Al día siguiente, Rodrigo no volvió en toda la noche.Cuando bajé a desayunar, lo vi con las mejillas sonrojadas y una sonrisa en los labios, como si estuviera reviviendo algún recuerdo agradable.Su mirada todavía guardaba la memoria de la pasión nocturna.—Vaya, qué madrugadora. No tomes café con el estómago vacío, te va a hacer daño.Mi mano, que revolvía el café, se detuvo en seco. No dije nada. Caí en cuenta de que habían pasado años desde la última vez que me había hablado con esa preocupación.Era obvio que estaba de muy buen humor. Se sentó a mi lado y me entregó un libro.—Mira, olvidemos lo de ayer, ¿sí? Te traje esto. Es el libro que tanto querías, ¿verdad?Esa compilación de casos de abogacía era, en efecto, el libro que llevaba tanto tiempo buscando. No solo porque estaba descatalogado, sino porque fue la última obra que mi madre editó. Antes de morir, hace cuatro años, su último deseo fue volver a verlo una vez más, pero nunca llegó a sus manos.Reprimiendo la nostalgia,
Magbasa pa