No quieren soltarme
Cumplía años y mi esposo, Don Damián, me regaló el collar de perlas de su difunta esposa.
Me lo puse para la cena. Mi hijastro, León, enfurecido, me arrojó vino tinto encima.
Fui el hazmerreír de toda la fiesta.
—¡Maldita! —me dijo entre dientes—. ¿Acaso crees que por ponerte las joyas de mi mamá vas a poder reemplazarla?
Me clavó una mirada gélida. Y luego gritó:
—¡Lárgate de mi casa!
Pero su madre murió cuando él era un bebé. Fui yo quien lo crio.
Alguien le metió cizaña. Le dijeron que yo había matado a su madre. Ahora cree que soy una víbora que engatusó a su padre.
¿Y su padre? ¿Mi esposo?
Él nunca me vio realmente. Solo veía el fantasma de Cristal.
No se me rompió el corazón… ¡se hizo añicos!
No me amaron. Ni siquiera me tomaron en cuenta. Así que me fui.
Entonces, ¿por qué, cuando por fin me había ido, volvieron de rodillas, suplicándome que volviera?