—Adrián... —La voz se le quebró, traicionando su fragilidad.—¿Mmm? ¿Olivia? —Le tomó la mano—. ¿Qué pasa? ¿Quieres llorar? Hazlo, no te contengas.Su tono era de una suavidad extrema, casi irreal. Era idéntico a aquella vez, años atrás, cuando salió del quirófano. La llevó a la habitación junto con la enfermera y se quedó velando su sueño, preguntándole con esa misma voz melosa: “Olivia, ¿te duele? Si te duele, llora, no te aguantes...”En ese entonces, creyó que esa atención delicada era el mejor analgésico. Qué lástima que le tomara tantos años comprender que la amabilidad y los cuidados de un hombre jamás se transforman necesariamente en amor...—Adrián, divorciémonos —murmuró ella, retirando la mano mientras las lágrimas comenzaban a nublarle la vista.Adrián arrugó la frente; no esperaba escuchar eso.Tras un breve silencio, pidió un plato limpio al mesero. Tomó un trozo de pescado y, con paciencia, le quitó las espinas usando el tenedor. Sin alzar la voz, le dijo:—Sé que sigues
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