—¡Damián, qué demonios quieres hacer! —gritó hacia afuera mientras golpeaba frenéticamente la puerta grande.Pero la música ensordecedora ahogó su voz, haciendo que sus protestas parecieran ridículas y patéticas.En ese momento, un hombre se acercó a ella y le dijo:—Señorita, ¿no tiene compañía?Valeria se volteó para mirarlo con furia, diciéndole con voz grave:—¡Lárgate!Al ver esto, el hombre, con su rostro oculto tras la máscara, sonrió fríamente:—¿Para qué crees que viene la gente a esta fiesta? ¿Por qué te haces la mojigata?Al escuchar esto, Valeria supo que esta fiesta no era tan simple como parecía en la superficie.Retrocedió unos pasos, sin querer responder.Al ver su expresión asustada, el hombre se interesó más y se acercó sonriéndole:—Señorita, no tenga miedo. Lo que pase aquí, nadie lo dirá una vez que salgamos.Valeria tragó saliva, sintiendo que sus fosas nasales se llenaban de un aroma lleno de deseo.Aunque era fragante, al olerlo le daba náuseas.—¿Dónde estamos?
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