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Capítulo 2

Author: Marina
—La casa es tuya. Como tú digas está bien. Este lugar me parece perfecto.

Bajé la cabeza al hablar, en voz apenas audible.

***

No entendía la expresión de mi hermano. No parecía contento.

Me sentía cada vez más incómoda. Yo hacía todo lo posible por complacerlo, por no molestar a la persona que tenía en un pedestal. ¿Por qué seguía insatisfecho?

Lo peor era la hora de comer con ellos.

La mesa estaba llena de platos abundantes y bien preparados.

Mi hermano servía comida en el plato de Luna, y ella reía encantada.

Yo, en silencio, con la cabeza gacha, comía arroz blanco.

—¿Por qué no comes nada más, Natalia?

Luna me puso un trozo de cordero en el plato con una sonrisa dulce.

No lo toqué. Solo lo aparté a un lado del plato.

—Creo que Natalia está molesta conmigo. Ni siquiera acepta lo que le sirvo.

Su voz sonaba herida, y mi hermano frunció el ceño al instante.

—¡Natalia Gómez! ¡Cómete eso! ¿Qué crees que estás haciendo?

Levanté la mirada. Sentí algo en el pecho, algo que dolía sin nombre.

—No puedo comer eso.

Soy alérgica a muchos alimentos. Antes, nunca había algo en la mesa que yo no pudiera comer.

Pero ahora, casi nada era para mí.

Mi hermano lo había olvidado todo.

***

—¿Qué no puedes comer? Luna está tratando de llevarse bien contigo y tú, desagradecida, no cooperas. ¡Cómete la carne!

—No importa, fue mi culpa. Pedí que cocinaran mis platillos favoritos, es normal que Natalia no se sienta a gusto el primer día. Natalia, dime qué quieres y le digo a la cocina que te preparen algo.

Los ojos de Luna brillaban con una ostentación deliberada.

Pero eso ya no me hacía enojar.

—No seas tan delicada. Si a ella le gusta, tú también puedes comerlo. Natalia, no hagas berrinches. Compórtate.

Su rostro se endureció. El entrecejo se le frunció como siempre que está por estallar.

Una vez más, sin darme espacio para explicarme, asumía que la culpa era mía.

En el convento me lo habían dejado claro: si vivo de él, si como su comida, si dependo de él, debo obedecerlo.

No debo hacerlo enojar. Si lo hago, todo es mi culpa.

—Está bien. Me lo como.

Bajé la cabeza y comí a grandes bocados, solo quería que todo terminara rápido.

Al verme masticar, por fin relajó el ceño.

Aguantando las arcadas, comí lo que me sirvieran.

Pero el picor empezó en mi garganta, se extendió por mi piel, me sentía atrapada. La garganta se cerraba.

Las manos me temblaban. Los palillos cayeron al suelo. Me desplomé.

—¡Ay, Dios!

Luna chilló y se refugió en los brazos de mi hermano. Lo primero que hizo él fue abrazarla.

Solo cuando, desde el suelo, logé marcar el 911, pareció notar lo que pasaba.

—¡¿Qué te pasa?!

Al ver los sarpullidos por todo mi cuerpo, por fin se alarmó.

—¡Alergia! ¡Eres alérgica al cordero! ¡Cómo pude olvidarlo!

***

Cuando llegamos al hospital, apenas podía respirar.

Gracias a la atención rápida, sobreviví.

Mi hermano se sentó al lado de la cama, consolando a Luna, que lloraba sin parar.

—Es mi culpa. Si no le hubiese servido carne, no se habría intoxicado.

—No llores. No es tu culpa. Es ella, que siendo alérgica, se lo comió igual.

Ah... así que era mi culpa.

—Despertaste, Natalia.

Luna, fingiendo alivio, se acercó con una sonrisa empapada de lágrimas.

Pero mi hermano habló primero:

—¿Por qué no dijiste que eras alérgica? ¿Por qué insististe en comer?

—Lo dije. Pero si no lo comía, te enojabas.

Al oírme, se enfureció aún más.

—¡Lo hiciste a propósito! ¡Querías hacerme sentir culpable!

¿Yo? ¿Yo quería esto? ¡Tú simplemente olvidaste!

Negué con la cabeza, sin saber ya qué estaba haciendo mal. Pero sabía que tenía que disculparme.

—Fue mi culpa, hermano. No lo hice a propósito. Por favor... no te enojes.

—Tú...

Me miró con una mezcla de rabia y desesperación, resopló y se marchó con Luna del brazo. No volvió a visitarme.

***

Tras dos días en el hospital, una enfermera se acercó a pedirme el pago.

Con torpeza saqué el celular y vi que el saldo apenas tenía unas cifras ridículas.

—¿Podría llamar a mi familia?

La enfermera alzó una ceja, sorprendida.

—Claro.

Llamé a mi hermano. Una, dos, tres veces. Nada.

La enfermera empezaba a impacientarse.

—¿Y el pago?

—Lo haré... se lo prometo.

Su mirada me hizo agachar la cabeza. Sentí las mejillas arder.

Pasó otro día. Seguía sin lograr comunicarme con él. La enfermera regresó.

—¿No vas a pagar? ¡No pensarás quedarte aquí gratis!

—Ya eres mayor, ¿no? ¡Nadie de tu familia da la cara? ¿Llamo a la policía?

—Puedo dejar algo como garantía. Luego volveré a pagar todo.

Me quíte el collar que llevaba. Era lo último que me había dejado mi mamá antes de morir. Me había acompañado todas las noches oscuras en el convento. Era mi amuleto.

Y lo único valioso que tenía.

***

El hospital aceptó el collar como garantía. Así pude irme.

—¿Por aquí es el camino?

Mi memoria me fallaba. Ya no reconocía bien las calles.

Con ayuda de un policía, llegué a casa ya entrada la noche.

Temblaba afuera, con el viento pegándome en los huesos.

Pero la cerradura no reconocía mis huellas. No podía entrar.

Desde la ventana, los escuchaba reír.

—¡Te gusta tu regalo?

—¡Qué hermoso anillo! Es diamante rosa... ¿Es caro?

—Lo vi en una subasta y supe que era para ti. Si te gusta, no importa el precio.

La forma en que mi hermano la miraba era... tan tierna.

Luna se acurrucaba en su pecho, riendo feliz.

Me sentí como si el pasado hubiese sido un sueño. En mis cumpleaños, él siempre preparaba mis regalos con esmero. Me miraba igual que ahora la miraba a ella.

Golpeé la puerta con fuerza. Finalmente, él abrió.

—¡Ah! Eres tú.

Estaba un poco sorprendido.

—¿Por qué no avisaste que volvías?
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