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Capítulo 2

Penulis: Amanda Dasilva
Con el ánimo por los suelos, Soraya casi se desmayó en sus propios pensamientos, “¡Dios mío! ¿Cómo diablos voy a mirarle a los ojos al profesor… después de descubrir que él fue con quien pasé esa noche de locura?”

Zulma, que seguía encantada con la idea de tener un profesor guapo, bajó la vista y vio a Soraya desplomada sobre el pupitre, con la expresión de alguien que ya no espera nada de la vida.

—Sora, ¿qué te pasa? Tienes cara como si hubieras tragado mierda.

Si pudiera elegir, Soraya preferiría tragársela de verdad.

—Zulma… —balbuceó, con los ojos a punto de quebrarse en lágrimas—. Estoy acabada, metí la pata… estoy jodida.

—¿De qué hablas? —preguntó Zulma, sin entender nada.

En ese instante, una voz clara y profunda retumbó desde la tarima.

—Silencio.

Esa voz se superpuso al recuerdo de aquella noche, y la frágil esperanza que Soraya aún guardaba se hizo pedazos.

Era él. Aunque aquella noche su voz había sonado más grave, más ronca, ella no podía equivocarse.

Bastó una sola palabra para que el auditorio quedara en un silencio absoluto, tan espeso que hasta se oían las respiraciones de los alumnos.

La voz del hombre, grave y melodiosa, se expandió por cada rincón del salón a través del micrófono.

—Me presento. Me llamo Ezequiel Alonso. A partir de hoy estaré a cargo de la materia de Anatomía.

—¡Guau!

—¡Guau!

En cuestión de segundos, una ola de gritos y exclamaciones entusiastas sacudió el salón.

“¡Noooo!”, volvió a gritar Soraya para sus adentros.

En ese preciso instante comprendió, en carne propia, aquello de que las cosas que duelen o alegran el corazón son como zapatos: solo le calzan a quien los lleva puestos.

Especialmente porque Zulma gritaba todavía más fuerte, tanto que estuvo a punto de dejarla sorda.

Ezequiel levantó la mano en un gesto de pausa, y la multitud calló de inmediato, como si todos compartieran un acuerdo secreto.

—Sin rodeos. En esta primera clase haremos una introducción sencilla a la Anatomía —anunció.

El proyector mostró el PowerPoint. Sobre la tarima, Ezequiel se erguía como un abeto: recto, imponente, con una elegancia natural que irradiaba serenidad y nobleza.

—La Anatomía —comenzó—, es la ciencia que estudia la forma y la estructura del cuerpo humano. Mediante la observación directa, el microscopio o las técnicas de imagen, nos revela la disposición de los órganos, tejidos, sus relaciones de vecindad y las leyes de su desarrollo…

Su voz, serena y medida, se desplegaba por el aula. Cada estudiante escuchaba con más atención que en sus últimos exámenes de preparatoria.

Bueno, casi todos... excepto Soraya.

Ella pasó toda la clase en ascuas, incapaz de procesar una sola palabra.

Zulma, notando su incomodidad, se inclinó hacia ella y murmuró:

—¿Qué, te salió una hemorroide o qué? No paras de moverte.

“¿Cómo puede hablar tan vulgar esta mujer?”, pensó Soraya.

Soraya llevaba tanto rato encogida que la espalda ya le dolía. Instintivamente se enderezó un poco…

Y justo en ese instante, como si el destino hubiera tendido una emboscada, su mirada se cruzó con la de Ezequiel en la tarima.

Un zumbido ensordecedor le explotó en la mente.

Al mismo tiempo, Ezequiel, que estaba explicando, se detuvo de golpe. Su vista se clavó con precisión en esa dirección.

—¿Qué pasó?

—¿Qué le ocurre al profesor?

Los murmullos inquietos comenzaron a recorrer el auditorio.

Zulma le dio un tironcito a la manga y le susurró con cautela:

—Sora... me parece que el profesor Alonso te está mirando a ti.

Recobrando de golpe la noción de dónde estaba, Soraya forzó una risita nerviosa y giró la cabeza hacia atrás, fingiendo naturalidad.

—¿A mí? ¡Imposible! Seguro está viendo a los de atrás... seguro que alguien se distrajo.

En la tarima, los ojos de Ezequiel se oscurecieron. Fue una grieta en su compostura habitual, porque enseguida corrigió el gesto: apartó la mirada y retomó la clase como si nada hubiera ocurrido.

Nadie notó que sostenía el puntero láser con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos.

“¿Será que me reconoció? ¡No puede ser!”, pensó Soraya con incertidumbre, aferrándose al mismo tiempo a la desesperada esperanza de que aquel hombre no guardara ni el más mínimo recuerdo de ella.

Con las manos entrelazadas, empezó a rezar en silencio: “Por favor, por favor, te lo ruego, Dios mío...”

