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El Alfa me Rechazó, el Rey Alfa me Reclamó
El Alfa me Rechazó, el Rey Alfa me Reclamó
Author: Quirós

Capítulo 1

Author: Quirós
Bajo la luz de la luna, a lo lejos del altar, contemplaba esa ceremonia de pareja que alguna vez debió ser mía.

Mi prometido, Guillermo, heredero Alfa, colocaba en la mano de Luisa —su vientre ya abultado— el anillo de la Diosa de la Luna, símbolo eterno de la identidad de una Luna.

Ese anillo había sido, por generaciones, el tesoro de cada Luna de nuestra manada. Se decía que contenía la bendición de la Diosa misma. Desde niña me enseñaron a protegerlo con mi energía, a nutrirlo para que, llegado el día, resonara conmigo en perfecta armonía.

Pero ahora… lo entregaba a otra.

Los ojos de Luisa se llenaron de lágrimas. Conmovida y un poco tímida, levantó la vista hacia Guillermo.

Antes de que ella pudiera hablar, él ya la había estrechado con fuerza contra su pecho.

Entre vítores y fuertes risas, Guillermo hundió el rostro en el cuello de Luisa.

Ella soltó un gemido ahogado; su cuerpo tembló suavemente e inmediatamente se relajó del todo.

Cuando Guillermo levantó la cabeza, todos pudieron ver en el cuello de Luisa la marca Alfa brillando con intensidad.

El viento nocturno levantó el velo blanco del altar.

Yo alcé la vista despacio, recorriendo uno a uno los rostros presentes: los ancianos, mi familia, mis amigos… todos estaban allí.

Y mi hermano, Saúl. Vestido con traje ceremonial, de pie junto a Guillermo, dándole sus bendiciones con una sonrisa que me desgarraba.

—¡Felicitaciones al heredero Alfa y a la nueva Luna! Que la Diosa de la Luna los bendiga y los mantenga unidos por siempre.

Su voz sonaba vibrante, llena de emoción.

En cuanto terminó, los ancianos encendieron la hoguera ritual y las llamas se elevaron hacia el cielo.

A la luz del fuego, Guillermo levantó a Luisa en brazos. En su rostro apareció una sonrisa suave, llena de alivio, que yo jamás le había visto antes.

Ante aquella escena, Saúl gritó con entusiasmo desbordado:

—¡El contrato está sellado!

La soledad me invadió. Todo el bullicio alrededor se volvió un vacío doloroso.

No podía entender.

¿Por qué?

¿Por qué, si entregué toda mi juventud, soporté entrenamientos crueles, moldeé cada gesto y palabra hasta ser perfecta, todo para convertirme en la Luna más digna… al final me trataban como a una impostora, una ladrona del lugar que me pertenecía?

El corazón se me oprimía con tanta fuerza que apenas podía respirar.

Mi mirada se clavó en Saúl.

Él reía y aplaudía por Guillermo y Luisa, rebosante de alegría sincera. Ni una sombra de preocupación por la tristeza de su hermana.

Parecía haber olvidado que fui yo quien, hace tres años en el conflicto de manadas, puso mi espalda para salvarle la vida.

Todo era tan absurdo, como una pesadilla de la que no podía despertar.

Yo no podía reconciliar a ese Alfa frío del altar con el muchacho que un día me hizo incontables promesas.

Mi razón me pedía marcharme de inmediato, pero mi loba interior se resistía.

Ella necesitaba una respuesta, una respuesta que saliera de los labios de Guillermo.

Saqué el teléfono y marqué su número.

En el altar, su rostro se endureció al instante al ver mi nombre en la pantalla.

Quiso colgar, pero Luisa le susurró algo y terminó contestando.

Puso el altavoz.

Mi voz salió baja, temblorosa por el frío de mi corazón:

—Guillermo… tú juraste que hoy, con la Diosa de la Luna como testigo, me aceptarías como tu pareja.

Un silencio sepulcral se apoderó del altar. Todas las miradas se volvieron hacia él.

Su respuesta llegó cargada de cansancio y con un poco de impaciencia:

—Susan, ¿sigues con eso? Esa falsa profecía te permitió robar durante quince años el lugar de Luna que nunca te perteneció. Disfrutaste demasiado de un derecho que no era tuyo. ¿Qué más quieres ahora?

Apretó con fuerza la mano de Luisa y cada palabra suya fue un puñal directo a mi pecho.

—Yo asumiré mis errores. Fui yo quien creyó en esa profecía y te colocó en el sitio de Luisa. También fui yo quien, en aquella cacería, terminó haciéndola cargar con mi hijo.

—Ahora solo estoy corrigiendo mis fallos. Pero tú, Susan… —su tono bajó, helado— también robaste. Cometiste un crimen. Y aun así, como dije, mientras aceptes ser la sirvienta de Luisa, podrás quedarte a mi lado.

Sus palabras me cayeron como agua helada.

Aun así, el último rastro de amor en lo profundo de mi corazón me obligó a preguntar:

—Crecimos juntos desde niños… ¿esos quince años de amor fueron falsos?

—Tú me prometiste que, pasara lo que pasara, siempre me creerías y me protegerías.

Por eso, incluso cuando me encerraron injustamente antes de la ceremonia, yo seguí creyendo en ti.

Incluso agoté hasta mi último aliento para romper las cadenas de los ancianos, solo para verte una vez más.

Pero cuando al fin llegué al altar… lo único que vi fue a ti abrazando a Luisa, listo para comenzar la ceremonia que debía ser nuestra.
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