Ella bajó la cabeza y se inclinó sobre el volante, dejando sus caderas en la posición perfecta, listas para mí. Ajusté mi asiento hacia atrás, abriendo el espacio justo para poder moverme con libertad y hacer lo que tenía en mente. Separé la suavidad de sus glúteos con las manos y, sin dudarlo, deslicé la lengua lentamente a lo largo de su intimidad, saboreando cada centímetro. Lucía no pudo contenerse más y comenzó a gemir, con la voz quebrándose entre agudos y graves, incapaz de disimular. Escucharla hizo que una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo; sentí cómo mi propia emoción llegaba al límite, dolorosa y urgente, hinchándose dentro de mí. Lucía habló con tono suplicante, casi con dolor:—Ay, Profe, ¿por qué me hace esto? Entre más lo hace, más desesperada me siento... ya no aguanto. No juegue, por favor... lo necesito adentro, ¿sí?Ante su súplica tan directa, me bajé los pantalones hasta los tobillos y me acomodé en el asiento. Mi hombría estaba erguida, apuntando hac
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