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Capítulo 4

Autor: Bendición de Nube
—Recuerdo que el contrato que firmó con nuestra empresa estipula explícitamente que durante la colaboración su vida privada debe mantenerse intachable, sin novios permitidos —declaró Elena con frialdad—. Y usted lo ocultó. Por lo tanto, estoy en todo mi derecho de demandarla por incumplimiento.

Al oír esto, el color fue abandonando poco a poco el rostro de Laura, hasta quedar lívido, mientras sus hombros temblaban sin control.

Elena esbozó una sonrisa leve e hizo una seña a Clara, quien de inmediato intervino:

—Señorita Hernández, según lo establecido por la cláusula de incumplimiento, deberá indemnizar a nuestra empresa con cinco veces el valor del contrato. Eso asciende a treinta millones de dólares. Además, deberá ofrecer una disculpa pública y una aclaración en nombre de nuestra compañía.

Cada palabra golpeó a Laura como un martillo, dejándola aturdida.

“¡Treinta millones! ¡Ni vendiendo todo lo que tengo podría pagar esa cantidad!”, pensó Laura.

Algunos a su alrededor no pudieron contener la risa, y los cuchicheos se esparcieron. El rostro de Laura cambiaba de expresión como si llevara una máscara tras otra, casi ridículo.

Elena, con la mirada gélida, pasó junto a ella y murmuró con desdén:

—Señorita Hernández, se queda usted corta para enfrentarse a mí. Mejor preocúpese de cómo va a pagar la indemnización.

Al oírlo, el rostro de Laura se ensombreció de rabia, pero ella no tuvo el valor de replicar... Ni mucho menos de pagar la indemnización. ¿Qué podía hacer?

En ese momento, un revuelo en la entrada anunció la llegada de Luis.

Al verlo, a Laura se le iluminaron los ojos. Elena, por su parte, frunció el ceño: ella también lo había visto.

—Señorita Elena, ¿cree que Luis me ayudará? —Laura murmuró con sorna, como si ya tuviera la victoria asegurada—. ¡Qué ganas de verlo dejarla plantada de nuevo! ¡Será divertidísimo!

“La última vez, Luis la abandonó por un simple mensaje mío. Esta vez no será la excepción”, pensó Laura.

Con los ojos vidriosos y una expresión de vulnerabilidad, Laura tomó las manos de Elena. Mientras sorbió por la nariz, fingiendo más debilidad.

—Señorita Elena, lo siento, no debería haberle dicho esas cosas —dijo ella, conteniendo las lágrimas a propósito—. ¿Me perdona? Es que mi madre está enferma... necesito el dinero con urgencia. No puedo perder este trabajo...

A Elena le pareció ridículo. Tanta dramatización la estaba retratando como la típica villana de telenovela. Mientras Laura recurría incluso al chantaje emocional.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Luis, acercándose con el ceño fruncido.

Antes de que Elena pudiera hablar, Laura, con los ojos enrojecidos, se apresuró a intervenir:

—Lo siento, señor Martínez, fui yo... hice enojar a la señorita Elena. La culpa es toda mía...

Mientras decía esto, las lágrimas de Laura caían en silencio, dando una imagen de completa indefensión.

Elena miró a su marido y supo, en el fondo, que no debía esperar mucho.

Pero...

—Señorita Hernández —declaró Luis, situándose al lado de Elena—, su comportamiento hoy merece una explicación por parte de Aura Media.

La voz de Luis era firme, y su mirada, fija en Laura, se endureció:

—En cuanto a que haya insultado a mi esposa, si ya reconoce su falta, ¿por qué llora en lugar de disculparse?

La mirada de Elena se estremeció. De pronto, ella recordó cuando en el instituto la habían acosado y Luis se puso frente a ella con ese mismo tono para enfrentarse a aquellos matones.

La reprimenda, cortante y gélida, hizo que a Laura se le llenaran los ojos de lágrimas. Pero, ¿acaso no había sido siempre tan dulce con ella...?

—Lo... lamento —musitó Laura, mordiéndose los labios.

A Luis le dio lástima. Tomó a Elena por los hombros y dijo:

—Elenita, ya se ha disculpado. No pierdas el tiempo con ella. Vámonos.

Al oírlo, el breve destello de calidez que Elena había sentido en su corazón se apagó de golpe, empapado por un frío glacial.

“¿Conque para que yo deje en paz a Laura? Qué curioso. Pero yo no soy de las que se dejan pisotear. Laura pagará por haberme desafiado”, pensó Elena.

Elena apartó con indiferencia la mano de su marido y miró a Laura, que seguía sollozando.

—Si pides disculpas, que sea con sinceridad —dijo Elena—. El espectáculo que has montado hoy seguro que termina en internet. No vaya a ser que la malinterpreten y crean que fui yo la que te acosó. Por eso, primero publica un comunicado en tu Twitter.

“¿ ‘Malinterpreten’ ? ¡Vaya forma de burlarse de mí! ¿Y ahora un comunicado? ¡Para una artista, eso es fatal! Qué cruel es Elena.”, pensó Laura, con la rabia royéndola por dentro, y asintió con rigidez.

