LOGINDurante mucho tiempo, Inés del Valle creyó que Emiliano Cornejo era su única luz en este mundo. Hasta que, mirándola directamente a los ojos, él le dijo con cruel indiferencia: —Mi compromiso con Mariana Altamirano no se cancelará. Si quieres, puedes seguir siendo mi amante. En ese instante, Inés despertó. Esa luz que tanto amaba, hacía mucho se había convertido en la sombra que la asfixiaba. Esa misma noche, se marchó de la casa sin volver la vista atrás. Todos pensaron que una huérfana como ella, sin el respaldo de los Cornejo, no tardaría en arrastrarse de vuelta, rogando por perdón. Pero entonces ocurrió lo inesperado. En plena ceremonia de compromiso entre los Cornejo y los Altamirano, Inés apareció vestida de rojo, del brazo del patriarca de los Altamirano, Sebastián Altamirano. Ya no era la mujer abandonada: ahora era la cuñada del novio. El salón entero quedó en shock. Emiliano, furioso, pensó que todo era una provocación. Dio un paso hacia ella… Y entonces una voz helada, firme como el acero, se dejó oír por encima de todos: —Atrévete a dar un paso más… y verás lo que pasa.
View MoreInés nunca había sido una buena nadadora. Cuando Emiliano la arrastró a la fuerza dentro del agua, apenas logró mantener el equilibrio, con los pies apoyados en el fondo, tratando de aferrarse a lo que fuera para no caer.Pero al combinarse el tirón violento de Emiliano con la fuerza brutal de las olas, Inés sintió como si una red inmensa la envolviera de pronto, empujándola sin tregua hacia lo más profundo. En un instante, el agua helada y salada la cubrió por completo, le nubló los sentidos y no le permitió ni abrir los ojos ni sacar un solo sonido.—¡Inés!En medio de la oscuridad, dos voces masculinas resonaron con urgencia. La segunda, esa voz tan familiar, estaba cargada de un terror indescriptible, como si su dueño estuviera al borde del llanto.Inés, sumida en el dolor y la desesperación, llevó la mano al vientre y empezó a forcejear, luchando por ascender. Aunque no pudiera vencer la corriente, quería al menos sacar la cabeza y gritar, para que Sebastián pudiera saber dónde es
—¡Inés!La voz de Sebastián llegó de inmediato, áspera y ansiosa, tan cargada de miedo que rompía el aire salado. Esta vez ya no podía preocuparse por si provocaba o no a Emiliano; la escena frente a él era demasiado peligrosa, y su instinto lo empujó a lanzarse hacia la zona más profunda para arrebatar a Inés de aquellas manos.Pero Inés reaccionó antes.Se aferró al brazo de Emiliano y, soportando el dolor creciente en su vientre, le gritó con fuerza contenida.—¡Emiliano, decías que podías ser diferente a Sebastián y que jamás te convertirías en Don Federico, pero mírate! ¿De verdad crees que sigues siendo diferente? ¡Estás haciéndome exactamente lo mismo que él le hizo a Mónica!El cuerpo de Emiliano se detuvo por un segundo. Su agarre perdió un poco de fuerza, aunque sus ojos seguían cubiertos por una sombra oscura que no se dispersaba.—Sí, te estoy lastimando —susurró con voz rota—. Pero no es lo mismo. Yo no quiero matarte. Yo quiero morir contigo.—¡¿Quién te pidió eso?! —la
Para Don Federico, Estela, Mariana e incluso el fallecido Gabriel, el Grupo Altamirano fue la obsesión que les consumió la vida entera; conspiraron, calcularon y sacrificaron años, e incluso la propia vida, para intentar apoderarse de él.Sin embargo, en este instante, frente al hombre que tenía a Inés bajo su control, Sebastián lo ofrecía sin vacilar, como si no valiera nada.Al escucharlo, Inés quedó atónita. A pesar de que el dolor en su cuerpo seguía creciendo, no pudo evitar mirar a Sebastián, de pie en el agua, empapado, exhausto y con el rostro demacrado, sin preocuparse por sí mismo. Solo la miraba a ella, con los ojos llenos de una angustia que le encendió las lágrimas al instante.Pero lo que para otros era un tesoro invaluable, para Emiliano no significaba absolutamente nada.—Si yo valorara ese tipo de cosas, jamás habría destruido el Grupo Cornejo cuando pude quedármelo.Se quitó los lentes y los arrojó al mar. Fue la primera vez que miró a Sebastián sin esconder nada.—¿P
En el instante en que la mirada de Sebastián se cruzó con la de Inés del Valle, de pie junto a la ventana del pequeño cuarto que daba al mar abierto, fue como si un relámpago invisible uniera la distancia entre ambos y encendiera una corriente eléctrica que recorrió todo el espacio.Los ojos oscuros y profundos de Sebastián se clavaron en el rostro de Inés con una intensidad casi insoportable, y en el rostro de él, marcado por varios días de búsqueda incesante —pálido, agotado, con una sombra de barba azulada que mostraba cuánto había descuidado incluso su propio cuerpo— podía verse cómo él luchaba por confirmar, de manera desesperada y urgente, que ella estaba ilesa, que no tenía ninguna herida, que seguía respirando.Los ojos de Inés se humedecieron al verlo así, porque, sin entender exactamente por qué, verlo en ese estado ferozmente tenso y descompuesto hizo que la nariz se le entumeciera y que un nudo le subiera por la garganta.Los más de dos meses que habían pasado sin verlo exp






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