento de su marido, ella tenía la máxima autoridad en decidir todos los asuntos de la familia.

Provenía del Sur, de una familia de magnates comerciales. Cuando era joven, tenía un carácter muy fuerte y decidido. Aunque su suegra no le caía bien, nunca se atrevió a causarle problemas.

Marina llevó a Celia a la sala de oración, donde Valeria se arrodillaba en un reclinatorio, con una cruz entre las manos.

—Señora, ha llegado la señorita Sánchez.

Valeria abrió los ojos y giró la cabeza para mirar a Celia.

—Ven aquí y siéntate.

Marina salió de la sala. Celia se arrodilló en el reclinatorio junto a la anciana y se persignó ante la escultura de Jesús.

Valeria era una devota católica. Siempre visitaba el convento para meditar, y a menudo se quedaba allí más de dos semanas.

—Abuela, deseo divorciarme de César.

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