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Capítulo 3

Penulis: Llama Silvestre
Tras un breve silencio al otro lado de la línea, la voz firme y directa de Sara se escuchó:

—¿Para qué preguntas por él? Un patán como ese no merece ni que pienses en él. Si estás en Corvallis y te lo llegas a encontrar, por lo que más quieras, evítalo, ¿entendiste?

En resumen, Sara detestaba a Gael; no tenía ni una sola palabra amable para describirlo.

Al colgar, Clara entró en Villa Clara y sintió que el dolor en su vientre se intensificaba. Sacó el informe del ultrasonido de su bolso. En su vientre había dos sacos gestacionales. Cuando se enteró del resultado, la alegría fue tan grande que quiso llorar.

Ahora, en cambio, las lágrimas estaban a punto de brotar…

Clara dejó el informe a un lado y, aguantando el dolor, terminó de hacer la maleta, decidida a marcharse de ahí.

—Clarita.

“¿Gael ya regresó?”

Rápidamente, tomó el informe y lo escondió con pánico debajo del sofá. Gael entró en la recámara principal y la vio de pie junto al sofá, con la maleta a sus espaldas.

Arrugó la frente.

—¿A dónde vas?

Clara lo miró fijamente. Con una voz neutra que intentaba simular preocupación, respondió:

—Mi hermana viene mañana.

Al mencionar a su hermana, hubo un cambio fugaz en la mirada de Gael.

“Si no hubiera escuchado lo que dijeron sus amigos esta noche”, pensó, “jamás me habría dado cuenta de esa tensión en su mirada”.

Gael dio un paso adelante y la rodeó con sus brazos.

—Mando a alguien que te ayude a empacar. Mañana te llevo al aeropuerto a recogerla; no te vayas esta noche.

Clara lo apartó. Una punzada aguda le atravesó el vientre. Hizo una mueca de dolor y se llevó las manos al abdomen por instinto.

Con la atención al detalle que lo caracterizaba, su voz sonó preocupada.

—¿Te duele?

—Creo que ya me va a bajar. Voy al baño.

Se dirigió de prisa al baño. La mirada de Gael se agudizó por un instante. Luego, se dirigió a la cocina.

En el baño, Clara descubrió que estaba sangrando.

Cerró los ojos. “Tenía que haberle hecho caso al doctor”, pensó, “no debí arriesgarme así”.

Pero ya no importaba. Aunque fueran gemelos, no pensaba tenerlos. Sacó una pieza de ropa interior limpia del gabinete, se puso una toalla sanitaria y, deliberadamente, arrojó la prenda manchada de sangre en un lugar visible dentro del bote de basura.

Gael era un mujeriego, pero no un rico consentido por sus padres. Era excepcionalmente astuto, y solo creería que tenía su periodo si lo veía con sus propios ojos. No iba a dejar que se enterara de su embarazo.

Cuando salió del baño, Gael entraba a la habitación con una bandeja en las manos. Hasta su forma de caminar era elegante y cautivadora.

“La vida le sonríe en todo”, pensó con amargura.

El celular de Gael sonó. Dejó la bandeja sobre una mesa y se inclinó para acariciarle el cabello.

—Voy a contestar. Tómatelo mientras está caliente, Clarita.

Cada vez que Clara tenía su periodo, él le preparaba personalmente un té de manzanilla con canela. Esos gestos la habían conmovido profundamente, hundiéndola cada vez más en su encanto.

Lástima que ya había descubierto su verdadera cara. Nunca más volvería a caer.

Sin dudarlo, Clara vació el contenido de la taza de porcelana en la maceta de jacintos que estaba en el borde de la ventana.

Cuando se disponía a sacar el informe de debajo del sofá, Gael entró de nuevo tras terminar su llamada.

Tomó el asa de su maleta.

—Ya me voy.

Su postura era sumisa, la misma docilidad de siempre, pero su voz tenía un matiz duro, desprovisto de la habitual tristeza que mostraba cada vez que se separaban.

Gael guardó silencio por un momento y luego se levantó.

—Te ayudo con la maleta.

Tomó la maleta.

Clara miró de reojo hacia el sofá y sus pestañas temblaron casi imperceptiblemente. Siempre se había encargado personalmente de la limpieza de la recámara principal, sin permitir que el servicio interviniera. Era poco probable que él encontrara el informe.

***

Fuera de la villa, Clara ya estaba sentada al volante de su auto deportivo descapotable. Gael le advirtió:

—Maneja con cuidado.

Dio marcha atrás lentamente y salió de la propiedad. Una vez que dejó atrás la zona residencial, pisó el acelerador en dirección al hospital.

Tenía un sangrado, pero tras examinarla, el médico le aseguró que no era grave. Le dijo que podría irse después de recibir una inyección hormonal para estabilizar el embarazo, pero que debía cuidarse en casa. Además, la reprendió severamente por su imprudencia.

El tono de Clara era firme.

