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Capítulo 2

ผู้เขียน: Llama Silvestre
—Clarita…

Gael entró deprisa en la tienda de campaña con una linterna en la mano. Al ver a Clara, extendió el brazo, le rodeó el cuello con la mano y la atrajo hacia él en un abrazo.

Su voz, agradable, temblaba un poco.

—Vi que se apagó la luz. Como te da miedo la oscuridad, me preocupé. ¿Te asustaste?

El sutil aroma a cedro de Gael la envolvió, y Clara sintió un nudo en la garganta. Lo apartó con suavidad y respondió con un tono seco:

—Estoy bien. Solo que ya casi me baja, y con el frío de acampar… Creo que prefiero volver a casa.

Gael encendió la luz ambiental de la tienda. La cálida y tenue iluminación amarilla, pensada para crear un ambiente romántico, ahora le parecía una burla. Gael la observó con intensidad.

—¿No tenías un regalo de cumpleaños muy importante para mí?

Después de la medianoche, comenzaba su vigésimo séptimo cumpleaños. Y Clara, tal como lo había deseado, estaba embarazada. Hasta hacía unas horas, le parecía el mejor regalo que podía darle.

Durante los últimos dos años, Gael siempre había sabido cómo complacerla en la intimidad. Incluso se había hecho la vasectomía para que ella no tuviera que tomar pastillas anticonceptivas y dañar su cuerpo.

Fue ella quien, desesperada por casarse, le rogó que se la revirtiera. En realidad nunca quiso tener un hijo con ella, ¡pero qué bien supo fingir que la amaba!

El médico que la había revisado ese mismo día le advirtió que era mejor evitar las relaciones sexuales durante el primer trimestre.

Cuando se hizo la prueba, ya tenía cinco semanas de embarazo. Dormían juntos todas las noches, y a veces él la buscaba varias veces en una sola noche.

Al parecer, eso no había afectado al bebé. Para complacerlo, acababa de arriesgarse una vez más con él.

Y él, fiel a su palabra, había sido mucho más cuidadoso que de costumbre.

Todavía no sabía de su embarazo. Si se hubiera enterado, ¿esta noche no habría terminado todo en un baño de sangre?

Rio con amargura. Clara observó al sujeto que tenía delante, tan familiar y a la vez tan desconocido.

Nacido en la familia más prestigiosa de Corvallis, los Quintana, su atractivo era innegable. Medía un metro ochenta y ocho, tenía facciones marcadas y unos ojos tan oscuros y profundos como la noche. Su fama de mujeriego le añadía un aura de sofisticación rebelde que resultaba fascinante.

¡Lástima que bajo esa apariencia perfecta se escondiera un corazón tan repulsivo!

Clara decidió no decirle nada sobre el embarazo. El bebé que ella tanto había anhelado era algo que él no deseaba, y ahora, ella tampoco lo quería.

Había llegado esa noche a escondidas y planeaba irse de la misma manera. Temía que otros descubrieran su relación; nunca había aparecido con él en un evento público.

Se había aprovechado de eso, acusándola de avergonzarse de él para manipularla y hacer que le entregara su corazón.

Seguramente, se reía de ella a sus espaldas.

—Es que estoy muy cansada. A lo mejor es porque ya me va a bajar; no creo aguantar hasta las doce. ¿Te lo puedo dar mañana?

Gael arrugó la frente. Clara sabía por qué. El año anterior, en su cumpleaños, ella había resistido hasta la medianoche con fiebre alta solo para ser la primera en darle su regalo y felicitarlo.

Su cambio repentino podría levantar sospechas, pero no le importaba. Sabía que, con la fiesta de compromiso tan cerca, él haría cualquier cosa para mantenerla contenta.

Tal como había previsto, Gael no tardó en sonreír. Le tocó la punta de la nariz con un gesto cariñoso.

—No lo pensé bien. Tienes razón, el frío de acampar no es bueno para ti. Déjame llevarte a casa.

—No te preocupes, aquí están todos tus amigos.

Gael la abrazó de nuevo.

—Esto de vernos a escondidas me está volviendo loco.

¿Intentaba engañarla de nuevo? Si no fuera el heredero del Corporativo Lúmina, sin duda podría ganar un Óscar.

Clara sonrió ligeramente.

—Ya solo falta un mes y medio. Prefiero esperar a la fiesta de compromiso para hacerlo oficial.

Seguro que él también esperaba con ansias el evento. Saboreaba el momento de destruirla, de vengarse del rechazo de su hermana y de hacer pedazos a la familia Reyes.

Pero no iba a permitir que eso sucediera. Iba a pagarle con la misma moneda: haría que se enamorara de ella para luego abandonarlo en la fiesta de compromiso.

Le devolvería cada gramo de su propio veneno. Gael se ofreció a llevarla, pero Clara se negó.

Había llegado en su propio auto, un Maserati de edición limitada que él le había regalado.

Sentada en el lujoso asiento del conductor, sonrió de manera burlona.

El auto había costado más de seis millones de dólares. Gael no había escatimado en gastos para destruir a su familia.

Claro, el famoso Gael era conocido por ser generoso con las mujeres. Todas aquellas con las que se le había relacionado nunca hablaban mal de él a sus espaldas; al contrario, solo tenían elogios.

“Seguramente la única mujer que lo ha rechazado en su vida es mi hermana”.

Y ella, de entre todas, era la más patética.

En cuanto a la mujer con la que se había casado…

Clara prefirió no pensar en quién podría ser. A partir de ahora, ya no era asunto suyo.

Clara arrancó el motor y pisó el acelerador a fondo. El rugido del deportivo, como el grito de una bestia enjaulada, terminó con el silencio de la noche.

El auto tomó la curva con un derrape perfecto, enderezándose.

No pudo evitar recordar cómo se había reencontrado con él… Ahora estaba segura de que todo había sido parte de su plan desde el principio.

Sentía una presión insoportable, un dolor que solo podía mitigar con la velocidad vertiginosa y el estruendo del motor.

Condujo a toda velocidad hasta llegar a Villa Clara. El letrero con el nombre de la propiedad, Villa Clara, había sido escrito por el propio Gael.

El encantador y seductor Gael Quintana no solo era implacable en los negocios, sino también un hombre de múltiples talentos. Era un maestro del piano, el ajedrez y la pintura, un imán que atraía a incontables mujeres.

El celular de Clara sonó. Era una llamada de Sara.

Clara sintió que se le nublaba la vista. Su hermana siempre había sido la sensata. Tantas mujeres perdían la cabeza por Gael, pero Sara era la única que lo despreciaba.

Sintió un dolor agudo en el vientre. Hizo una pausa antes de contestar.

—Mañana voy para Corvallis a ver una inversión. Mi vuelo llega a las cinco de la tarde, ¿pasas por mí al aeropuerto? Para que cenemos juntas.

—Claro.

Clara sintió un nudo en la garganta. La voz de Sara sonó preocupada.

—¿Estás resfriada?

—No, es que estuve un rato afuera y con el aire se me tapó un poco la nariz.

—Ya es tarde, no estés en la calle. Vete a descansar. Nos vemos mañana, te cuelgo.

—Sara.

La detuvo Clara antes de que colgara.

—¿Qué pasó?

—¿Por qué odias tanto a Gael?

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