Estuve atrapada en esa habitación tres días enteros.Don Damián dijo que era para que yo «reflexionara sobre lo que había hecho».Y León se tomó como misión venir a gritarme insultos cada día, como si fuera su juego favorito.El tercer día, la puerta finalmente se abrió.Mi padre irrumpió, sin aliento, con el traje desarreglado.Llevaba el cabello revuelto. Parecía que había manejado toda la noche.Vio el moretón en mi frente y se le puso pálido el rostro.—Elena, hija mía —abrió los brazos para un abrazo.Di un paso atrás. —¿Qué haces aquí?—Don Damián me contó lo que pasó —la voz de mi padre tembló—. Elena, Dios mío, ¿qué has hecho? No puedes dejarlo. ¡Vas a arruinarnos!—¿Arruinarlos a ustedes?—Sin la protección de los Salazar, estamos muertos. Nuestro negocio se acabó. —De pronto, cayó de rodillas—. Nuestros enemigos nos harán pedazos. Los competidores tragarán nuestro territorio. Tu hermano sigue en la universidad, las cuentas médicas de tu madre——Basta.Pero siguió, con su voz
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