เข้าสู่ระบบCumplía años y mi esposo, Don Damián, me regaló el collar de perlas de su difunta esposa. Me lo puse para la cena. Mi hijastro, León, enfurecido, me arrojó vino tinto encima. Fui el hazmerreír de toda la fiesta. —¡Maldita! —me dijo entre dientes—. ¿Acaso crees que por ponerte las joyas de mi mamá vas a poder reemplazarla? Me clavó una mirada gélida. Y luego gritó: —¡Lárgate de mi casa! Pero su madre murió cuando él era un bebé. Fui yo quien lo crio. Alguien le metió cizaña. Le dijeron que yo había matado a su madre. Ahora cree que soy una víbora que engatusó a su padre. ¿Y su padre? ¿Mi esposo? Él nunca me vio realmente. Solo veía el fantasma de Cristal. No se me rompió el corazón… ¡se hizo añicos! No me amaron. Ni siquiera me tomaron en cuenta. Así que me fui. Entonces, ¿por qué, cuando por fin me había ido, volvieron de rodillas, suplicándome que volviera?
ดูเพิ่มเติม—Todos creían que estabas muerto —dijo Damián, aún en shock—. La explosión de hace tres años...—Yo la organicé —dijo Julián con tono plano—. Un cadáver, un informe de ADN, unos testigos comprados. A veces, la muerte es la única forma de escapar de la familia.—Los Thorne te han estado buscando.—Que busquen —dijo Julián, soltando la llave—. No se puede encontrar a un hombre muerto.Los ojos de Damián iban y venían entre Julián y yo, y su rostro se ensombrecía por segundos.—¿Así que este es tu juego? —preguntó con desdén, mirándome—. ¿Cambiarme por un fantasma?—Él no es un fugitivo —dije, dando un paso al frente—. Es un hombre libre.—¿Libre? —se burló Damián—. ¡Es un cobarde! Huyó de sus responsabilidades, ¡tiró su propio nombre a la basura!—Al menos tuvo el valor de elegir su propia vida —dijo Julián, mirando a Damián—. No como tú. Encontraste un torrente incontrolable e intentaste encerrarla en una jaula dorada.—¿Un torrente?—Ella —dijo Julián—. ¿Alguna vez la has mirado de ver
—¿León me necesita? —Solté una risa fría—. Hace un mes, quería ponerme una bala.El rostro de Damián se tensó. —Es solo un niño. No sabía lo que hacía.—Tiene ocho años —dije, sin moverme del lado de Julián—. Suficiente edad para distinguir el bien del mal.—Elena. —Damián sacó una caja de terciopelo del bolsillo de su traje—. Hablemos.La abrió. Dentro había un anillo de diamantes del tamaño de un maldito iceberg.No era el anillo de Cristal. Uno nuevo. Cegadoramente brillante y que valía una fortuna.—Cásate conmigo —dijo—. De verdad esta vez. No serás una suplente. Serás mi reina. La reina de toda la ciudad.—No.—También traje esto. —Hizo una seña a un guardia para que acercara una carpeta gruesa—. Un acuerdo prenupcial. Un fondo fiduciario de diez millones de dólares. Un departamento en el centro de la ciudad. Y acciones en tres de mis empresas.Diez millones.Todavía creía que yo era la misma chica que podía comprar.—Dije que no.Justo entonces, León saltó del coche. Sus ojos es
Solo se necesita una grieta. Y pronto, el mundo entero se hace añicos.Pasaron semanas. La casa cayó en el caos.El nuevo mayordomo vendía botellas vintage de la bodega.Los tributos semanales de los sindicatos llegaban cortos. Los sobornos desaparecían. Las cuentas no cuadraban y nadie tenía una maldita respuesta.Incluso las rosas negras que Elena había cuidado con tanto esmero en el jardín comenzaron a marchitarse y morir en parches.Damián se estaba ahogando en la mierda insignificante que nunca antes había tenido que tocar.Casi le rompe la mandíbula a un capitán por un libro de contabilidad atrasado. Toda la plaza podía sentir el humor negro del jefe Salazar.Por primera vez, se dio cuenta de que Elena había sido como un escudo invisible, protegiéndolo de todos los problemas feos y ordinarios del mundo.Entonces, León se enfermó.Una fiebre alta que no cedía. Pesadillas.El médico de la familia fue inútil. En su delirio, León peleaba contra todo tratamiento, repitiendo un nombre
El día después de que Elena se fuera, un silencio antinatural se apoderó de la casa.Don Damián estaba parado frente a la negra boca chamuscada del garaje, su rostro una máscara de piedra en el gris amanecer.Una mujer desobediente se había ido. Nada más.A los Salazar nunca les habían faltado mujeres.En el comedor, León pinchaba sus huevos con un tenedor, con una infantil mirada de victoria en el rostro.—Esa mala mujer se fue —le dijo a Sofía, quien ocupaba el asiento principal—. Por fin.Sofía, en una ajustada bata de seda, le lanzó una sonrisa coqueta. —Por supuesto, cariño. De ahora en adelante, yo cuidaré bien de ti y de tu papi.Sus "reformas" fueron rápidas y de mal gusto.El primer día, las sencillas cortinas de lino de Elena fueron reemplazadas por aterciopelados carmesíes chillones que tragaban la luz y hacían que el aire se sintiera pesado y barato.El segundo día, el viejo mayordomo que había servido a los Salazar durante treinta años fue despedido bajo la acusación de qu
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