Negué con la cabeza. —No lo sé.—Estela, más te vale decir la verdad, o no te perdonaré.Tras escupir las palabras con ira, Ignacio salió e hizo decenas de llamadas. Por fin tuvo noticias.—¡Traigan a unos hombres! ¡Que la traigan!Amarrada y arrojada al asiento trasero de su auto, Ignacio condujo personalmente, a toda velocidad.En tres años de matrimonio, era la primera vez que lo veía tan fuera de control.Al llegar a la costa, encontraron a Luna con las muñecas atadas, colgando de un barco. Sus gritos desgarraban el aire.—¡Ignacio, qué tardaste! ¡Sácame de aquí, por favor!—¡Luna!Ignacio gritó su nombre con angustia, luego clavó una mirada gélida en el enemigo a bordo.—Déjala ir. Te cambio a mi esposa, más dos muelles y diez tiendas.El hombre, de rostro tosco, esbozó una sonrisa. —Trato hecho.Mientras me izaban lentamente, Ignacio abrazaba a Luna, susurrándole palabras de consuelo.Al llegar al punto más alto, se dio la vuelta con la mujer que amaba y se alejó.Volví a ver esa
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