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Capítulo 82

Penulis: Mora Pequeña
La mirada de Aurelio se posó en Nieves, alejándose por fin de la cara de Catalina.

—¿Quién te crees que eres? —preguntó con frialdad, con una voz suave, pero con el peso de una roca, que hizo retroceder a la doncella sin esfuerzo.

Y no se atrevió a pronunciar otra palabra. Temía que una palabra más pudiera hacer que Aurelio le cortara la lengua.

Lo único en lo que podía pensar era: al fin y al cabo, estaban en la Casa del Marqués. Por muy furioso que estuviera, seguro que no le pondría la mano encima a su señorita.

El hombre volvió a mirar a Catalia. La cara que una vez se iluminó de alegría al verlo se fusionó gradualmente en su mente con la expresión de miedo que tenía ante sí.

Una sensación peculiar brotó en su interior, cada vez más intensa. Arrugó la frente y preguntó en voz baja:

—¿Vienes a mí o voy yo a ti?

Parecía estar utilizando esa pregunta para recuperar su dominio sobre ella. Sin embargo, Catalina permaneció clavada en el sitio, inmóvil. No entendía la pregunta, pero sabía
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    La mirada de Aurelio se posó en Nieves, alejándose por fin de la cara de Catalina.—¿Quién te crees que eres? —preguntó con frialdad, con una voz suave, pero con el peso de una roca, que hizo retroceder a la doncella sin esfuerzo.Y no se atrevió a pronunciar otra palabra. Temía que una palabra más pudiera hacer que Aurelio le cortara la lengua.Lo único en lo que podía pensar era: al fin y al cabo, estaban en la Casa del Marqués. Por muy furioso que estuviera, seguro que no le pondría la mano encima a su señorita.El hombre volvió a mirar a Catalia. La cara que una vez se iluminó de alegría al verlo se fusionó gradualmente en su mente con la expresión de miedo que tenía ante sí.Una sensación peculiar brotó en su interior, cada vez más intensa. Arrugó la frente y preguntó en voz baja:—¿Vienes a mí o voy yo a ti?Parecía estar utilizando esa pregunta para recuperar su dominio sobre ella. Sin embargo, Catalina permaneció clavada en el sitio, inmóvil. No entendía la pregunta, pero sabía

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    Beatriz, que seguía mirando atrás a cada pocos pasos, fue testigo de esa escena. Sus ojos se abrieron con sorpresa, completamente desconcertada por el motivo de ese abrazo repentino.La voz de Nuria resonó en su mente. Había dicho que Catalina estaba tratando de seducir a Aurelio...¿Así que Catalina la había mandado lejos solo para distraerla y poder seducir a Aurelio?Su corazón se aceleró por el pánico. Quería correr hacia ellos y echárselos a la cara, pero... tenía mucho miedo.Las palabras del hombre en la calle Montero aún resonaban en sus oídos. Entendía perfectamente sus intenciones. Temía que, si los enfrentaba, se parecería a esas esposas no amadas de los libros de cuentos.Temía que él se pusiera del lado de Catalina, protegiéndola tal y como la había protegido a ella momentos antes.Si eso ocurría, ¿no se invertirían por completo las posiciones que ella y Catalina ocupaban en el corazón de Aurelio?¡No, no permitiría eso!Podía permitir que Catalina ocupara un lugar en el c

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    Aun sabiendo que Catalina intentaba provocarla, no podía seguir callada. Aunque Milo le sugirió que fingiera desmayo, si él escuchaba eso, ¡se entristecería!¡No podía soportar que su hermano la malinterpretara! Respiró hondo y dijo:—No hay necesidad de tanta provocación. ¡Me arrodillaré ante el altar! Reconozco sinceramente mi error. Aunque la abuela se niegue a verme, ¡debo ofrecerle mis disculpas!Con eso, se arrodilló en dirección al patio de la anciana, con la voz suave y temblorosa por las lágrimas.—Abuela, sé que me equivoqué. No volveré a enojarte. ¡Por favor, perdóname!Con eso, se postró tres veces ante el patio de la anciana. Se emocionó a sí misma, pues estaba con los ojos llenos de lágrimas.Catalina se preguntó si se creía que era la mejor nieta del mundo... En su opinión ¡solo estaba haciendo el ridículo!Felisa estaba descansando y, aunque estuviera despierta, no podría haber oído sus débiles llantos.Entonces, ¿para quién era esa actuación?¿Para ella o para Aurelio?

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    Con la protección de Aurelio, Beatriz parecía aún más afligida. Se acurrucó detrás de él, sin siquiera asomar la cabeza.Catalina ya no pudo contenerse y murmuró una maldición entre dientes. Una ola de irritación la invadió y dijo con frialdad:—La abuela no desea verte. Será mejor que te vayas.Ya fuera animada por el respaldo del general o no, la joven se dirigió a Catalina con una rebeldía inesperada. Asomándose por detrás de él, la desafió.—Tú no eres la abuela. ¿Cómo sabes que no quiere verme?La expresión de Catalina se ensombreció al instante. Instintivamente, dio un paso hacia la otra, con voz gélida, dijo:—¿De verdad has olvidado lo que hiciste?Cuando ella se acercó, Beatriz recordó al instante el terror del día anterior, cuando la había inmovilizado en el suelo y la había golpeado. Se escondió detrás de Aurelio, agarrándose a su abrigo con tanta fuerza que todo su cuerpo parecía temblar.—Yo... he venido expresamente para pedir perdón a la abuela.Sintiendo que la chica de

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    —No es necesario. —La detuvo con un gesto de la mano. Arrugó la frente mientras abría lentamente los ojos. Una vez que recuperó la claridad, añadió—: Debo de haberme levantado demasiado rápido. No es nada grave.Ya le había pasado antes en la lavandería; bastaría con sentarse un momento. No era nada grave.Nieves seguía preocupada.—Pero si acaba de sufrir un golpe tan fuerte, ¡deberíamos llamar al médico para que le eche un vistazo!Catalina se levantó lentamente y sonrió a Nieves.—Puede que esté con la abuela. Vamos primero allí a ver.La doncella consideró que tenía razón y asintió con la cabeza, adelantándose para ayudarla a salir.Sin embargo, su ama pensaba que ella estaba exagerando; ella podía arreglárselas sola.Una vez que salieron del patio, le indicó a Nieves que la soltara.El Patio de las Azucenas se encontraba al oeste de la casa, mientras que el Patio de las Camelias estaba hacia el este. El patio de la anciana ocupaba el espacio entre estas dos fincas.Además, Nieves

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    Al día siguiente.Cuando Catalina se despertó, la herida de la cabeza le dolía aún más que el día anterior.Tanto que se sentía aturdida y agotada.Nieves, sin embargo, parecía bastante animada. Después de ayudarla con su aseo, le sirvió el desayuno.Catalina se obligó a mantenerse animada, no queriendo causar ninguna preocupación a su criada. Solo después de preguntar por el estado de Felisa y saber que estaba ilesa, se relajó y comenzó a desayunar.Por el rabillo del ojo, notó que su doncella dudaba de algo, como si quisiera hablar, pero se contuviera. Así que, dejó los cubiertos sobre la mesa.—Si tienes algo que decir, habla.Nieves se acercó y se dirigió a su ama.—Señorita, he oído que el joven marqués y la señorita Beatriz pasaron toda la noche arrodillados ante el altar conmemorativo. Esta mañana, la señorita Beatriz no pudo aguantar más y se desmayó.Así que eso era. Catalina volvió a tomar los cubiertos.—Bueno, es una débil.¿No podía soportar arrodillarse una noche? En la l

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