Mientras avanzaba la madrugada, en un hotel.La cama era un caos de sábanas enredadas, con una mujer casi oculta entre ellas, su rostro encendido por el placer.Eduardo, en cambio, estaba sentado al borde del cama, con el ceño fruncido y una sensación de arrepentimiento que le pesaba en el pecho.No entendía qué le había pasado esa noche. En cuanto Liliana se le acercó, simplemente... perdió el control.—Liliana... perdón, yo... —murmuró, sintiendo cómo la culpa le quemaba las entrañas.La mujer, con las mejillas tan rojas como el vino, sonrió con picardía.—¿Perdón? ¿Por qué? ¿Por haber estado tan... salvaje conmigo? —bromeó, casi juguetona.Tomó su cartera del suelo, sacó un buen fajo de billetes y lo dejó caer sobre la cama, justo al lado de Eduardo.—A mí me encanta así. Toma, mi cielo.—Liliana, no puedo aceptar esto —respondió él de inmediato, levantándose con torpeza—. Si no hay nada más, me voy...—¡Espera un momento! —dijo ella, levantando la mano.—¿Ahora qué pasa, Liliana?E
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