Pero la voz de Ezequiel retumbó de pronto en el micrófono.

—Entonces... que me responda la muchacha de la tercera fila desde atrás, quinta a la derecha, la de la chaqueta gris.

La eligió con una precisión tan milimétrica como el número π extendiéndose hasta el infinito.

Soraya, desconcertada, sintió de golpe decenas de miradas clavándose en ella.

Alzó la vista... y se topó de lleno con los ojos profundos de Ezequiel.

“¿Y si me quito la chaqueta gris ahora mismo? ¿Todavía alcanzo a disimular?”, la idea cruzó fugaz por su mente.

Con la cabeza nublada, se puso de pie torpemente.

El profesor, con la sonrisa serena propia de un académico, le habló con calma:

—Responda la pregunta que acabo de hacer.

Ella no tenía ni la menor idea de qué estaba hablando. En toda la clase lo único que había hecho era retorcerse en silencio y suplicar al cielo.

Con la mente en blanco, balbuceó:

—¿Q-qué pregunta?

Risas bajas se esparcieron entre los alumnos.

Ezequiel, sin perder un ápice de paciencia, continuó:

—El método de tinción más usado en cortes de parafina. Lo mencioné hace apenas unos minutos.

Soraya giró la cabeza hacia Zulma, implorando ayuda con los ojos. Ella, muda de miedo, solo movió los labios intentando darle la respuesta.

Infortunadamente, Soraya no logró entender nada.

Con el rostro compungido, murmuró en voz apenas audible:

—No lo sé.

Ezequiel le preguntó con calma:

—¿Cómo te llamas?

“Se acabó!”, pensó Soraya.

Estaba segura: lo de la pregunta era solo un pretexto; lo que realmente quería era sacarle el nombre.

Por un segundo estuvo a punto de decir “Soledad”, pero le faltó valor. Tragó saliva con nerviosismo y murmuró:

—Soraya.

Los ojos de Ezequiel brillaron al repetir:

—Eres Soraya, ¿verdad?

Ella no se atrevía a sostenerle la mirada y sintió que se le erizaba todo el cuerpo.

—Es mi primera clase y ya andas distraída. Al terminar, pasa por mi oficina —dijo Ezequiel.

Por dentro, Soraya lloraba lágrimas invisibles, pero no tuvo más opción que responder:

—Sí, profesor Alonso.

Por fin se dejó caer en el asiento, con la sensación de estar enfrentando su destino final.

—Sora, tranquila —susurró Zulma, inclinándose para reconfortarla—. El profesor Alonso parece muy amable, seguro no te hará nada.

Soraya no se movió ni un milímetro. Solo pensó para sí, “¿Amable? En la cama de todo menos amable”.

—Además —insistió Zulma, en tono de complicidad—, así hasta tendrás una oportunidad de pasar más tiempo con él en su oficina. ¡Una oportunidad de oro!

“¿Oportunidad de oro? Que se la quede otra...”, pensó ella. Lo último que quería en el mundo era eso.

Esa clase, tan asfixiante como interminable, llegó a su fin. Ezequiel salió del aula y, en cuestión de segundos, el salón estalló en bullicio.

Todos comentaban lo mismo: lo apuesto del nuevo profesor, lo melodiosa que era su voz, lo magnética que era su presencia.

En otro momento, Soraya habría estado en primera fila de esas conversaciones.

Pero ahora... era incapaz de esbozar una sonrisa.

—Zulma —suplicó, aferrándose a la mano de su amiga con solemne dramatismo—, si me pasa algo, prométeme que en mi funeral me contarás el final de mi manga favorito, para que yo pueda enterarme desde el cielo.

Y sin más, con un gesto trágico, se volvió y caminó hacia su destino. Zulma quedó atónita, mirando cómo se alejaba.

“Pero si solo va a ver a un profesor... ¿por qué camina como si fuera una guerrera rumbo a una batalla sin retorno? Al fin y al cabo, lo peor que puede pasar es que el profesor la regañe un par de veces. Nadie va a devorarla”, pensó Zulma.

Frente a la puerta de la oficina, Soraya se detuvo con el corazón encogido.

Alzó la mano para tocar... y la dejó caer.

Repitió el gesto varias veces, cada vez con más vacilación.

Al final, se llenó de determinación.

“Total, si la espada ha de caer, que caiga de una vez. Morir antes es morir menos”, se dijo con solemnidad trágica.

Además, estaba convencida de que, si lo negaba con firmeza, Ezequiel jamás tendría pruebas de que aquella noche había sido ella.

Inspiró hondo, levantó la mano y golpeó suavemente la puerta. De inmediato, una voz templada y cálida se dejó oír desde dentro.

—Adelante.

Soraya empujó la puerta con decisión, y en ese mismo instante, sintió a su corazón acelerándose.
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