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Capítulo 4

Author: Crystal K
—¿Marcos? —frunció el ceño Arturo—. ¿Ese lunático desterrado? ¿Qué pasa con él?

Me giré para enfrentarlo, con la mirada fija en Leo, que aún sollozaba en sus brazos.

—Marcus también tuvo una madre devota —dije con frialdad—. Le consentía todos sus caprichos, justificaba cada uno de sus errores. Al final, Marcos se convirtió en un monstruo al que su propia manada temía.

La expresión de Arturo se tornó peligrosa. —¿Qué insinúas? —gruñó.

—Te advierto —respondí, manteniendo la mirada fija—. El chineo de Calista lo está envenenando. Si no quieres que se convierta en el próximo Marcos, será mejor que empieces a corregirlo ahora.

—¡Basta! —Arturo se levantó de un salto—. ¿Qué derecho tienes de darnos lecciones? ¡Desapareciste tres años! ¡No sabes nada de cómo creció!

Su voz subió; sus ojos ardían de furia. —¿Y dónde estuviste esos tres años? —dijo con burla—. ¿Raptada por los rebeldes? ¿Y volviste… completamente ilesa?

Mientras hablaba, Calista dejó escapar un gemido y se tambaleó.

—Arturo… yo… fui al chamán. Vi… —su rostro estaba pálido, las lágrimas le corrían por las mejillas mientras me miraba. Sus ojos tenían una mescla de lastima y horror—. Hermana… pobrecita… Esos rebeldes… ellos...te tuvieron en una celda inmunda… las cosas que te debieron hacer…

Su voz se apagó, pero sus palabras bastaron para dibujar la peor imagen en la mente de todos.

Los lobos a mi alrededor empezaron a percibirme de otra manera. El escrutinio se tornó en repulsión y desprecio. En una manada que valora la pureza de sangre por encima de todo, ser tocada por un rebelde es una mancha peor que la muerte.

—No fue así —dije con calma; mi voz no fue alta, pero se escuchó en el claro—.

Nadie me creyó. Para ellos, mi compostura no era más que insensibilidad nacida de la vergüenza.

—Samara —la voz de Arturo sonó con una mezcla de satisfacción y lástima condescendiente—. Sé que solo finges ser fuerte, diciendo que quieres romper el lazo. Pases por lo que pases, sigues siendo la madre de Leo. Te daré un lugar donde quedarte. Pero debes limpiarte de tu inmundicia. ¡Y no saldrás de tu cuarto!

Me estaban poniendo en una jaula.

Reí.

Este era mi compañero. Mi manada. Preferían creer una mentira maliciosa antes que creerme a mí.

No asistí al banquete esa noche. Pero pronto fui “invitada”.

Los guardias irrumpieron en mi habitación y me arrastraron al salón principal.

Calista estaba en los brazos de Arturo, espuma en los labios, el cuerpo convulsionando.

El chamán, con rostro grave, anunció: —Alfa, es una maldición oscura. Alguien quiere matar a la Luna.

La mirada de Arturo se clavó en mí como una daga. —¡Revisen su habitación! —ordenó.

Los guardias regresaron pronto con una piedra lunar cubierta de símbolos de maldición.

—¡Samara! —rugió Arturo—. ¡Mujer profanada y venenosa! ¿Cómo te atreves a intentar dañar a Calista?

—No lo hice —contesté con calma.

—¿Sigues negándolo? —Arturo hizo un gesto—. ¡Llévenla al calabozo! ¡Encadénenla con plata! ¡Que reflexione sobre lo que hizo!

La plata quemó mi piel; no opuse resistencia.

El calabozo era frío y húmedo. En mi primera vida, aquella celda me habría destruido; habría gritado y llorado hasta quedarme sin voz. Esta vez cerré los ojos y esperé. Al mismo tiempo, envié un llamado por el vínculo mental.

La tercera noche, los cimientos del castillo comenzaron a temblar violentamente.

Una aplastante presencia Alfa descendió del cielo; era como la ira de un dios que cubría toda la Manada Blackmoon.

Las puertas más fuertes del castillo estallaron haciéndose polvo con un estruendo ensordecedor.

A la luz de la luna, un alfa de cabello plateado montaba un gigantesco lobo de guerra. Detrás de él, un centenar de guerreros de élite en formación silenciosa, un ejército de fantasmas plateados.

Miraba el castillo desde lo alto, como un rey inspeccionando su dominio.

El Alfa más poderoso del Norte, Roy, había llegado.

Su voz fue un gruñido bajo pero que resonó en las piedras del castillo con el peso de una orden absoluta: —Arturo de Blackmoon —dijo—. Libera a mi Beta.
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