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Capítulo 3

Penulis: Anónimo
Mi boda con Emiliano quedó fijada para el día diez del próximo mes.

Como ambos teníamos demasiados asuntos pendientes, acordamos que él viniera directamente a buscarme a casa el mismo día de la ceremonia.

Al revisar la lista que me había enviado la diseñadora de bodas, por un momento todo me pareció irreal.

Hace apenas nada pensaba que, después de la traición de mi antiguo prometido, el matrimonio estaría muy lejos de mí.

Y de repente, en un abrir y cerrar de ojos, iba a casarme de verdad.

Mi madre, temiendo que solo lo hiciera por despecho, intentó convencerme con palabras dulces.

Cerré el libro y, sin saber por qué, me vino a la mente aquella imagen arrogante de Emiliano bloqueando la entrada de mi empresa.

Y también su sonrisa, con los pequeños hoyuelos en la comisura de los labios.

—No te preocupes, mamá. Emiliano está bien. Además, casarse… ¿acaso no da igual con quién? No hay que fijarse solo en los sentimientos superficiales, sino en los beneficios que hay detrás. Eso fue lo que tú y papá me enseñaron.

Mi madre se quedó sin respuesta, suspiró profundamente y colgó la llamada.

Alcé la vista hacia el cielo estrellado y me pregunté en qué momento me había convertido en alguien así.

Como si en mi mundo solo existieran dos palabras: “interés” y “utilidad”.

Fría y ordenada, racional y falsa, como un instrumento de precisión programado para todo.

En los días siguientes estuve tan ocupada en la empresa que apenas podía levantar la cabeza de los documentos.

Hasta que mi secretario llamó con cautela a la puerta:

—Señora Solano, hay un caballero que quiere verla, dice que viene a entregar…

No terminó la frase cuando una voz estruendosa ya resonaba en mi oficina:

—¡Valeria, vengo a traerte la invitación!

Al alzar la vista, era nuevamente el Arturo. Sacó con orgullo una tarjeta dorada y la dejó sobre mi escritorio, con un tono burlón:

—Celia y yo vamos a casarnos, espero que vengas a celebrar con nosotros. El tiempo se te agota. Cuando nuestra boda acabe, toda mi atención será para ella. Si para entonces vienes a rogarme perdón, será demasiado tarde.

No podía creer que él, quien había roto nuestro compromiso e intentado llevar una vida de tres, esperara que yo le pidiera disculpas.

Sonreí, abrí la invitación y al ver la fecha “10 de mayo” arqueé las cejas. Luego la tiré sin más a la papelera.

—Gracias por pensar tan bien de mí, pero un regalo así no lo merezco. Mejor resérvalo para la señorita Santos.

El rostro de Arturo se tiñó de rojo y blanco, furioso porque había despreciado aquella invitación.

—¡Valeria, eres una desagradecida! Esta era tu última oportunidad y la desperdiciaste. Tú…

Balbuceaba incoherencias, pero yo no tenía tiempo para sus dramas. Tenía que seguir con la lista de invitados que Emiliano me había enviado.

Me froté las sienes y respondí con cansancio:

—Arturo, ya lo he dicho muchas veces, no siento nada por ti. Si fueras más razonable, nuestras familias aún podrían mantener la cooperación, pero si sigues con estas tonterías, entonces te lo digo claro, la colaboración termina aquí.

Arturo, malcriado desde niño, jamás se había preocupado por los negocios, seguía creyendo que mi familia era aquel clan improvisado y sin visión de antaño.

No entendía que ya habían pasado varias generaciones.

Su orgullo no le permitió ceder y, en tono desafiante, me espetó:

—¿Crees que me asustas? ¡Que se acabe, entonces! Nuestra familia Santos es enorme, no necesitamos tus negocios. Si tienes valor, corta toda nuestra cadena de fondos.

Ante su expresión altiva, asentí y, sin inmutarme, tecleé un correo en la red interna de la empresa:

—De acuerdo, que así sea.
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