Pasé una noche de locura con mi profesor

Pasé una noche de locura con mi profesor

От :  Amanda DasilvaUpdated just now
Язык: Spanish
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La vida de Soraya Rojas dio un vuelco total. El hombre con el que había pasado aquella noche resultó ser su profesor universitario, y lo peor de todo: descubrió que estaba embarazada. Con las manos temblorosas, colocó el informe del embarazo frente a él. El profesor Alonso fue claro y directo, le dio dos opciones: Una: abortar. Dos: casarse. Y así, Soraya terminó casándose con su profesor. Después de la boda, los dos dormían en habitaciones separadas. Hasta que, una noche, Alonso apareció en la puerta de su cuarto con una almohada en brazos y dijo: —La calefacción de mi habitación se descompuso. Esta noche me quedaré aquí. Soraya, confundida, le abrió paso sin pensar demasiado. Al día siguiente volvió a presentarse. —Todavía no la arreglaron. Tendré que quedarme contigo otra vez. Al final, se instaló en la habitación de Soraya, con la excusa de que así ahorrarían en calefacción y podrían destinar más dinero al bebé. La Universidad Médica Litomar era una de las instituciones más reconocidas del país, y el profesor Ezequiel Alonso, como el docente más joven de la facultad de medicina, se había convertido en una de sus mayores estrellas. Si bien siempre llevaba un anillo de casado en el dedo anular, nadie había visto nunca a la dichosa esposa. Hasta que, un día, un estudiante no pudo contener la curiosidad y preguntó en plena clase: —Profesor Alonso, dicen que usted ya está casado… ¿cuándo nos va a presentar a su esposa? Nadie esperaba la respuesta. De repente, el profesor pronunció un nombre: —Soraya. Una joven que estaba entre el grupo de estudiantes se levantó por reflejo, como si aún fuera alumna y él hubiera llamado lista. —¡Presente! —exclamó. Bajo la mirada atónita de todos, el profesor Alonso sonrió con dulzura y la presentó. —Les presento a mi esposa, Soraya. Es una excelente cirujana cardiovascular.

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Chapter 1

Capítulo 1

—Mm.

La puerta de la habitación se abrió de golpe y dos personas entraron tambaleándose.

Ambos tenían los ojos vidriosos por el alcohol. Apenas entraron, se fundieron en un beso apasionado. Los jadeos se mezclaban, creciendo y apagándose, mientras un aire cargado de deseo llenaba el cuarto.

—¡Ah…!

Soraya Rojas soltó un gemido de sorpresa cuando el hombre la levantó con facilidad. Su cuerpo menudo se amoldó instintivamente a los brazos de él, y la marcada diferencia de estatura despertaba pensamientos prohibidos, casi pecaminosos.

Él avanzó hacia la cama y la dejó caer sobre el colchón, cubriéndola con su imponente figura. En sus ojos enrojecidos ardía un fuego imposible de contener, encendido bajo sus cejas severas.

La razón de ambos se desvaneció.

Soraya se aferró a las sábanas con tanta fuerza que sus nudillos quedaron blancos. Una chispa de luz cruzó por sus pupilas. La lámpara titilaba, mientras los gemidos ahogados resonaban por toda la habitación.

—¡Sora! ¡Sora! —La voz de Zulma Mendoza la arrancó del sueño.

Soraya despertó de golpe, con una fina capa de sudor cubriéndole la frente.

Otra vez. Había pasado un mes, pero ese sueño recurrente la perseguía cada noche, vívido y perturbador.

Todo había comenzado durante las vacaciones de verano, en el cumpleaños de Lucas Barreto. Ella, ilusionada y radiante, había aceptado la invitación sin dudar. Pero al llegar, la realidad la golpeó como un balde de agua fría: Lucas no solo la había invitado a ella. Otros compañeros de la carrera estaban allí, incluida Yolanda Vera, cuya belleza era casi legendaria. Estaban sentados tan cerca, con una intimidad que no necesitaba palabras para explicarse.

Varias miradas convergieron en Soraya, expectantes, como si aguardaran su reacción. Aunque compartían la misma carrera, no estaban en la misma clase. Todos los presentes sabían que ella llevaba dos años enamorada de Lucas; incluso él lo sabía, pero nunca la había rechazado.

Sin embargo, al observar las reacciones de sus compañeros, Soraya comprendió que ella había sido la única engañada.

