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Capítulo 08

Author: Pera Helada
Zaid eligió el asiento a mi lado.

En poco tiempo, los platos frente a Zaid ya estaban llenos hasta el tope con la comida que mi mamá me había servido, mientras servía me cuidaba: —El trabajo en el hospital debe ser bien ocupado, mira, otra vez estás más flaca.

Sus frases para halagar al yerno seguían siendo las mismas de siempre.

Pero olvidó que Zaid no comía tomate.

Vi el ceño ligeramente fruncido del güey, agarré los palillos y quité el huevo con tomate.

Laura, al ver esto, sonrió incómoda: —Mira, al final no soy tan cuidadosa como Luna.

Se oyó una risa ligera, Zaid fue directo al grano: —Suegra, ¿nos citó hoy para algo específico?

Laura me echó un ojo, sonrió alegre: —¿Qué cosa podría haber? ¿No es que hace mucho que no nos veíamos? Quería reunirnos.

Después de decir esto me hizo una señal con los ojos, indicándome que brindara con Zaid.

En circunstancias normales, ya habría ayudado a Zaid a salir del paso, los cirujanos evitan el alcohol y el tabaco, son estrictos consigo mismos, pero al recordar la escena de la fiesta de cumpleaños, de repente cambié de opinión.

Cuando llevé con delicadeza la copa de vino tinto frente a Zaid, a propósito alargué el tono: —Mi amor, ¿brindamos?

Vi el párpado que le saltó levemente a Zaid.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, sonreí, sin echarme para atrás.

—Mañana temprano tengo turno —su razón para rechazar era justa—, otro día te acompaño.

Frases predecibles, pero aun así me dolieron el corazón.

La noche de la fiesta de cumpleaños de Abril, ¿Zaid no también había ido al hospital?

Al final, era yo, esta esposa de nombre pero no de hecho, la que no tenía tanto prestigio como ella.

Una sensación agria e hinchada me rodeó el corazón, levanté la copa de vino y me la bebí de un trago.

Laura, al ver esto, también se asustó, insinuó: —Beber con medida alegra, pero no te puedes emborrachar.

Sí, emborracharse interferiría con hacer bebés.

Sonreí amargamente, me serví más vino: —Qué raro que el Dr. Gómez tenga tiempo en su agenda ocupada para acompañarme a cenar, debo mostrar mi aprecio.

Después de decir esto, volví a llevar la copa a mis labios, pero Zaid me detuvo.

—Beber mucho echa a perder las cosas —su voz era profunda, su brazo largo a propósito o no se apoyó en el respaldo de mi silla, con un toque de persuasión—. Esta noche te acompaño a Luna, ¿va?

Cuando dijo esto me vio fijamente, sus pupilas negras como obsidiana estaban llenas de sinceridad, me daban la ilusión de estar siendo protegida.

Actuación excelente.

Laura, al ver esto, no pudo ocultar su alegría, dijo dulce: —Entonces coman más, terminen temprano y regresen temprano a casa.

Esta cena terminó medio a las carreras.

Antes de irme, mi mamá me metió la caja de lencería en las manos, me recordó una y otra vez: —Mujer abajo, hombre arriba, es más fácil quedar embarazada.

Quería meterme bajo tierra de la vergüenza.

Sin palabras todo el camino, cuando el coche llegó a casa, Zaid de plano subió conmigo.

El alcohol se me había subido a la cabeza, me esforcé por mantenerme en pie para meter la contraseña, después de dos intentos fallidos, me marcó error.

Zaid, al ver el rollo, se acercó y abrió la puerta en unos cuantos movimientos.

Suspiré en silencio aliviada, lo seguí en silencio adentro, pero el güey de repente se detuvo, como no pude frenar a tiempo, me choqué contra él.

Me hice para atrás apurada, mi cintura delgada fue abrazada de repente, bajé la mirada para ver esa mano que había subido, con venas azules resaltando, articulaciones bien marcadas.

Mi oreja también se cubrió de calor.

Nerviosamente tragué saliva, cuando levanté la mirada hacia Zaid, solo vi la nuez de Adán del güey moverse, su respiración ardiente.

Mi corazón también empezó a latir a lo loco, cuando mi mirada despacio subió, vi claramente el fuego oscuro saltando en los ojos negros del güey.

Con un "pop" sordo, la caja de regalo en mi mano cayó al suelo, la lencería negra seductora se asomó por un extremo del empaque, quedando expuesta ante mi vista y la de Zaid.

Antes de que pudiera explicar, Zaid ya me había empujado afuera.

Al perder el equilibrio me hice para atrás tambaleando varios pasos, al final caí frente al mueble de zapatos en la entrada.

Dolía.

Lo vi confundida, pero vi que los ojos del güey estaban sombríos: —¿Esta es la buena que armaron tú y tu mamá?

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