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Capítulo 30

Autor: Juan Pérez Rodríguez
Justo cuando Inés guardaba con cuidado su documento recuperado, una mano más se extendió de pronto, intentando arrebatárselo.

Sobresaltada, apenas tuvo tiempo de reaccionar. Pero antes de que la alcanzaran, una silueta alta y fría se plantó frente a ella como un escudo impenetrable.

El aire pareció detenerse.

Emiliano, con la mirada oscura, bajó la mano al quedar en el vacío. Su vista fue directamente a Sebastián, que ahora protegía a Inés.

—Señor Altamirano, ¿por qué insiste en meterse en los asuntos entre Inés y yo? —preguntó Emiliano con voz contenida pero cargada de enojo.

Sebastián no respondió. De pie frente a Inés, sólo giró el rostro para mirarlo de reojo. En sus ojos no había ni una pizca de emoción.

Inés, mientras tanto, resguardó el documento contra su pecho y dio un paso al frente.

—Emiliano, cuida tu lenguaje. ¿Qué asuntos hay entre tú y yo? Fuiste tú quien vino a arrebatarme mis cosas. El señor Altamirano sólo me está ayudando.

—Inés, lo hago por tu bien —replicó Emiliano
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    Después de alejarse de Emiliano, Inés, casi sin darse cuenta, terminó frente al reservado 202. Pero al estar parada allí, con la mano a centímetros de la manija, descubrió que no se atrevía a entrar.En teoría, lo correcto era entrar. Después de todo, ella era la “compañera designada” por Sebastián para ahuyentar a cualquier mujer indeseada, sobre todo para aplastar esa mala mujer llamada Alejandra. Según el plan, al enterarse de que estaban juntos, debía irrumpir en la sala, separarlos de inmediato y dejar clara su posición.El problema era otro: ¿y si Sebastián estaba allí por voluntad propia?Sí, antes siempre había mostrado rechazo hacia Alejandra, pero esta vez ya llevaban un buen rato dentro, sin que se escuchara ningún movimiento. El silencio podía significar armonía. Y si era así, tal vez Sebastián había cambiado de opinión, tal vez ahora sentía cierta atracción por ella.Al fin y al cabo, aunque estuviera casado con Inés, lo suyo era un matrimonio por contrato. Nada le impedía

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    —Sebastián, en realidad ya quería decírtelo… —la voz de Alejandra salió baja, con un dejo nasal cargado de insinuación—. Después de un tiempo sin verte, estás aún más atractivo, más irresistible.Se inclinó un poco hacia él, sus labios rojos curvándose con picardía.—Sobre todo con este traje y esa corbata en tu cuello, me pones el cuerpo a mil. ¿Lo sientes? ¿Puedes sentir lo encendida que estoy?Esa mezcla de sensualidad intelectual y descaro era justo la personalidad que Alejandra había moldeado para seducirlo. Mientras hablaba, extendió la mano, las uñas pintadas de rojo escarlata, queriendo tirar de la corbata de Sebastián.Una parte de ella lo hacía con intención de provocarlo, pero otra, más sincera, admitía que no mentía: ese Sebastián tan frío y varonil la estaba tentando de verdad.Pero antes de que pudiera rozar siquiera la tela, un par de ojos gélidos, como cuchillas, la atravesaron. El rostro de Sebastián no mostraba deseo, solo una frialdad abrumadora.—Asquerosa.Una pala

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    —Sebastián, ¿me estabas buscando? Era Alejandra, la sobrina de Estela.Durante años, antes de que Inés apareciera, había sido reconocida en toda Ciudad Esperanza como la mujer que más cerca estaba de convertirse en la esposa de Sebastián.A diferencia de la imagen sobria y serena de Estela, Alejandra poseía un rostro deslumbrante y un aire lleno de sensualidad. Sabía cómo realzar sus encantos y cada atuendo suyo delineaba con precisión sus curvas más atrevidas.Lo más inusual era que, junto a esa sensualidad, cultivaba una forma de hablar siempre educada, con un tinte intelectual y amable. Esa, de hecho, era la personalidad que Alejandra había formado cuidadosamente para Sebastián.Porque él no era como los demás herederos de Ciudad Esperanza. Había crecido con una infancia marcada por la soledad, sin la compañía duradera de familiares, y forjó un carácter frío y distante.Para un hombre así, lo que más le atraía era una mujer como “flor que sabe escuchar”, tierna y comprensiva. Lo qu

  • De Su Amor a Su Venganza   Capítulo 166

    Emiliano guardó silencio, pero por primera vez en muchos días se atrevió a mirar a Inés sin reservas.Su manera de vestir seguía siendo tan sencilla y fresca como antes, resaltando esa aura etérea que siempre había tenido, como si nada terrenal pudiera rozarla. Sin embargo, a diferencia de los trece años que pasó a su lado, ahora Inés irradiaba un filo distinto, una luz que al fin brillaba sobre ella con todo su esplendor. Era tan deslumbrante que costaba sostenerle la mirada.En realidad, Emiliano había estado escuchando oculto en la penumbra toda la conversación entre Inés y Mirna. Por un instante, de verdad quiso decirle que él no era como esos hombres que buscaban quebrarle el carácter ni aplastar su rebeldía.Pero… todavía no era el momento.Bajó un poco los ojos y, con voz grave, murmuró.—Inés, puedo mantenerme al margen de lo tuyo con Sebastián. Pero no quiero que él te engañe. Ya te lo advertí: no es tan transparente como aparenta.¿Transparente? ¿Él hablando de transparencia?

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