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Matrimonio Sin Salida
Matrimonio Sin Salida
Penulis: Jinensea

Capítulo 1

Penulis: Jinensea
“El número que usted marcó no se encuentra disponible. Por favor, intente más tarde”.

En la quietud de la sala de urgencias, esa voz mecánica resonaba con crueldad.

—¿Sigue sin contestar?

La enfermera ya perdía la paciencia.

Samantha bajó el celular y le dedicó una sonrisa de disculpa, un gesto que no ocultaba el esfuerzo detrás.

—¿Puedo firmar yo?

La enfermera refunfuñó sobre la pérdida de tiempo y le entregó el formulario de consentimiento para la anestesia.

Siete llamadas y Gael no había contestado. Definitivamente, era una pérdida de tiempo. Si en lugar de una limpieza de herida en la mano se hubiera tratado de una cirugía de vida o muerte, para cuando llegara un familiar a firmar, ya sería demasiado tarde.

Una vez que la anestesia local hizo efecto, el doctor comenzó a retirar con cuidado los diminutos y afilados fragmentos de vidrio incrustados en su palma. Con curiosidad, le preguntó cómo se había lastimado.

No había ninguna historia emocionante detrás. No podía dormir y decidió hacer algo para pasar el tiempo. ¿Quién iba a decir que tendría tan mala suerte como para que un cristal se rompiera cuando lo estaba limpiando?

Al escucharla, el médico, por costumbre profesional, le preguntó si sufría de insomnio crónico.

Samantha lo negó. Su sueño siempre había sido bueno. Esa noche, sin embargo, había una razón para su desvelo.

En cuanto a la razón…

—Ding.

El sonido de una notificación interrumpió su conversación. Tomó el celular y vio un video enviado desde un número desconocido.

La iluminación era tenue y apenas se distinguían los detalles, pero reconoció a Gael.

Llevaba el mismo traje que ella le había escogido por la mañana. Tenía las piernas, largas y atléticas, cruzadas con pereza sobre una mesa, mientras su cuerpo musculoso descansaba en un sofá. Sus facciones, esculpidas, no tenían defecto alguno; era el tipo de apariencia capaz de provocar suspiros donde fuera.

Sin embargo, su mirada era tan indiferente que, incluso con una sonrisa, parecía ser inalcanzable.

Pero la mujer a su lado era la excepción. No la había visto en tres años, pero la reconoció. Renata Mendoza, el amor de su esposo.

Estaba sentada muy cerca de Gael, envuelta en un vestido largo de seda de estilo retro. El color negro hacía que su piel luciera de porcelana. Sus tres años de estudios en el extranjero le habían añadido un aire bohemio, propio de una artista. Lo miraba con unos ojos almendrados brillando de devoción, proyectando una imagen de delicada ternura.

La gente a su alrededor los animaba entre bromas a que bebieran con los brazos entrelazados. Renata se sonrojó, pero en sus ojos se delataba cierta expectativa.

Gael mantuvo la sonrisa en todo momento, con un aura de galantería despreocupada en la mirada. Levantó la mano y tomó la copa que tenía delante.

El video terminaba abruptamente en ese punto. Samantha apretó el celular con fuerza y sonrió con amargura.

Con razón no había contestado ninguna de sus siete llamadas. Debió haberlo imaginado. Hoy regresaba Renata al país, era lógico que estuviera con ella.

Si no lo hubiera sospechado, ¿por qué otra razón no habría podido dormir esa noche?

Pero una cosa era imaginarlo y otra muy distinta verlo con sus propios ojos. No podía ignorarlo.

Con la mano derecha recién vendada, Samantha comenzó a escribir un mensaje. Sus dedos temblaban.

“El mes de prueba terminó. Nos vemos mañana a las diez en el registro civil”.

Llevaba tres años casada con Gael Castillo, y él jamás la había mirado con esa ternura. En su mirada, ella solo encontraba desprecio.

Sí, él la despreciaba. La persona que lo había obligado a casarse con ella era la que más detestaba en el mundo. Además, por ese matrimonio, tuvo que separarse de la mujer que amaba durante tres largos años.

Pero en aquel entonces, ella no había tenido opción. Su abuelo, enfermo de cáncer y con un último deseo por cumplir, necesitaba un tratamiento carísimo: cada inyección costaba cien mil dólares. Aceptar la propuesta de la tía de Gael fue su única salida.

