Su cuerpo se desvaneció y su respiración se detuvo. El vínculo se hizo añicos. Killian rugió, un sonido crudo y desgarrador, y su dolor resonó por toda el área.La acunó en sus brazos, meciéndola, rogándole a la Luna, rogándole a ella. Y mientras sostenía su cuerpo que perdía calor, los recuerdos lo golpeaban sin piedad.La vez que escaló las montañas nevadas descalza, con los dedos lastimados y sangrando, solo para traerle las extrañas hierbas de escarcha que curarían sus heridas. Él nunca se lo había pedido, pero ella había vuelto con una sonrisa, con la capa cubierta de nieve.La forma en que se despertaba antes del amanecer cada mañana y se escabullía en el bosque en silencio, solo para cazar y darle la presa más fresca antes de que él entrenara. Le entregaba la carne aún tibia, con los ojos brillantes, como si fuera un banquete.Las noches en que le cosía la piel, aplicando hierbas en sus heridas abiertas y susurrándole al oído. —Ya estás a salvo. Y el silencio que la acompañaba
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