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Capítulo 11

Author: Esperanza Marín
La mirada de Adrián se agitó, perdiendo por un segundo su compostura habitual.

—Yo no…

—Adrián, por favor, deja de engañarte. Hay cosas que, si las destapamos, se van a ver muy feas y nadie va a quedar bien. —Lo interrumpió Olivia, con una calma que contrastaba con la tensión en el aire—. El divorcio es lo mejor para todos. En serio lo creo. Paulina encaja mucho mejor en ese papel de “señora Vargas” que tú tienes en la cabeza…

—¿Vas a seguir con lo mismo? ¿Otra vez con Pau? —gritó él, cortándole la frase de tajo—. Ya te he explicado mil veces que no hay nada.

—La persona que no puede superar el tema de Pau no soy yo —dijo ella, clavando sus ojos en los de él con una firmeza nueva—. Eres tú.

Se quedó pasmado, mudo.

—Olivia…

—Los dos lo sabemos, ¿no? —continuó ella, suavizando el tono, intentando que la charla pareciera una negociación madura y no un drama conyugal—. Ya es hora de ponerle punto final a estos cinco años. Vamos a despedirnos bien, como gente civilizada. Deja que los rencor
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    —¡Hazlo tú! —exclamó sin moverse, girando la cabeza para evitar mirarlo mientras se recargaba contra la pared, ocultando el sobre tras su espalda con fuerza.Adrián la observó, y en su mirada apareció un rastro de resignación.—Vaya humor que traes últimamente.Sin embargo, no la presionó más. Tampoco pareció sospechar que escondía algo detrás de ella, y entró a la habitación. Al final, fue Rosa quien abrió el paquete. Olivia aprovechó el descuido para esconder rápidamente los resultados y se refugió en la habitación de huéspedes.—Prepárate que ya nos vamos —la llamó Adrián desde afuera.Se dio la vuelta, molesta—¿Podrías tener la decencia de respetarme un poco? No puedes avisarme de todo al cuarto para las doce, como si fuera una circular de la empresa.Se detuvo en el umbral de la puerta.—¿Le parece que esto es “de último momento”? Hoy es el cumpleaños de tu papá.Olivia se quedó callada.—¿O prefieres que vaya solo? —insistió él, arqueando una ceja.—Dame un momento, me voy a cam

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    Ella no sabía cómo se veía Adrián cuando perdía el control de esa manera. Desde que lo conoció, había sido un hombre siempre serio, como la bruma que envuelve la montaña o el musgo sobre la piedra: sutil, evasivo. Siempre había una capa, un velo entre él y el mundo, imposible de descifrar o de tocar.Incluso después de casarse con él, esa barrera persistía. Pero, en ese momento, su furia era genuinamente rara. Sintió pánico al quedarse mirando la camisa desabrochada y los músculos definidos que se asomaban bajo la tela rasgada.—¿Qué estás haciendo?Se envolvió firmemente en la cobija.—¿Qué crees que estoy haciendo? Eres mi esposa, vives de mí, y ¿conspiraste con otros para joderme? ¿Qué esperas que haga?—Yo no...Al principio, pensó que no valía la pena siquiera explicarse, pero la forma en que él la miraba indicaba que, usando esto como pretexto, iba a hacer algo descontrolado. Observando cómo Adrián se desabrochaba el cinturón, Olivia, todavía envuelta en la cobija, trató de salta

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    Durante mucho tiempo, su corazón latía al ritmo que él marcaba. Por eso se esmeraba en tenerle la cena lista, en mantener la casa impecable, intentando construir un refugio cálido para él. Incluso cuando llegaba tardísimo, ella solo quería que, al cruzar la puerta, pudiera descansar y sentirse en paz.Lástima que no parecía necesitar nada de eso. “Así que”, pensó con resignación, “que se preocupe por él la persona que él realmente ama”.Olivia decidió que se daría un baño, revisaría algo de información sobre posgrados en el extranjero y se iría a dormir. El problema es que los algoritmos de las redes sociales son odiosos; siempre se las arreglan para mostrarte lo que no quieres ver.Al abrir Instagram, una nueva publicación de Paulina apareció en su inicio. La había subido hacía apenas unos minutos. Era sobre lo que había pasado esa noche.Una foto de dos manos entrelazadas. La mano de Adrián sosteniendo la de ella.El texto al pie decía: “Siempre ha sido un roble, orgulloso y brillant

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    —Sí —contestó Olivia, sin ánimos de dar más explicaciones.Adrián dio un paso al frente, invadiendo su espacio personal. Estaba tan cerca que ella pudo distinguir con claridad las líneas de expresión bajo sus ojos, marcas de un agotamiento. Apenas rozaba los treinta años, pero el tiempo y el estrés ya le habían pasado factura.La sujetó por los hombros, y el leve aroma de su perfume la golpeó.—¿No te he tratado bien todos estos años?Al decir aquello, el cansancio parecía brotar de cada poro, desde su frente arrugada hasta las ojeras oscuras que le daban un aspecto demacrado. Ella dejó escapar un suspiro.“Bien”.Tenía que admitirlo: se esforzaba por darle lo mejor. Comida, casa, lujos, dinero... incluso con su abuela y su familia, Adrián siempre sacaba la cartera sin chistar.“Adrián” —pensó con amargura—, “toda esa bondad no vale lo que costó mi pierna, no compensa que me pagaras para silenciar ese daño...”—¿Si no te he fallado en nada, cómo tienes corazón para hacerme esto? —Sus o

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