Sacrificio Carnal
Mi esposo, un hipócrita, bajo el pretexto del amor, me entregó a su jefe, Diego Soler, como su asistente personal.
Después de esa primera noche, mi vida se partió en dos. De día, era la asistente personal de Diego; de noche, me convertía en el objeto que él desnudaba sobre la mesa de juntas.
Me controlaba con su poder y, al mismo tiempo, se dejaba consumir por el deseo noche tras noche.
Me obligó a divorciarme y a firmar un contrato: debía acompañarlo durante un año, con la prohibición estricta de casarme. Siempre me dejaba claro que no me amaba y que ni se me ocurriera soñar con casarme con él. Según él, una mujer como yo no merecía ese lugar.
Cuando el contrato llegó a su fin, por fin pude escapar de esa peligrosa jaula de oro. Un hombre bueno y noble apareció en mi vida, y decidí darme una nueva oportunidad para ser feliz. Acepté casarme con él.
Pero el día de mi boda, Diego apareció. Frente a todos, rompió un acuerdo de mil millones de dólares y dejó que los pedazos de papel cayeran sobre mi velo. Su mirada era de furia y anhelo.
Entonces, declaró para que todos lo oyeran:
—A ver quién se atreve a casarse con la mujer de Diego Soler.
Él, que juraba no amarme, se negaba a dejarme ir.
Cuando su necesidad de control se transformó en pasión, la cacería que él mismo había iniciado terminó por atraparlo. El poderoso magnate, antes cazador, ahora era el cautivo de su propio juego.
Esta vez, cambió nuestro contrato por un acta de matrimonio y me impuso sus nuevas condiciones.
—Ahora vas a acompañarme toda la vida, y solo tienes permitido amarme a mí.