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Capítulo 3

Author: Peachy
—Te doy tres días. Deshazte de esta mujer.

Isabella se soltó bruscamente de la mano de Dante. La prometida dulce y dependiente había desaparecido. Era obvio que la princesa de la mafia tenía poca paciencia para las aventuras de su futuro esposo.

Salió rápido sobre sus tacones altos. Al pasar junto a mí, su bolso me golpeó la mano herida. Con fuerza.

Un dolor agudo me recorrió el brazo. Me mordí el labio para no gritar. Cuando se fue, Dante cerró la puerta de la oficina.

Me miró fijamente; sus ojos ya no tenían la calidez de antes.

—Antonio me dijo que quieres renunciar. No estoy de acuerdo. Después de lo de hoy, te voy a dar dos opciones.

Caminó hacia la barra y se sirvió un whisky. A mí no me ofreció nada.

—La primera: le pagas a la familia Rossi cincuenta millones de dólares por el daño a su reputación.

Me le quedé viendo, sin poder creerlo.

—¿Qué?

—El escándalo de anoche manchó la reputación de nuestras familias —dijo, con una calma que me dio pavor—. Alguien tiene que hacerse responsable.

—¡Si yo no hice nada!

—Tu error fue haber estado ahí. —Le dio un trago a su bebida—. La segunda opción es que pidas una disculpa. En público. A Isabella y a mis capos. Vas a admitir que tú me sedujiste y jurar que vas a desaparecer. A cambio, te transferiré a mi propiedad en la Costa Oeste. Allá podrás seguir con tu trabajo.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

¿Trabajo?

Solo quería encerrarme para siempre.

Quería que me disculpara... que dijera que todo lo nuestro había sido culpa mía...

—¿Estás loco? —Mi voz temblaba—. ¿Quieres que me disculpe? ¿Por qué? ¿Por amarte? Si fuiste tú quien…

—Decide, Elara.

Su mirada titubeó un segundo, pero volvió a ser implacable.

—¿Y si me niego?

Dejó el vaso y caminó hacia mí.

—Entonces lo vas a perder todo. Aunque te vayas, me voy a encargar de que no vuelvas a trabajar en este país. —Se detuvo frente a mí—. Sabes que puedo hacerlo, ¿verdad?

Me le quedé viendo a ese tipo que creí conocer.

—Voy a tomar la segunda opción —dije entre dientes—. Es la última vez.

—Junta familiar. Mañana a las tres de la tarde.

***

Al día siguiente, estaba de pie en la sala de juntas de la familia Costello.

Alrededor de una larga mesa se sentaban una docena de hombres con trajes caros, el círculo cercano de la familia.

Isabella estaba sentada a la derecha de Dante, con una sonrisa de victoria en la cara.

—Señores —anunció Dante, poniéndose de pie—. Hoy estamos reunidos para resolver… un malentendido desagradable.

Su mirada se encontró con la mía.

—Por favor.

Respiré hondo y me levanté.

—Yo… quiero disculparme por lo que pasó —dije en un susurro—. Fue mi culpa. No debí haber estado ahí.

—Más fuerte —ordenó Isabella—. Que todos te escuchen.

Apreté los puños.

—Pido una disculpa por mis actos —dije con la voz más alta, sintiendo el sabor amargo de cada palabra—. Fui yo quien buscó al señor Costello. Me comporté de una manera indebida. Fue un error, no pude controlarme.

La sala quedó en silencio. Algunos de los capos intercambiaron miradas. Unos negaron, otros sonrieron con desprecio.

—Les prometo… que nunca más volveré a molestar a esta familia —logré decir—. Me iré. Y no voy a volver.

—Bien. —Uno de los hombres de pelo cano asintió—. No es un crimen que una joven cometa un error, siempre y cuando aprenda.

Recordé que hacía dos años, en esta misma sala, Dante les había mostrado una pintura renacentista que yo misma restauré.

—Elara es una genio —había dicho entonces—. Puede revivir el arte.

El orgullo y la admiración en su mirada de aquel entonces ahora me parecían una broma cruel.

—Se levanta la sesión —anunció Dante.

Mientras todos salían, Isabella pasó a mi lado y me golpeó con el hombro. Se inclinó hacia mí, y su perfume denso y sofocante me asfixió.

—Buena chica —susurró—. Para la próxima, llora. Así se ve más creíble.

Pronto, solo quedamos Dante y yo.

—¿Todavía te duele la herida? —preguntó, señalando mi mano vendada.

Lo miré, sin poder creer que tuviera el descaro de preguntar.

—¿Ahora finges que te importa?

—Cuando termines tus proyectos, te daré una semana de vacaciones pagadas. Después podrás empacar para irte a la propiedad de la Costa Oeste. —Ignoró mi pregunta—. Descansa.

—Gracias por tu misericordia, jefe —dije con sarcasmo—. ¿Ya me puedo ir?

Asintió. Me di la vuelta para irme, pero me detuve en la puerta.

—¿Te acuerdas de La Venus Durmiente? —dije, volteando a verlo—. Pasé tres meses restaurándola, y dijiste que era lo más hermoso que habías visto.

Su expresión se volvió seria.

—Por fin lo entiendo. —Se me escapó una risa amarga—. Nunca me amaste a mí. Amabas lo que yo podía hacer por ti. Arreglo tus cosas rotas. Las revivo.

Lo miré a los ojos.

—La diferencia, Dante, es que una pintura no puede amarte. Y tampoco puede causarte problemas.

No esperé su respuesta. Salí de ahí.

De vuelta en mi departamento, empecé a empacar. Metí todo lo relacionado con Dante en una bolsa de basura. Los libros que me regaló, las fotos que nos tomamos, hasta los archivos de mis proyectos de trabajo.

Estaba cortando todos los lazos con mi pasado. Al día siguiente, me encontraba en la inauguración de un nuevo hotel financiado por el Grupo Costello.

Era mi último proyecto antes de irme de Nueva York. Estuve a cargo de la restauración y exhibición de todo el arte del hotel.

—Damas y caballeros —resonó la voz del presentador—. Por favor, démosle la bienvenida a nuestra asesora de arte principal, la señorita Elara Vance, quien nos presentará la colección de arte del hotel.

Respiré hondo y subí al escenario. Este era el punto más alto de mi carrera, y también mi despedida.

—Gracias a todos. —Ajusté el micrófono—. Esta noche, tenemos el placer de presentar…

Pero un murmullo recorrió a la multitud.

Los invitados empezaron a cuchichear y a lanzarme miradas extrañas. Confundida, miré la gran pantalla que tenía a mi espalda.

Se me detuvo el corazón.
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