La Mujer que Tejía Destinos Robados
Cuando mi madre nos pidió a mi hermana y a mí que eligiéramos con quién casarnos, Daniela rechazó sorprendentemente al hombre hosco de perfil técnico que persiguió durante cuatro años y optó por ese rico playboy de mala reputación.
Mi madre palideció al instante:
—Daniela, es cierto que es rico, pero ¿no te da miedo que te pegue alguna enfermedad? A ti te gusta Luis, ¿no? No te equivoques de decisión.
Pero ella no dio su brazo a torcer.
Ahí supe que ella también había renacido.
En mi vida pasada, se casó llena de ilusión con Luis Solano y sufrió una década de violencia emocional que la dejó hecha una loca.
Mientras que ese playboy, Diego Alcázar, cambió por mí radicalmente, me amó con locura, me entregó toda su fortuna y nos convertimos en la pareja envidiada por todos.
En el baile de nuestro décimo aniversario de bodas, Daniela, con los ojos llenos de rencor, nos redujo a cenizas a los dos.
Al tener una segunda oportunidad, opté por la mano de Luis en el juego del matrimonio.
—Daniela, la apuesta está hecha. Esta vez, no te arrepientas.
Ella soltó una risa burlona:
—Esta vez me toca a mí ser amada como a una reina. No seas tú quien se arrepienta.
Parece que aún no entiende que el amor es lo menos confiable en un matrimonio.