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Capítulo 6

Author: Diego Lunar
Eduardo no sabía ni por dónde empezar.

Seguía sin entender por qué el alto mando de Grupo Farmacéutico Vitalis le había encargado algo así.

Su intuición le decía que ese directivo debía ser enemigo de Isabella y quería tenderle una trampa.

—Isabella, ¿tienes algún enemigo en la sede central de Vitalis? —preguntó con cautela.

Ella frunció ligeramente el ceño.

—Conozco a mucha gente, claro, pero enemigos... no. No que yo sepa —lo miró con atención, como queriendo leer su mente—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Tu salida de la empresa tiene algo que ver conmigo?

Eduardo se quedó helado. Qué mujer tan perspicaz. Una frase al aire y ya había captado todo.

—No, no, nada que ver —dijo enseguida, forzando un tono despreocupado.

Isabella lo sostuvo con la mirada, pero decidió no presionar.

—Mira, dejar la empresa puede ser lo mejor para ti —le dio una palmada en el hombro y sonrió—. Eres joven y tienes un talento médico impresionante. Sería un desperdicio tenerte como vendedor de fármacos. Podrías ser un gran doctor.

Eduardo alzó las manos, resignado.

—No puedo. En mi familia hay una norma: los Rivas no ejercen la medicina.

—¿Qué? ¿Por qué? —se sorprendió ella.

—Es una historia larga, ya te la contaré con calma.

—De acuerdo —respondió ella, curiosa. A cada minuto ese chico le resultaba más interesante.

—Eduardo, ya que estás libre, esta noche tengo una reunión con unas amigas, ¿vienes conmigo?

Eduardo dudó.

—No sé si sea buena idea. No quiero incomodar.

—¿Incomodar? ¡Por favor! Tienes que venir —dijo Isabella, con una sonrisa traviesa—. Además, mis amigas son jóvenes, guapas... y muy, muy ricas.

Eduardo sintió una mezcla de curiosidad y desconfianza.

¿Por qué lo invitaba? ¿Pensaba presentarle a alguien?

"Imposible... una mujer como ella no me presentaría a sus amigas por algo así", pensó.

Pero entrar al círculo de Isabella era una oportunidad que no podía dejar pasar.

—Está bien, Isabella. Si no te molesta, te acompaño.

—¿Molestarme? Nada. Si hasta te confié la llave de mi casa —sonrió cálidamente.

***

Esa noche, en el Club Imperial, Eduardo llegó acompañado de Isabella.

Nunca había estado en un lugar como ese: lujo en cada rincón, luces suaves, mármol brillante, copas de cristal tallado.

No podía dejar de mirar a su alrededor, impresionado como un niño.

Isabella notó su asombro y soltó una risita, sin decir nada.

Entraron a un salón privado.

Era enorme, con paredes de mármol natural labrado en filigrana. Las vetas parecían brillar con una luz dorada que bañaba todo en un brillo elegante y un toque misterioso.

Del techo colgaba una lámpara de cristal que esparcía reflejos como estrellas.

Había zonas para cenar, para jugar, e incluso habitaciones privadas.

Las amigas de Isabella ya estaban allí, charlando y riendo alrededor de una mesa repleta.

Dos meseros jóvenes se movían con destreza, sirviendo vino y aperitivos.

—¡Isabella, por fin! —exclamó una mujer de pelo suelto y escote generoso.

—El tráfico, ya sabes —respondió Isabella con naturalidad—. ¿Están todas?

—Sí, solo faltabas tú. Ven —ella hizo un gesto y, de inmediato, notó a Eduardo—. ¿Y este bombón quién es?

Todas las miradas se posaron sobre él.

—Mi amigo —dijo Isabella, sin dudar.

Lo llevó hasta la mesa y le indicó un asiento.

Eduardo echó un vistazo.

Todo brillaba: manteles con hilo dorado, copas talladas, platos servidos como pequeñas obras de arte.

Él apenas reconocía los vinos ni los platillos. Solo una etiqueta le sonaba: Louis XIII. Su ex, Mariela, le había contado que costaba lo mismo que un auto.

Se sentía fuera de lugar, como un intruso en un palacio.

Entonces, una de las mujeres se levantó.

Alta, delgada, de cabello largo y piel luminosa, se inclinó para tomar una bandeja de frutas cerca de él.

El escote profundo quedó justo a la altura de su mirada.

Tragó saliva y apartó la vista de inmediato.

—¡Jajaja! El chico se puso nervioso —bromeó Susana, la de escote generoso.

—Ay, Susana, no provoques al pobre —rio una señora de figura más curvilínea.

Susana puso los ojos en blanco.

—Por favor, Laura, no todo el mundo es tan calculador como tú.

Las risas se multiplicaron.

—Isabella —dijo Susana ya sentada—, ¿desde cuándo tienes un amigo tan joven y nunca lo mencionaste?

—¿Amigo? —intervino Laura, sonriendo con picardía—. No te la creo, Susana. ¿De dónde sacaste un amigo tan joven, lindo y fuerte?

—¡Laura, por Dios! —Isabella le dio un toquecito en el brazo, sonriendo.

—¿Por qué tan nerviosa, Isabella? —bromeó Laura—. A ver, chico, ¿cómo te llamas?

—Eduardo Rivas.

—Ay, qué lindo. ¿Y tú y tu amiga Isabella también son una pareja perfecta?

—Ya basta, ¿están contentas? —replicó Isabella, con un leve rubor.

—Ah, ya entendimos perfecto —remató Laura, con una sonrisa maliciosa—. Eduardo, ¿te has preparado para acompañar a tu buena amiga Isabella esta noche?

Las carcajadas llenaron el salón.

Eduardo sentía la cara ardiendo, sin atreverse a levantar la vista.

Aunque ser el blanco de las bromas de un grupo de mujeres tan guapas podría haber sido algo agradable, él era una persona más reservada, así que se sentía muy incómodo.

Isabella notó su incomodidad.

—No te preocupes, Eduardo, están jugando. Entre nosotras siempre es así.

—Todo bien —respondió él, tratando de relajarse.

Isabella decidió presentarlas con seriedad:

—Mira, ella es Verónica, directora general de Medios Aurora, una empresa valuada en millones, top quinientas del país.

Eduardo se quedó impresionado.

Tan joven y ya al mando de semejante gigante.

—Y ella —continuó Isabella, señalando a la señora risueña— es Laura, amiga de la infancia. Tiene más de cien propiedades en Montería y tres edificios de oficinas.

—¿Más de cien? —Eduardo no lo podía creer. Con los precios de la ciudad, eso era una fortuna absurda.

Laura le guiñó un ojo.

—Si te portas bien, te mantengo, si prefieres.

—¡No digas tonterías! —regañó Isabella, riendo, antes de presentar a la última—. Y ella es Susana, directora regional de Grupo Biorex para todo el país. Si trabajaste en Vitalis, sabes que Biorex es el gigante del sector. Aquí, la que manda es ella.

Eduardo no sabía si sentirse honrado o intimidado.

Esa mesa era un desfile de poder, belleza y dinero.

Un círculo de otro nivel.

Isabella alzó su copa, con una sonrisa cómplice.

—Queridas, les presento a mi querido amigo. Está soltero, así que hoy lo traje para pedirles un favorcito.
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