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Capítulo 3

Autor: Bendición de Nube
—No es nada —respondió Elena, cerrando la tapa de su bolígrafo con calma—. Llevo la cuenta porque... ¿el mes que viene es nuestro aniversario de boda, no? Para entonces, no te olvides de abrir el regalo que te preparé.

Ella le ajustó la corbata a Luis, pero en sus ojos bajos solo había indiferencia.

El corazón de Luis se derritió por completo, tomó sus manos suaves entre las suyas y sonrió.

—Tranquila, mi amor, lo tengo presente —respondió él—. Pienso en tu regalo todos los días y no veo la hora de tenerlo entre mis manos.

“¿Que no ve la hora?”, pensó Elena, esbozando una sonrisa irónica. De pronto, un aroma familiar le llegó, miró perpleja la bolsa que Luis sostenía y preguntó:

—¿Dulce de membrillo?

—¡Ja! Con razón tienes ese dulce de membrillo —dijo Luis riendo mientras le pellizcaba suavemente la nariz, y acto seguido le pasó la bolsa—. Toma, cómetelos.

Elena siempre había adorado aquel dulce. En el pasado, Luis, el joven heredero, solía hacer colas interminables para comprárselo. En aquellos tiempos, él bromeaba diciendo que Elena era fácil de satisfacerse.

Ella, en cambio, solía responder a Luis entre risas que, como lo quería, no le daba importancia a esas cosas.

Elena guardó silencio un momento y tomó la bolsa del dulce de membrillo. Al probarlo, confirmó que tenía el mismo sabor de siempre: dulce, pero sin empalagar.

Luis la observó un largo rato antes de hablar:

—Elenita, respecto al vestido que te gustó ayer... resulta que otra cliente ya lo había reservado. La dependiente se equivocó. Te compraré otro, ¿vale?

Elena hizo una pausa. El dulce en su boca parecía haber perdido todo sabor de repente.

“Al final”, pensó Elena, con un nudo en la garganta, “todo en la vida tiene un precio oculto. Otra vez está usando lo que a mí me gusta para consentir a su amante.”

—Bien —respondió Elena, conteniendo la opresión en el pecho.

“Renunciaba al vestido. Y a él, también”, se dijo ella, con un nudo de amargura en la garganta.

***

A la mañana siguiente, lunes, Elena llegó a la oficina y su asistente Clara Moreno se acercó a toda prisa, con una noticia explosiva.

Elena la sostuvo del brazo y preguntó:

—¿Qué ocurre? ¿A qué viene este nerviosismo?

—Señorita Elena, ¡es terrible! —exclamó Clara, con el rostro desencajado por la preocupación.

***

Elena irrumpió en el despacho del presidente con pasos rápidos y decididos. Arrojó los documentos sobre el escritorio de Luis con un golpe seco.

—Luis, ¿piensas cambiar a la modelo que yo seleccioné? ¿Algo tan importante y ni siquiera me lo consultas? —dijo ella con enojo.

Una punzada de injusticia le atravesó el pecho a Elena al ver su dedicado trabajo siendo alterado con tanta ligereza.

Luis dejó a un lado los documentos y, al verla tan alterada, se acercó de inmediato. La envolvió en sus brazos y comenzó a acariciarle la espalda con suavidad.

—Cálmate, mi vida, no es bueno para tu salud —murmuró él en un tono conciliador—. He sido un insensato por no hablarlo antes contigo. Pero es que la modelo que elegiste tiene ciertos... problemas en su vida privada. No nos queda más opción que sustituirla.

Al decir esto, Luis le tendió a Elena el informe que descansaba sobre el escritorio.

Tras leerlo, la ira de Elena se apaciguó ligeramente.

—¿Y a quién has elegido entonces? —preguntó ella.

—A Laura Hernández, una artista de Aura Media. Está teniendo mucho éxito en las redes últimamente. De hecho, es la misma chica con la que nos cruzamos ayer en la boutique de lujo. Vaya casualidad, ¿no? —respondió Luis.

De repente, Elena se quedó paralizada, como si acabaran de asestarle un golpe contundente en la cabeza. Lo miró sin poder creerlo.

—El equipo de estudio de mercado ya ha hecho un análisis —trató de calmarla Luis—.Después de analizar todos los factores, Laura resulta ser la opción más adecuada para representar nuestro nuevo producto. ¿Tú qué opinas?

Elena sentía la garganta como si estuviera rellena de piedras; le dolía horriblemente. No podía creer que Luis pretendiera poner a Laura como imagen de un producto en el que ella había volcado su alma.

—¿Y si digo que no me parece adecuada? ¿Cambiarías de opinión? —preguntó Elena.

Luis vaciló. Era evidente que estaba debatiéndose entre Elena y Laura.

Elena sonrió con amargura, lo apartó con frialdad y dijo:

—Da igual.

Sus palabras gélidas hicieron que Luis se quedara paralizado. Aunque en el pasado habían tenido desacuerdos, jamás habían recurrido a gritos o al silencio como castigo. Sin embargo, esta vez, la frase de Elena le dejó una profunda inquietud en el pecho.

—¡Elenita! —gritó Luis, y salió corriendo tras ella, pero ya era demasiado tarde: Elena había entrado en el ascensor. Luis frunció el ceño, preocupado, y de pronto lamentó haber accedido a la petición de Laura la noche anterior.

—Luis… —murmuró Laura con voz seductora.

De inmediato, Luis sintió unos brazos que lo rodeaban por detrás con suavidad. Era Laura, que empezaba a provocarlo con descaro.

A Luis le invadió una sensación de malestar, pero aun así, sin ser del todo sincero, le dio un beso rápido en la frente.

—Sé buena, ¿no te he dicho que está prohibido que nos relacionemos en público? Vete a casa ahora mismo —dijo él.

