All Chapters of El Amor Inocente Del Don De: Chapter 121 - Chapter 130

[ARTEMY]No tardamos mucho en encontrar a Dalton después de recibir su ubicación. Todo fue más fácil de lo que pensé. Hubo una pequeña pelea, algunas armas desenfundadas. Algunas balas volaron a nuestro alrededor y luego arrastré a Dalton fuera del club.Y ahora estaba atado a una silla, encerrado en mi sótano.Lo habían interrogado durante horas, pero todavía no había obtenido las respuestas que necesitaba.No sabía dónde estaba Raffaele.Pensé que estaba mintiendo, pero la verdad estaba escrita en su rostro. En realidad no lo sabía. Su miedo traicionó su dura armadura. Estaba asustado.Raffaele era un hombre inteligente, pero ¿cuánto tiempo permanecería oculto?Me senté frente a Dalton mientras tosía otra vez, escupiendo un diente roto. La sangre goteaba y se deslizaba por su barbilla. Respiraba con dificultad, su pecho subía y bajaba casi dolorosamente. Cada inhalación parecía difícil para él.Soltó una pequeña risa y mis cejas se alzaron con sorpresa. Su risa sonaba divertida, cas

[LYNDA]No quería creerlo. Mi mente luchaba violentamente contra mí. No podía ser verdad. Traté de sacarme ese pensamiento de la cabeza, pero ¿cómo podía hacerlo cuando la verdad estaba allí, frente a mí?Lo escuché hablar. Lo admitió claramente. ¿Cómo no lo vi antes? ¿Cómo no lo vi?Las lágrimas de rabia y frustración nublaron mi visión, pero también me dolía pensar que Rebecca estaba sufriendo por culpa del hombre que amaba.¡Qué cabrón! ¿Cómo pudo?Artemy nunca lo dejaría vivir. ¡Diablos, yo no lo dejaría vivir!Di un paso adelante y caminé hacia Milandro. Escuchó mis pasos y rápidamente se dio la vuelta, con la sorpresa evidente en su rostro.—¿Lynda? —Tragó saliva nerviosamente, pero rápidamente lo ocultó con una sonrisa seductora.Cuando me detuve frente a él, retiré mi puño antes de golpearlo en la nariz. —Maldito imbécil.Se tambaleó hacia atrás sorprendido antes de enderezarse rápidamente. Sus ojos se abrieron de par en par. —¿Qué diablos, Lynda?—Te escuché —susurré. Hubo un

[ARTEMY]Cuando vi que los ojos de Milandro se volvían hacia adentro, presioné una vez más antes de soltarlo. Su cabeza cayó hacia adelante y tosió peligrosamente, jadeando desesperadamente por respirar de nuevo.Todo su cuerpo temblaba con el esfuerzo de tomar tanto aire como pudiera.Cuando noté que estaba recuperando el control de su respiración agitada, lo agarré del pelo y le tiré la cabeza hacia atrás. Sostuve su cuello contra el respaldo de la silla y lo miré con enojo.—¿Por qué?, —pregunté simplemente.Una palabra. Una pregunta. Milandro era uno de mis hombres. Entendía cómo trabajaba. Entendía lo que quería sin siquiera preguntar.Pensé que la traición me dolería. Dolió, pero lo que más me consumía era la ira. La furia nublaba mi visión y todas mis demás emociones.Tenía que encontrar a Rebecca y Milandro era mi única esperanza. La idea de que ella estuviera en peligro y herida por culpa de alguien en quien confiaba me provocó una oleada de dolor en todo el cuerpo.¿Fue mi c

[ARTEMY]Avim se acercó a mí y me dijo: —He buscado en el primer piso. Ella tampoco está allí.—¿Qué?, —grité, mi cuerpo temblando de pánico, miedo y, por último, rabia.—¡Miren por todas partes! ¡Tiene que estar aquí!Miré desesperadamente por toda la sala de estar, pasando de la cocina al comedor. Luego a los dormitorios del piso de arriba. Busqué en cada rincón de la casa.Cuando no la encontré, la busqué de nuevo. Frenéticamente. Desesperadamente. La busqué una y otra vez. Tenía que estar aquí.Mi ángel no estaba por ningún lado. Otra vez.Me encontraba de pie en medio de la sala de estar, con la cabeza palpitando y el pecho dolorido. Ella no estaba allí, pero la sentía. Era una sensación inexplicable, pero en cuanto entré en la casa, mi corazón se aceleró. Casi como si supiera que Rebecca estaba allí.La sentí. Sentí un hormigueo en la piel y cerré los ojos. No, no estaba allí. Buscamos por todas partes, pero no estaba allí.Sentí un peso en el corazón en mi pecho comprimido y me

[ARTEMY]El viaje de regreso a casa fue un torbellino, una oleada de alivio después de lo que parecía una eternidad agonizante. El peso de la locura inminente parecía desaparecer a medida que las ruedas avanzaban a toda velocidad por la carretera. No pudimos conversar, el coche era un santuario silencioso para nuestros pensamientos.En ese espacio reducido, mi mirada permaneció fija únicamente en Rebecca, mi preocupación quedó grabada profundamente en cada mirada robada. Su quietud, su inconsciencia, me oprimían como un peso insoportable. Anhelaba cualquier señal, cualquier destello de seguridad de que estaba a salvo.Sin embargo, ella permaneció inmóvil, atrapada en un sueño inquietante.Extendí la mano hacia ella, una suave caricia destinada a hacerla recobrar la conciencia, para asegurarme de que realmente estaba allí. Pero su falta de respuesta me provocó escalofríos en la columna vertebral, una incertidumbre persistente que desgarraba mi paz.Finalmente, el coche se detuvo. Sin d