En medio de la confusión, el cielo despejado comenzó a oscurecerse. La noche envolvía todo a su paso, y el interior del coche también se sumía en un silencio absoluto.Inés iba sentada en el asiento del copiloto, junto a Sebastián, mientras dejaban atrás la mansión de los Cornejo.La luz de la luna entraba difusa por la ventana, bañando el rostro del hombre con un resplandor gélido que lo hacía parecer aún más distante e inaccesible, como esculpido en hielo.Inés no se atrevía a hacer ni un solo movimiento impulsivo. Toda su actitud desafiante y tensa, la que había mantenido en casa de los Cornejo, se desvaneció en cuanto subió al coche. Con la cabeza gacha, habló con voz baja, mirando hacia él.—Señor Altamirano, gracias.Antes, en medio de la tensión, se había atrevido a llamarlo por su nombre frente a todos, pero ahora, más calmada, recapacitó. Sebastián no solo tenía un estatus muy por encima del suyo, sino que además, al igual que Emiliano, le llevaba seis años de edad. No podía d
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