Laura, con el corazón apretado por los celos, musitó:

—Lo siento, es que hoy te echaba tanto de menos... que no pude evitar venir a verte. La próxima vez no lo haré...

—Buena chica —dijo Luis, bastante satisfecho. Su corazón se le suavizó al instante, le dio otro beso rápido y se marchó.

Laura, obedientemente, no insistió. Después de todo, no quería parecer una mujer problemática; a los hombres les gustan las que saben cuándo ceder. Sin embargo, la rabia seguía allí, enquistada. “Elena”, pensó ella, con el ceño fruncido, “te haré pagar por esto.”

***

De vuelta en su oficina, Elena se concentraba en unos bocetos de joyas, preparándose con esmero para el concurso de diseño del mes próximo.

De pronto, la puerta se abrió. Era Luis, que llevaba en las manos una caja elegante. Dentro estaba el conjunto de joyas que ella había admirado hacía poco.

Al verlo acercarse, Elena abrió rápidamente un cajón y guardó los bocetos.

Luis le masajeó los hombros mientras se disculpaba en un tono bajo y cariñoso:

—Elenita, he sido un insensato. No estés enfadada conmigo, ¿vale?

Elena frunció el ceño y apartó su mano, demasiado agotada para seguir fingiendo.

“Que haga lo que le dé la gana”, pensó. “Al fin y al cabo, pronto me iré”.

—Ya no estoy enfadada —dijo con voz serena, aunque sus ojos seguían siendo de hielo—. No es nada. Vuelve a tu oficina.

Lejos de sentirse aliviado, a Luis le invadió una sensación de vacío. Antes, con cualquier regalo —por pequeño que fuera, incluso una simple rosa—, Elena respondía con aquellas muestras de alegría... Ahora, en cambio, su rostro ya solo recibía sus detalles con frialdad.

Luis, desconcertado, iba a decir algo cuando su asistente llegó para recordarle una reunión. No le quedó más remedio que marcharse.

En cuanto se fue, Elena llamó a una tienda de reventa de artículos de lujo:

—Quiero vender un conjunto de joyas. Done las ganancias a una planta de reciclaje de basura.

Al otro lado de la línea, el dueño de la tienda enmudeció.

Elena acababa de colgar cuando sonó el teléfono interno.

—Señorita Elena —anunció la voz al otro lado—, hay una cenita de bienvenida para la nueva modelo a las ocho en el Hotel La Perla. Para darle la bienvenida, ya sabe.

Elena detuvo un instante sus manos sobre los documentos.

—Vale —respondió.

Aunque sentía absoluto desprecio por Laura, Elena asistiría a aquella cena de bienvenida. Era una cuestión de profesionalidad hacia el departamento de marketing.

***

A las ocho de la noche, Elena llegó al Hotel La Perla con un elegante conjunto blanco. Nada más entrar en el salón, su mirada fue directamente hacia Laura, quien lucía un vestido fastuoso y estaba rodeada de un círculo de personas. Era, precisamente, el mismo vestido que ella había querido.

Aunque Elena sabía que Luis regalaba a su amante todo lo que a ella le gustaba, y aunque su corazón ya se había quebrado incontables veces, verlo con sus propios ojos le provocó un dolor punzante, como una herida reabierta.

Laura también vio a Elena y le dirigió una sonrisa radiante, como diciendo: “Mira, Luis me quiere a mí. Tú no estás a mi altura”.

—Laura, ¡qué vestido tan deslumbrante! —comentó una voz entre la multitud—. He oído que cuesta una auténtica fortuna.

—¡Dios mío! ¿Quién te hizo un regalo tan generoso? —intervino otra, mientras el grupo intercambiaba miradas cómplices.

—...

Entre las bromas de todos, Laura sonrió con falsa modestia. Y, mirando directamente a Elena, dijo:

—Me lo compró mi novio. Le dije que no hacía falta, pero él insistió. Dijo que este vestido solo luce bien conmigo.

—Nadie... puede...superarme —alargó deliberadamente cada sílaba, clavando en Elena una mirada llena de desafío absoluto.

—¡Tu novio sí que te consiente! —exclamó una voz—. Un vestido que cuesta una fortuna y lo compra sin pestañear. Casi hace sombra al señor Martínez con la señorita Elena.

—¡Ya lo creo! —corroboró otra.

Elena permaneció impasible, aunque con los dedos ocultos a los lados apretados con tanta fuerza que las articulaciones palidecieron.

“Conque así de detallista y cariñoso era Luis con su amante...”, pensó, con un regusto amargo en la garganta.

—¿Ah, sí? ¿Novio? —preguntó Elena. Su voz cortó el aire como un cuchillo mientras avanzaba, con una presencia que helaba la sangre.

A Laura le invadió una sensación de frío. Pero frente a su rival, jamás se daría por vencida.

—¡Claro! —respondió Laura, hiriendo a Elena justo donde más le dolía—.¡Ya no hablemos solo del vestido! Él siempre me prepara sorpresitas... ¡Ayer hasta me trajo dulce de membrillo! ¡Estaba para chuparse los dedos!

—¿Dulce de membrillo? Ah... —El pensamiento le golpeó como una ola de hielo—. ¿Así que Luis le daba a ella lo mismo que había compartido con su amante?

Su corazón se retorció como si lo estuvieran friendo en aceite hirviendo, para luego ser arrojado al suelo y pisoteada sin piedad. Era así como Luis había estado pisotando su corazón una y otra vez...

Laura miró a Elena con arrogancia, sus ojos brillaban con malicia... Bien merecido por esos aires de superioridad que se daba Elena antes.

Elena, de pronto, soltó una risa fría y la miró fijamente, con el ceño fruncido y una mirada cargada de desprecio.

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