Sus intenciones iniciales no habían sido puras, y se sentía en deuda con él. Por eso, durante tres años, se dedicó en cuerpo y alma a cuidarlo, soportando sus peores palabras con la misma paciencia día tras día.

Después de tres años, hasta un perro se ganaría el cariño de su dueño y lo preocuparía si se enfermara.

Pero Gael, mientras ella lo necesitaba para firmar una autorización quirúrgica, estaba brindando con la mujer que amaba.

Sintió cómo se le partió el corazón. Se cubrió los ojos con la mano; las lágrimas se deslizaron entre sus dedos.

***

Ya era muy tarde cuando salió del hospital. Apenas encendió el auto, su celular sonó. El tono personalizado le indicó que era Gael.

Su cerebro le ordenaba colgar, pero sus dedos, por costumbre, contestaron la llamada más rápido.

Se maldijo en silencio mientras respondía con un seco “¿Bueno?”.

—Gael está borracho en el club Nocturnia. Tienes que venir a recogerlo.

Antes de que pudiera decir nada, la persona al otro lado del teléfono colgó.

No quería ir, pero entonces pensó: si Gael pasaba la noche con Renata, ¿qué garantía tenía de que se presentara mañana para el divorcio?

No tenía opción.

***

Club Nocturnia. Después de estacionar, Samantha observó el vendaje en su mano derecha y luego recordó la imagen impecable y elegante de Renata esa noche. Sin dudarlo, se quitó la gasa.

La apariencia lo era todo en ese momento. No podía permitirse lucir derrotada.

Al entrar en la sala privada, encontró a la mayoría de los invitados desparramados por los sillones, ebrios. Solo Gael conservaba la misma postura del video, como si estuviera dormido, desprovisto de la intensidad que lo caracterizaba cuando estaba sobrio.

Sin embargo, lo primero en lo que se fijó no fue en él, sino en Renata, quien, aprovechando la situación, se recostaba contra su hombro.

Sus mejillas sonrojadas le daban un encanto particular. En cambio, Samantha había salido de casa a toda prisa, con apenas un suéter sobre la ropa de casa y sin una gota de maquillaje. Era la viva imagen de un ama de casa, un abismo de diferencia con la mujer que tenía enfrente.

Al verla, Renata se enderezó de un salto, como si la hubieran descubierto.

—No me malinterprete, señora Castillo —se apresuró a decir con nerviosismo—. Bebí un poco de más y me sentí mareada, solo me recargué un momentito en Gael.

Su actuación era tan melosa que empalagaba, superando incluso el fuerte olor a alcohol de la habitación. Vaya, parece que en el extranjero perfeccionó su actuación.

Como si estuvieran coordinadas, alguien más saltó a defenderla.

—No abuses solo porque Gael te quiere. Sabes que tocar este tema lo pone furioso. Todos saben que él la odia y detesta que la llamen señora Castillo.

Las palabras de Karina Mendoza, la hermana de Renata, desataron risas burlonas en la sala.

Todos miraban a Samantha con el mismo desprecio de siempre.

—No digas eso —intervino Renata, interpretando el papel de pacificadora. Después de regañar a su hermana sin ninguna convicción, se volteó hacia Samantha con una sonrisa de disculpa—. Ay, perdón, mis papás la tienen muy consentida.

A Samantha no le afectó.

—No te preocupes. Tiene razón, Gael me odia.

—Al menos lo reconoces —dijo Karina con desprecio.

Samantha le sonrió.

—Qué le vamos a hacer. Por mucho que me odie, sigo siendo la señora Castillo. Y por mucho que la quiera, pues… no tiene ningún título.

Era lo mismo que llamarle a Renata “la otra” en su cara. El color desapareció de las mejillas de la aludida.

—¿Qué estás insinuando? —estalló Karina, furiosa—. ¡Tú te metiste entre mi hermana y Gael! Si no fuera por ti, ya hasta tendrían hijos.

“¿Hijos? Por favor.”

“¿Por qué no le preguntan a Gael si siquiera puede tener una erección con ella?”

“Si no fuera porque llevo tres años desintoxicándolo, ese tipo sería incapaz de funcionar por el resto de su vida.”

Y ahora que lo había curado, antes de que ella pudiera… beneficiarse, Renata se lo iba a quedar.

Solo de pensarlo, sentía un nudo en la garganta.

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