Lucas la mantenía cerca con falsas esperanzas, mientras, a escondidas, alimentaba una relación ambigua con Yolanda. Las miradas burlonas atravesaron el corazón de Soraya como cuchillos. En silencio, juró poner fin a esa ridícula pasión unilateral que la consumía.

Esa noche, con la rabia ardiendo en su pecho, Soraya bebió más de la cuenta. Presa de sus emociones, caminaba tambaleante hacia el baño cuando tropezó torpemente con alguien. Al levantar la vista, se encontró con unos ojos profundos que la miraron con una intensidad inesperada.

Era un hombre mucho más atractivo que Lucas, con una presencia tan imponente que resultaba imposible de ignorar. Bajo el influjo del alcohol, Soraya sintió un arrebato de valentía. Lo tomó por el cuello de la camisa y, con el aliento cargado de licor, susurró:

—¿Quieres acostarte conmigo?

Lo que siguió fue un torbellino incontrolable: entraron a una habitación y se entregaron a una noche envuelta en pasión y desenfreno, imposible de describir con palabras.

A la mañana siguiente, Soraya despertó desnuda a su lado, con el corazón latiéndole a mil por hora. El pánico la invadió. Se vistió a toda prisa y huyó casi arrastrándose fuera del cuarto.

Sabía que había cometido un error. Por eso no tuvo el valor de contárselo a nadie, mucho menos de averiguar quién era aquel hombre.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en él. Aunque había pasado un mes, los recuerdos la asaltaban cada noche en sueños: cuerpos entrelazados, respiraciones entrecortadas y esa mirada profunda, insondable, que la perseguía sin darle escapatoria.

—¡Sora, apúrate! ¿Qué haces ahí, todavía perdida en la luna? ¡Apenas empieza el semestre y ya quieres llegar tarde!

La voz de Zulma sacó a Soraya de sus pensamientos.

De un salto, apartó las imágenes caóticas que la acosaban, y con torpeza se bajó de la cama.

Tras asearse a toda velocidad, tomó sus libros en un abrazo desordenado y salió corriendo junto a Zulma rumbo al salón de clases.

—¿Por qué corres tanto? —preguntó Soraya, que apenas podía seguirle el paso.

—¿Ya se te olvidó que hoy tenemos Anatomía? —contestó Zulma—. Últimamente andas en las nubes, Sora. ¡No te acuerdas de nada!

Fue entonces que Soraya lo recordó.

Claro, ese profesor. La universidad había desembolsado una fortuna para traer a un catedrático de anatomía de renombre mundial. Decían que se había graduado con honores de la Universidad J. Hopkins y que, a una edad sorprendentemente joven, ya lo habían nombrado profesor titular, el más joven en la historia de la facultad de medicina.

Pero un imprevisto lo había retrasado, y la clase de Anatomía se pospuso un mes, justo después de las vacaciones de Fiestas Patrias. Ese día, por fin, sería su primera clase con él.

—¡Sora, sabes qué! —dijo Zulma, con un brillo en los ojos y una emoción que apenas contenía—. Esta mañana, algunas muchachas ya se toparon con ese profesor. ¡Dicen que es tan guapo que deja a cualquiera sin aire! La universidad está revolucionada; hay un montón de muchachas lamentándose por no haberse inscrito en su clase. —Apretó la mano de Soraya con entusiasmo y urgió—. ¡Vamos, apúrate, o no vamos a encontrar dónde sentarnos!

Soraya puso los ojos en blanco para sus adentros y pensó: “¿De verdad es tan guapo?”

Ellas ya estaban en tercer año, y a la primera clase del lunes solía ser un desierto. La mayoría de los estudiantes pedía a otros compañeros que firmaran la lista de asistencia. No era raro ver aulas medio vacías, pero con listas de nombres completas, como si todos hubieran asistido.

Sin embargo, al llegar a la puerta del auditorio, Soraya quedó boquiabierta.

El pasillo estaba abarrotado, era un auténtico mar de estudiantes empujándose como si estuvieran regalando comida en plena hambruna.

Zulma, en cambio, parecía haberlo anticipado.

—Con un profesor atractivo y, encima, graduado de una universidad prestigiosa... esto es prácticamente un concierto de fans —dijo con una sonrisa pícara.