—Ya no quiero tener a este bebé. ¿Puedo interrumpir el embarazo?

—¿Qué le pasa? ¡Son gemelos! ¿Sabe cuánta gente reza por tener algo así? ¿Y usted quiere deshacerse de ellos?

¿Que no sabía la suerte que tenía de estar esperando gemelos? El problema era que su padre no los quería. Los veía solo como una herramienta más para humillarla a ella y a su familia. ¿Cómo podría pasar por todas las dificultades de un embarazo para darle hijos a un hombre así?

Los intentos del médico por convencerla no sirvieron de nada; su decisión de interrumpir el embarazo era inamovible.

El médico suspiró, resignado.

—Si en serio insiste, después del procedimiento tendrá que guardar reposo durante una semana. La recuperación es muy delicada, casi como la de un parto, y hay muchas cosas que debe tener en cuenta…

Y con paciencia, comenzó a explicarle todos los cuidados posteriores.

Pero Clara tenía que ver a Sara al día siguiente. Interrumpir el embarazo esa noche no era una opción. No le quedó más remedio que aceptar la inyección hormonal por el momento. Interrumpiría el embarazo en cuanto Sara se fuera.

***

De vuelta en su departamento, Clara entró al baño y abrió la regadera. Todavía no había tenido oportunidad de bañarse, y el olor de Gael aún impregnaba su piel.

Él conocía a las mujeres. Sabía cómo complacerlas.

Poco después de que empezaron a salir, la descubrió tomando la pastilla del día siguiente. La segunda vez que intentó tomarla, se la quitó de la boca con un beso y le dijo que esas hormonas le hacían daño, que no volviera a tomarlas. Le confesó que se había hecho la vasectomía.

Esa devoción desmedida la había atrapado durante los últimos dos años, hundiéndola cada vez más.

Ahora, el recuerdo solo le provocaba náuseas. Clara se arrodilló frente al inodoro y vomitó con arcadas tan fuertes que sintió el ardor de la bilis en la garganta.

Se quedó en la ducha hasta pasada la medianoche. Su cuerpo entero estaba impregnado con la fragancia del jabón, pero seguía sintiéndose sucia. Se talló la piel con tanta fuerza que empezó a descarapelarse; sin embargo, la sensación de suciedad no desaparecía.

***

A las dos de la mañana, Clara llamó a su amiga, Olivia Santos.

—¿Cómo le hago para que un hombre se enamore de mí hasta el punto de no poder vivir sin mí?

—Te han sobrado hombres locos por ti desde que éramos niñas, ¿a qué viene esa preocupación ahora?

Clara tenía una figura esbelta y bien proporcionada, una piel tan blanca que parecía brillar y un cabello negro y lacio que le llegaba a la cintura. Sus pestañas, largas y curvas, acentuaban unos ojos preciosos que cautivaban a cualquiera. Con su aire dócil y refinado, era el sueño de cualquier hombre.

—Él no es como los demás.

Olivia guardó silencio por un largo rato antes de decir lentamente:

—Te refieres a… ¿Gael?

Olivia y Clara se conocían desde niñas, y en todo ese tiempo, Clara solo se había interesado en un hombre.

Gael Quintana.

—Sí.

—¿No se supone que ya no te gustaba?

Durante su adolescencia, Clara estuvo enamorada de él en secreto. Era una obsesión. Cuando se enteró de que a Gael le encantaban las motocicletas, ella, que siempre había sido tan tranquila, aprendió a manejar una a escondidas. Pero un día, de la nada, dijo que ya no le interesaba. Hasta la fecha, nunca le había contado a Olivia la razón.

—Solo quiero que se enamore de mí. Yo no voy a sentir nada por él.

—Un mujeriego como él te lleva mucha ventaja, no tienes cómo ganarle. No te arriesgues a que la que termine enganchada seas tú, en serio no vale la pena.

“Demasiado tarde”, pensó con ironía.

“¿Podía haber algo peor?”

Se mordió el labio.

—Sé lo que hago.

—Entonces dime por qué.

Olivia y Clara, amigas desde la infancia, eran polos opuestos en su grupo. Clara era la niña buena, la heredera perfecta de la alta sociedad. Olivia, en cambio, era la rebelde, la oveja negra. Y a pesar de ser tan distintas, eran inseparables.

Clara contuvo sus emociones.

—Porque quiere destruir a la familia Reyes.

—¿Destruir a los Reyes? Por favor. Sara se lo come vivo en los negocios; no tiene oportunidad contra ella. No necesitas meterte en esto y usar trucos baratos.

—¿Qué quieres decir…?

Olivia se dio cuenta de que había hablado de más y cambió de tema rápidamente.

—No, nada. Solo digo que Sara es tan brillante en los negocios que, mientras ella esté al frente, él no tiene ninguna posibilidad de dañar a tu familia.

Clara apretó el celular con más fuerza.

—Me estás escondiendo algo.

Estaba segura de que su amiga sabía algo que ella no.

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