El cuerpo de Catalina se tensó. Creía que su corazón, insensible al sentimiento desde hacía tiempo, permanecería impasible. Sin embargo, al oír esa voz familiar, se le aceleró el pulso.Levantó la mirada hacia el hombre que estaba dentro del carruaje. Era el joven general, invicto en batallas, su ex prometido, Aurelio de Haro. Casi instintivamente, se arrodilló.—Su sirvienta saluda al general de Haro.Aurelio arrugó la cara. Su mirada se posó en los tobillos de ella, mientras preguntaba con tono distante:—Señorita de Mendoza, ¿regresa a la Casa del Marqués?Catalina bajó la mirada y asintió.—Sí.Se produjo un largo silencio. Él esperaba a que ella continuara. Después de todo, en su presencia, ella siempre tenía infinidad de palabras que compartir. A él no le gustaba la charla, pero por respeto a la relación entre sus familias, nunca la reprendía indebidamente. Aun así, no hizo ningún esfuerzo por ocultar su irritación.Cuando su charla se volvía tediosa, sacaba una caja de pasteles
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