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Capítulo 2

Author: Yvette
—¿Será que este es el calabozo nivel SSS más fácil que ha existido? —bromeó alguien.

Solo yo me quedé callada, con la mirada fija en el cielo.

Más mensajes brillantes comenzaron a parpadear en el aire, y el chat estalló de carcajadas:

"No, ¡otra vez la misma vaina de morir de viejo! ¡Qué flojera!"

"¿Ya cuántos grupos van? Todos escogen esa misma estupidez. ¡Moralistas idiotas!"

"Ya van a aprender a la mala por qué El Deseo es de rango SSS."

Para ese momento, el Boss había aparecido de repente, justo frente a mí.

—Eres la última —dijo, con una voz grave y helada—. Entonces... ¿cómo deseas morir?

Maldita sea. Creo que hasta aquí llegué.

***

Antes de que me atrapara este juego de terror, yo era la protagonista de una novela erótica bien caliente.

Mi rutina diaria era despertar entre sábanas, siempre rodeada de tipos espectaculares.

Para todo lo demás, era una completa inútil. ¿De verdad esperan que se me ocurra un plan maestro de supervivencia? ¡Ni de broma!

Me di por vencida al instante.

Si mi destino era morir aquí, al menos lo haría cumpliendo mi mayor fantasía: convertir este ambiente deprimente en un paraíso de puro gusto y placer.

Convertir lo que está frío o tibio en algo que siempre arde... y moja a mares.

Y la verdad, aunque esa bruma negra le cubriera el rostro, el Boss estaba para comérselo. Sus hombros anchos, esa cintura estrecha y esa voz profunda y magnética hablaban por sí solos. De un vistazo supe que este tipo era lo mejor de lo mejor.

El cuerpo lo decía todo.

Por calentura se cometen locuras. Así que, sin pensarlo dos veces, solté:

—Yo elijo morir por falta de aire, con las piernas temblando, los ojos brillando… y un placer tan intenso que me mate de puro gusto.

El Boss se quedó allí, completamente mudo.

Yo, muy servicial, añadí:

—Ah, y eres tú el que me lo provoca.

Se quedó tieso, como si no pudiera procesar lo que acababa de oír. La bruma negra que lo rodeaba se detuvo en seco. El aire mismo se sintió congelado.

Durante un largo e incómodo silencio, permaneció inmóvil... y luego, muy lentamente, dio un paso atrás.

Esperé un rato, confundida. Pero el Boss nunca soltó su frase de siempre. No hubo un "Como desees".

En su lugar, sonó la voz mecánica del sistema:

«Tarea Preliminar: La Solicitud de Deseo, completada.»

«Por favor, sigan al Boss a la mansión.»

«Misión principal: Sobrevivir dentro de la mansión por tres días.»

«Durante estos tres días, aparecerán misiones secundarias aleatorias.»

«Cada misión completada concede una nueva oportunidad de pedir un deseo.»

«Solo el jugador que pida el deseo correcto vivirá hasta el final.»

Cuando llegamos a la mansión, ya había caído la noche.

Apenas puse un pie en el salón principal, me quedé de piedra. Las paredes estaban cubiertas, hasta el último centímetro, de fotos enmarcadas. Eran retratos fúnebres.

Y en cada foto aparecía uno de nosotros. Debajo de cada imagen, había una nota manuscrita con el deseo de esa persona:

"Morir en paz de viejo, sin enfermedades, sin dolor."

Todas, menos la mía. El texto debajo de mi foto había sido tachado con un marcador negro grueso.

De inmediato, todas las miradas se clavaron en mí.

Carlos, el hombre de mediana edad, fue el primero en hablar.

—Ahora que lo pienso... —dijo, entrecerrando los ojos con sospecha—. Tú no pediste lo mismo que el resto de nosotros, ¿verdad? Estabas ahí, escondida en un rincón. A ver, nenita, ¿qué tipo de muerte elegiste tú?

Antes de que pudiera responder, el Boss habló de repente.

—Tienen prohibido preguntar sobre los deseos de otros jugadores.

Por alguna razón, su tono sonaba... tenso.

Al ver eso, los demás retrocedieron, pero sus caras cambiaron de inmediato a una mezcla de arrogancia y desprecio.

—Miren eso, su deseo está tachado. Clarísima señal de que no va a salir de esta —se burló uno—. Esta noche no la cuenta.

—¿Quién es tan idiota para salirse del guion cuando la respuesta está ahí mismo? Se lo merece.

—Mejor que se salga ahora, para que no nos arrastre después.

Sin darme cuenta, ya me habían excluido del grupo.

Cuando llegó la hora de elegir habitaciones, se agruparon entre ellos, acaparando las mejores y dejándome el cuarto de servicio, el más pequeño y sucio.

—Da igual —dijo Carlos con una sonrisa burlona, sujetando la puerta entreabierta—. De todas formas, no vas a sobrevivir esta noche. Da lo mismo dónde duermas.

Cuando la puerta se cerró con un clic, el silencio llenó la casa. Solo quedamos el Boss y yo en la sala vacía.

Él permaneció allí por un momento, justo a punto de dar la vuelta e irse.
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