—Está bien, lo haré —contestó Laura.

Elena sonrió y añadió:

—Ah, y no se te olvide lo de la indemnización.

Dicho esto, Elena se volvió y se alejó sin dignarse a mirar la expresión de odio en el rostro de Laura. Luis vaciló un instante, pero al final salió tras ella. Laura se quedó paralizada, contemplando cómo Luis escogía a Elena.

—¡Maldita sea! —masculló Laura entre dientes.

Su asistente se acercó a consolarla y dijo:

—No te preocupes, Lauri. Ya encontraremos la forma de que pague por esto la próxima vez.

Laura se inclinó y susurró algo al oído de su asistente:

—Necesito que hagas esto...

***

Elena no tenía ánimos para el banquete, y para no aguar la fiesta a sus empleados, decidió no asistir y quedarse a solas. Luis la acompañó, sirviéndole uvas en la zona de buffet y pelándolas una a una. A Elena le entraron ganas de llorar.

Siempre le habían gustado las uvas, pero detestaba pelarlas. Y Luis, para que no le faltara vitamina C, se las pelaba siempre personalmente.

Elena recordó una vez en que un amigo de Luis se burló de él, diciendo que parecía una mujer, que no tenía actitud de hombre. Pero Luis se rió y respondió que para qué necesitaba parecer un machote delante de su mujer, y que lo único que importaba era que ella fuera feliz. Al pensarlo, a Elena se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Mi Elenita ha pasado un mal rato —dijo Luis, acariciándole el pelo con ternura—. En lo de Laura, te prometo que me aseguraré de que haya consecuencias.

La profundidad en los ojos de Luis parecía genuina, y su actitud al defenderla había sido real.

“Entonces, ¿por qué me fue infiel? ¿Y cómo es capaz de fingir tan bien? ”, pensó Elena.

Con el corazón destrozado, ella lo apartó suavemente y guardó silencio.

En ese momento, su secretario llamó a Luis para un asunto urgente. Él se disculpó, la abrazó con fuerza y le pidió:

—Espérame aquí, vuelvo en seguida.

—Vale —respondió Elena con una sonrisa tenue. Pero en cuanto él se marchó, sus ojos recuperaron al instante toda su frialdad.

***

Media hora después, Elena, que había comido mucha fruta, se dirigió al baño. Al doblar el pasillo, oyó al fondo unas voces burlonas:

—¡Deja de fingir, zorra! ¿Juegas a la santa ahora? ¡Suéltate y deja que te veamos!

—¡Y tú, maldita perra, crees que puedes compararte con Elena? ¡No vales ni uno de sus malditos cabellos!

Eran varios hombres claramente ebrios. Acosaban a Laura mientras soltaban un torrente de groserías.

Laura, con el rostro bañado en lágrimas, se había desplomado en el suelo, abrazándose las rodillas como un animalito asustado.

—Lo siento, me equivoqué, no volveré a enfrentarme a Elena —suplicaba ella—. Por favor, déjenme en paz...

Elena frunció el ceño, pero aun así sacó su teléfono y llamó a seguridad. Fuera como fuese, ella no podía permitir que un grupo de hombres acosara de una mujer. Mientras marcaba, un hombre apareció corriendo por el otro extremo del pasillo.

—¿Quién les ha dado el valor para tocarla? ¡¿Acaso no quieren seguir permaneciendo en Ciudad Imperial?! —Una voz inconfundible atrapó de inmediato la atención de Elena.

Elena alzó la vista y vio a Luis, que se abalanzó sobre el grupo con furia. Su primer puñetazo envió a uno de los ebrios contra la pared, y de una patada tumbó a otro.

—¡Perdone, señor Martínez, no la habíamos reconocido! ¡Perdónenos! —suplicaron los hombres, tambaleándose.

Luis le dio una patada en el muslo a uno de ellos y dijo:

—¡Fuera! ¡Y si vuelven a acercarse a ella, se arrepentirán!

Los hombres salieron huyendo, muertos de miedo.

Inmediatamente, Luis recogió a Laura del suelo.

—¿Estás bien? Dime, ¿te han hecho daño? —preguntó con evidente preocupación.

Laura se aferró a su cuello, rompiendo a llorar.

—¡Lluuuiis! ¡Qué susto! Menos mal que has venido... —dijo ella.

Él la meció con suavidad, acariciándole la espalda.

—Tranquila, ya pasó, ya estoy aquí... —la tranquilizó.

—Pensé... que como había hecho enojar a Elena, ya yo no te importaría —dijo Laura, con voz quebrada por el llanto.

—Tonta, ¿cómo se te ocurre? Delante de Elena no podía protegerte, lo siento, ¿vale? —murmuró él, con un tono que destilaba compasión—.Venga, no llores más, que me duele verte así.

Al observar esto, el teléfono se le cayó al suelo con un golpe seco y el rostro de Elena estaba ya bañado en lágrimas silenciosas...

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