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Aprobó El Examen Sentada En Mis Piernas
Aprobó El Examen Sentada En Mis Piernas
ผู้แต่ง: Mangonel

Capítulo 1

ผู้เขียน: Mangonel
Me llamo Adrián Rivera. El año pasado tuve problemas con el Director Ochoa y me echaron de mi antiguo trabajo. Este año conseguí puesto como instructor aquí en “El Volante”, muy cerca del Instituto de Artes de San Pedro. El lugar está lleno de alumnas jovencitas.

Las alumnas de ahora... las traen cortitas en la prepa y cuando entran aquí salen muy verdes. No suelen tener mucha experiencia ni tienen límites; actúan solo por instinto, se visten superprovocadoras y son bien aventadas.

No voy a negar que le doy gusto a la vista, pero recordando cómo me fue con Ochoa, trato de cuidar el puesto y me aguanto, enseñándoles con profesionalismo. Aunque claro, el contacto físico es inevitable.

Tienen veinte años, las hormonas a todo lo que dan. Muchas ni han tenido novio formalmente, así que están muy sensibles.

Especialmente Lucía Soto, la de danza. Acaba de entrar a primero y tiene un cuerpo para morirse: pechos grandes, caderas pronunciadas... cuando camina todo se le mueve con un ritmo hipnotizante.

A ella parece que le encanta el contacto. Siempre pide que sea yo quien le dé las asesorías privadas. A veces me aprieta el brazo entre su pecho, otras veces roza mi pantalón con sus piernas blancas y desnudas.

Cada vez que termino la clase con ella, tengo que buscar dónde calmarme yo solo porque me deja muy acelerado. Esto pasa cada vez más seguido, y la forma en que me mira es cada vez más descarada.

Esa tarde, Lucía llegó corriendo con sus pasitos cortos para alcanzar la práctica. Traía puesto el leotardo blanco de danza y una faldita entallada que apenas le cubría, marcando cada curva con una sensualidad tremenda. Se inclinó y golpeó el vidrio del auto.

—Profe, qué pena, perdón por la tardanza, es que apenas salí de clase de danza.

El escote en V del leotardo era profundo; al agacharse pude verle todo el encanto.

Abrí la puerta del copiloto y le sonreí para recibirla.

—Ya te estaba esperando, súbete.

Se sentó a mi lado, me agarró del brazo y me empezó a rogar de manera mimada.

—Ay, Profe... ya reprobé cuatro veces el examen de estacionamiento. Si repruebo otra vez me van a hacer recursar. Tiene que ayudarme, por favor.

Al ver esos ojos suplicantes, suspiré.

—Está bien, vamos a empezar con...

Se acercó demasiado y sentí su aliento dulce en mi oído.

—No, Profe... así no aprendo.

Sus dedos bajaron deslizándose por mi brazo hasta llegar a mi muslo.

—¿Y si me siento en sus piernas y usted me enseña... ya sabe, guiándome con sus manos?

No supe qué decir. El aroma de su perfume me llenó la nariz.

Como si no tuviera voluntad, asentí.

—Gracias, Profe. Me voy a sentar aquí, no se vaya a incomodar, ¿eh?

Lucía pasó del asiento del copiloto al mío.

Se movía despacio, dejando las caderas en alto mientras se acomodaba.

Acababa de bailar, así que su piel tenía un brillo ligero de sudor que, bajo las medias blancas, la hacía ver irresistible.

Aspiré ese aroma a juventud y sentí cómo me hervía la sangre.

No sé si fue a propósito o qué, ¡pero puso la mano en mi entrepierna!

Sentí un corrientazo en todo el cuerpo, una sacudida deliciosa y traicionera que me hizo estremecer.

Lucía se dio cuenta y se disculpó rápido.

—Ay, perdón, Profe... no me fijé. ¿No lo lastimé?

Qué bárbara. Yo soy el que sale ganando con el toque y ella es la que se disculpa. Hice un gesto con la mano restándole importancia.

—No pasa nada. Acomódate bien para que te pueda enseñar.

Lucía terminó de ajustarse y se dejó caer en mis piernas. ¡Cayó exacto en el blanco! Solo traía esa faldita y las medias delgadas.

Al sentarse, sentí una presión íntima, como si la tela no existiera y estuviéramos piel con piel. Para colmo, Lucía se meneó para “sentirse más cómoda”.

Ese roce fue demasiado; se me notó todo, levantando una carpa que se clavaba en ella.

Ella notó algo raro, se movió otra vez y preguntó con esa voz inocente:

—Profe, ¿qué es eso duro que siento ahí abajo?
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