Emiliano no olvidó nuestra cita, a la mañana siguiente me invitó a vernos en un restaurante privado.Cuando lo vi de nuevo, casi no lo reconocí: se había teñido el cabello de negro, ya no llevaba aquellos accesorios llamativos ni ropa con tachuelas, solo una simple camisa blanca y unos vaqueros.Instintivamente, miré hacia el final de su ceja, y él, como si adivinara mi duda, explicó:—Solo eran pegatinas, por diversión. ¿Qué pasa, ya no me reconoces?Sonreí:—La verdad, un poco.Todo avanzó sin contratiempos. Acordamos reservar el hotel más exclusivo y la mayor escala para la boda.Respecto a la decoración y los trajes, todo quedaría a gusto de Emiliano, y los gastos se repartirían a medias.Apoyó la cabeza en su mano, con medio buñuelo aún en la boca, parecía un hámster de caricatura.—¿Todo según mis gustos? También es tu boda, ¿no tienes ilusiones?Me encogí de hombros:—Dicen que escuchar al marido trae prosperidad, mejor empiezo antes, a ver si dura más la fortuna.Emiliano s
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