Capítulo 3

—El hospital está pidiendo el pago, pero no tengo cómo comunicarme...

—¿Qué? —frunció el ceño mi hermano, apenas pronunciado eso, cuando Luna se acercó.

—Natalia, entra ya, ¿te sientes mejor? ¿Hay que pagar? Yo te transfiero.

—Déjame hacerlo a mí.

Mi hermano habló y, sin más, me transfirió una suma de cien mil.

—¿Con eso suficiente?

***

Asentí con la cabeza. Estaba por salir a recuperar el collar.

—¿Y ahora a dónde vas?

—El collar... lo dejé en garantía en el hospital.

No había dado ni tres pasos cuando Luna me detuvo.

—Parece que va a llover. Recién saliste del hospital, no andes por ahí sola. Que vaya el chofer.

No quería aceptar, pero mi hermano me observaba en silencio.

Sabía que si rechazaba la amabilidad de Luna, él se enojaría.

El chofer tardó bastante, pero regresó con las manos vacías.

La enfermera dijo que el collar había desaparecido.

—¿Cómo que desapareció? ¡¿Cómo puede desaparecer en solo dos horas?! ¡Yo les dije que iba a volver con el dinero!

—Aquí entra y sale mucha gente... no sabemos. Si quieres, olvídate del pago.

Apreté los hombros de la enfermera, sin dejar de suplicar ni de reclamar.

—¡Ya basta! ¡Deja de hacer el ridículo! ¡El collar que tu madre te dejó! ¿Así de fácil lo entregaste? ¿Y ahora vienes a llorar?

Mi hermano me tomó del brazo, se disculpó con la enfermera y me arrastró fuera del hospital.

—Voy a hablar con alguien para que lo busquen. Pero tú quédate en casa y deja de hacer escándalos. ¿Sabes cómo te ves gritando en un lugar público? ¡Vergonzoso!

Sus gritos me dejaron sin aire. No pude responderle.

***

Me encerré en mi cuarto esa noche. No pude dormir en toda la madrugada.

No entendía por qué, pero sin ese collar me sentía frágil, desnuda. Como si algo esencial me hubiese sido arrancado.

Era una de las pocas cosas que aún eran mías. Y aun así... no pude conservarla.

Aquella noche soñé con mamá.

Acariciaba mi rostro con ternura, con esa mirada suya tan llena de compasión.

—Mi hija, ¿por qué estás tan flaquita? ¿Tu hermano no te cuida bien?

Apreté los dientes y la abracé, llorando sin contenerme.

—¿Quién te hizo llorar, mi amor? ¿Fue tu hermano? Dime, que voy y lo reprendo.

—No, mamá... él me trata bien... —las lágrimas no paraban—. Te extraño mucho. Estoy muy cansada. Perdí tu collar. Soy una inútil.

Pasé todo el día encerrada. No quería ver a nadie.

Mi hermano no vino a verme ni una sola vez. Pero Luna sí apareció.

Al abrir la puerta y verla, quise cerrarla de inmediato. Entonces Luna alzó el cuello... y allí estaba.

¡Mi collar!

—¿Por qué lo tienes tú?

Aprovechando mi desconcierto, empujó la puerta y entró.

***

—¡Devuélveme el collar!

—¿Y por qué lo haría? Tu hermano me lo regaló. Dijo que tú no merecías llevarlo. Que solo yo podía usarlo.

Se alejó de mis manos, orgullosa, como si me mostrara un trofeo.

—¡Ese collar me lo dio mi madre! ¡Devuélvemelo!

Cualquier otra cosa me daba igual. Menos eso. Eso no.

Intenté quitárselo, pero se echó para atrás. Cuando me lancé hacia ella, esquivó con facilidad.

Caí al suelo. Ella estalló en carcajadas.

—¡Jajajaja! ¡Mírate! ¿Esa era la reina de la escuela? Das pena. Pareces un perro callejero.

Intenté levantarme. Ella me pateó en la espalda. Luego pisó mi mano.

—¿Ves? Vivir así o estar muerta... ¿cuál es la diferencia? Natalia, tu hermano ya no te quiere. Aquí sobras.

Con el collar en la mano, caminó hasta la ventana.

—¿Lo quieres? Jajajaja. Pues no te lo voy a dar.

—¡Aaah! —grité, tomándola por la pierna. La empujé con toda mi fuerza, fuera de mí.

—¡Luna Belano! ¡Ya te llevaste a mi hermano! ¡Ya te llevaste esta casa! ¿Por qué también tienes que destruirme a mí!

No entendí bien qué pasó después.

Cuando reaccioné, Luna estaba tirada en el suelo, sosteniéndose el vientre, retorciéndose.

—¡Luna! —la voz de mi hermano tronó desde la puerta. Estaba pálido, los ojos desorbitados de rabia.

—Me duele... el estómago... —gimió Luna, mirándome entre lágrimas—. Natalia... ¿por qué me empujaste?

El golpe de mi hermano me cayó de sorpresa. Me hizo caer, la cabeza retumbando.

—¡Natalia! ¡Eres una maldita! ¡Después de tanto tiempo aún no aprendes nada! ¡No quiero volver a verte!

Se fue, cargando a Luna entre los brazos.

Yo me quedé ahí, con el rostro ardiendo, viendo cómo Luna me miraba con un odio venenoso.

Sus labios se movieron sin sonido, pero entendí claramente:

"Estás muerta."

***

Esa escena se mezcló con otra, enterrada en mi memoria: la noche de la fiesta de graduación.

El mismo terror se apoderó de mí.

¡Me van a mandar de nuevo a ese infierno! ¡Él ya no me quiere!

¡No! ¡No quiero volver a ese lugar!

El pánico me hizo soltar un llanto desgarrador. Corrí tras él y lo tomé del brazo.

—¡Yo no la empujé! ¡Hermano, por favor, créeme!

—¡Aléjate! ¡¿No entiendes que está embarazada?! ¡Pudiste matarla! ¡Ojalá nunca hubieras salido de ese maldito convento!¡Natalia ! ¡No puedo creer tener una hermana tan monstruosa como tú! ¡¿Por qué no te mueres ya?!

Me soltó el brazo con violencia. Se fue, igual que la vez anterior, sin mirar atrás.

Me dolía la cara. En la cabeza, solo resonaba una frase:

"¿Por qué no te mueres ya?"

La misma frase de aquellas noches interminables en la academia.

Me arremangué. Los cortes marcados en mis brazos hablaban por sí solos.

Fui a la ventana. Miré hacia abajo, al lugar donde había caído el collar.

Marqué su número.

—Hermano, si muero, ¿me vas a creer? Yo no la empujé. Ella fue quien robó el collar de mamá.

—¡Pues muérete ya!

Su voz, llena de rabia, tronó en el teléfono.

Apagué el celular. Sonreí, resignada.

Cerré los ojos y me dejé caer hacia atrás.