Sin perder el ánimo, Zulma agarró a Soraya del brazo y se abrió paso entre la multitud.

—¡Con permiso, con permiso! —gritaba—. ¡Los oyentes no nos quiten los asientos, por favor! ¡Somos alumnas inscritas!

Tras un forcejeo agotador, lograron encontrar dos asientos libres en el salón. Apenas se sentaron, Zulma arrugó la frente en un gesto de fastidio.

—Qué mala suerte —murmuró.

Soraya siguió la dirección de su mirada y lo entendió de inmediato. Allí estaban, justo en las filas delanteras: Lucas y Yolanda.

Algunas materias clave reunían a varias clases en un mismo auditorio, pero Soraya nunca imaginó que ese día le tocaría enfrentarse a ellos. Lucas y Yolanda estaban allí, con una cercanía que destilaba intimidad. Él le susurró algo al oído, y ella, divertida, se cubrió la boca para contener una risa.

Zulma, al notar que Soraya no podía apartar la mirada, soltó un suspiro.

—Entiendo por qué andas en las nubes últimamente —dijo con tono comprensivo—. A cualquiera le dolería que el hombre que le gusta desde hace dos años empiece a salir con otra.

Soraya giró hacia ella, sorprendida.

—¿Ellos... están saliendo? —preguntó con incredulidad.

—Claro, desde el cumpleaños de Lucas. Ahí lo hicieron oficial. ¿Por qué actúas como si apenas te enteraras?

Soraya murmuró en voz baja:

—Porque de hecho... apenas me estoy enterando.

—Entonces, dime —preguntó Zulma, que llevaba casi un mes observando el extraño estado de su amiga desde que empezó el semestre—, si no es por Lucas, ¿quién te tiene tan distraída?

Soraya apretó los labios. No podía confesar que lo que la perturbaba era aquella noche borrosa, cuando, bajo los efectos del alcohol, había pasado una noche con un desconocido.

Al ver que no respondía, Zulma interpretó su silencio como terquedad y le dio una palmadita en el hombro.

—Está bien, está bien —dijo, suavizando la voz—. Si dices que apenas te enteraste, te creo.

Soraya no dijo más nada.

Pero era cierto: Soraya realmente no lo sabía hasta ese momento.

—Y dime, ¿qué tiene Lucas de especial? —continuó Zulma, cambiando de tema con desenfado—. Sí, es un poco guapo y saca buenas notas, pero no es para tanto. Hay tipos mucho más interesantes, más brillantes… ¡Mira, sin ir más lejos, el profesor nuevo! Ese le gana por todos lados. Sora, deberías apuntar a otro objetivo.

Soraya la miró boquiabierta.

—¿Cambiar por quién? —preguntó, incrédula.

Zulma soltó una risita traviesa y respondió:

—¡Por el profesor nuevo, obvio! ¿Quién más?

“¡Esta mujer de verdad no tiene filtro!”, pensó Soraya.

—¡Hablas puras tonterías! —exclamó Soraya dándole un golpecito juguetón en la frente.

De pronto, un alboroto recorrió el auditorio.

—¡Ya viene el profesor, ahí viene! —Se escuchó entre los estudiantes.

El aula, abarrotada, se llenó de una expectación vibrante. Todos estiraban el cuello, ansiosos por ver al famoso profesor nuevo.

Soraya no era la excepción.

Una chispa de curiosidad la impulsó a comprobar con sus ojos si era cierto eso de que tenía una belleza digna de ser una leyenda.

“¿Acaso será como un dios griego descendido del Olimpo?”, pensó con un toque de ironía.

De pronto, una figura alta emergió en el umbral del salón, avanzando con pasos seguros y pausados. Era un hombre de silueta esbelta, con rasgos finos y un atractivo que parecía tallado con precisión. Las líneas de su rostro eran impecables: el puente de la nariz recto, los labios perfectamente delineados. Sus cejas, bien definidas, enmarcaban unos ojos profundos, de un brillo que parecía capaz de desentrañar los secretos de cualquiera. Su porte, elegante y sereno, envolvía el aula como una brisa primaveral.

A su lado, Zulma notó que Soraya contenía el aliento, sorprendida.

—¿Ves, Sora? —susurró Zulma—. No te mentí… ¡el profesor es guapísimo!

Pero Soraya, soltó un suspiro y se dejó caer sobre el pupitre, abrumada por el impacto.
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