¡Tras el divorcio, ella arrasa!

¡Tras el divorcio, ella arrasa!

By:  Lola FuegoUpdated just now
Language: Spanish
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Cuando la “musa” de Elías Ortega le envía por otra vez un video de ambos enredados, Ana Sofía Miranda entiende que nada hará que él regrese a casa. No piensa irse con las manos vacías: antes del divorcio, él pagará por cada mentira. Libre al fin, Ana Sofía brilla con luz propia y los pretendientes se multiplican. Elías, devorado por los celos, se desmorona. Una noche aparece borracho para suplicar… y se topa con Fernando Cervantes, el hombre en la cima del poder, protegiéndola sin titubeos. Él la ama sin condiciones; ella vuelve a creer en el amor. Demasiado tarde, ¡Elías comprende que perdió a la única mujer que lo miró como a su mundo!

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Chapter 1

Capítulo 1

—Eli… más… más rápido…

—Eli, viniste a escondidas de tu esposa; se va a poner triste… ah…

—¿Estás conmigo y piensas en otra? Parece que no me esfuerzo lo suficiente, ¿eh?

—Eli… te amo tanto…

La pantalla del celular se quedó en negro, pero esas voces, sudorosas y quebradas, siguieron rebotando en los oídos de Ana Sofía Miranda como si alguien les hubiera echado un hechizo. Una y otra vez, punzadas finas como agujas le cruzaron la cabeza.

Aquellos audios vergonzosos y crueles ya habían llegado a su teléfono demasiadas veces. Cada vez, ella se había repetido que Elías la amaba, que jamás la traicionaría, que todo tenía una explicación.

Pero esta vez, las siluetas nítidas del video habían sido un mazazo: despedazaron cualquier consuelo barato y no le dejaron ni un escalón para bajar con dignidad.

Ana Sofía giró despacio y miró el pastel sobre la mesa del comedor. Sobre la crema, el chocolate decía “5.º aniversario de bodas”. Ahora esas letras parecían la mueca de un payaso, burlándose de su torpeza.

El reloj de pared marcó las doce con golpes secos; el pastel terminó en el basurero.

“Ya estuvo.”

“Elías Ortega, ya no te quiero.”

***

En el piso ejecutivo del Grupo Ortega, Ana Sofía avanzó por el pasillo con su traje sastre impecable. Llevaba el cabello recogido y un fajo de documentos bien sujeto contra el pecho. Empujó la puerta pesada de la oficina del CEO y la atmósfera del lugar la envolvió de inmediato.

Elías estaba detrás del escritorio amplio, hundido en el sillón de piel. Seguía con el mismo traje de ayer. La tela, antes perfecta, ahora mostraba arrugas; la corbata colgaba floja del cuello y la camisa, abierta en el primer botón, dejaba ver la clavícula y un desorden que delataba la noche.

“Seguro se quedó con Irene hasta el amanecer. La imagen ya no le importó, ni se cambió.”

Ana Sofía respiró hondo, se puso la sonrisa profesional y se acercó. Dejó los documentos con cuidado frente a él, con un gesto rápido y limpio.

—Señor Ortega —dijo, clara y fría—. Estos son los contratos para firmar con Grupo Cervantes.

Mientras hablaba, tomó del costado una pluma y se la ofreció.

Elías alzó la mirada. Tenía el cansancio pintado en la cara y un dejo de desgano en los ojos.

—Ayer me quedé con un cliente y no pude volver a casa. Te compré un regalo para compensarte —murmuró, golpeando el escritorio con los dedos, sin ritmo.

A Ana Sofía se le apretó algo adentro, pero solo sonrió con distancia. Era el mismo libreto de siempre. Cada vez que la dejaba plantada —en una fecha importante o en una simple cita— aparecía después con algo caro, como si el lujo pegara las grietas.

Lo que él nunca entendió es que hay daños que el dinero no cubre.

—Bien —aceptó esta vez, seca.

Ya había decidido divorciarse. Si el final era inevitable, al menos sacaría lo que pudiera para resarcirse por los años invertidos.

Elías la miró de reojo. Una duda le cruzó.

Hoy, Ana Sofía era otra. Antes, un simple retraso y ella hacía puchero, esperando que él la consintiera. La calma de ahora —casi helada— le sembró inquietud.

—En la noche te llevo al francés del que me hablaste —soltó, y se agachó enseguida sobre la montaña de papeles, como si así pudiera escapar de esa mirada que ya no entendía.

“¿Cuándo dije yo que quería ir a un francés? Se está confundiendo… otra vez.”

Ana Sofía no respondió. Se dio la vuelta y salió.

De regreso en su oficina, ni siquiera alcanzó a sentarse cuando notó una figura entrando. Era Matías Solís, el asistente de Elías.

Cargaba una caja fina, con el logo de Cartier brillando discreto bajo la luz.

Matías se acercó rápido y le extendió la caja con ambas manos, sonriendo con respeto.

—Señora, esto es una joya que el señor Ortega le manda.

Ana Sofía alzó una ceja; en sus ojos pasó una chispa de ironía. Abrió la caja sin rodeos.

El brillo la golpeó. Un collar de diamantes, exuberante. El dije era enorme, una piedra como una canica grande, tallada con precisión; cada faceta incendiaba la luz.

—Dile que gracias. Este tipo de compensaciones me encantan. Entre más, mejor —sonrió, luminosa y, al mismo tiempo, cortante.

Tomó el collar y lo dejó caer, sin cuidado, dentro de su bolso, como si fuera cualquier cosa. La caja elegante, en cambio, no mereció segunda mirada: la tiró al bote de basura.

Al ver la escena, Matías no pudo ocultar la sorpresa: abrió un poco la boca, como si fuera a decir algo, y se tragó las palabras a la fuerza. En su experiencia, cuando la señora recibía regalos así, los admiraba con brillo en los ojos y luego los guardaba con cuidado. Esta vez, ese desdén frontal le dejó un nudo de preguntas.

Ana Sofía, ya sentada, notó que Matías seguía plantado frente a ella. Fingió desconcierto.

—¿Necesitas algo más? ¿O te dejó otro encargo para mí?

—No… no, señora. Si no requiere nada, me retiro —balbuceó Matías, nervioso.

Dio media vuelta y casi escapó del despacho. Al cerrar la puerta, pensó, con la incomodidad pegada a la espalda, que cuando esa pareja discutía, la salpicadura siempre le caía a él.

Tras quedarse sola, Ana Sofía sacó el collar de diamantes, lo dejó bailar entre los dedos, lo miró con calma por unos segundos y tomó el celular. Ajustó el ángulo, disparó varias fotos. Un par de toques después, la pieza ya estaba publicada en una app de reventa.
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