Masuk—Señor instructor, ¿qué es eso duro que siento ahí abajo? En la escuela de manejo, dentro del Instituto de Artes de San Pedro, estaba dándole clases a una alumna de primer año bastante atractiva. Nunca me imaginé que esa chica, que a primera vista parecía ingenua, vendría vestida de manera tan provocativa e insistiría en sentarse sobre mis piernas para que le enseñara a manejar “mano a mano”. Durante todo el trayecto, tuve que resistir mis impulsos y concentrarme en enseñarle bien, ignorando a propósito cómo se frotaba contra mí, a veces sin querer y otras no tanto. Pero quién iba a decir que soltaría el embrague demasiado rápido. El motor se apagó y dio una sacudida. Ella cayó de sentón entre mis piernas. El impacto se sintió en su zona más íntima. Y lo único que traía puesto era una faldita corta y ropa interior de tela muy delgada.
Lihat lebih banyakEn cuanto me vio, su cara se transformó en una máscara de enojo e intentó huir. Me adelanté para cortarle el paso.—No te vayas. Necesito hablar contigo.Lucía respondió con la voz quebrada, al borde del llanto:—Ya déjame en paz, ¿quieres? ¿No me has jodido lo suficiente? Todo el mundo en el instituto ya vio el video. Ya no puedo salir sin que se me queden viendo todos.Sus palabras me dejaron mudo. No sabía qué contestar. A fin de cuentas, todo este desastre había comenzado por mi culpa.Bajé la voz y traté de sonar convincente:—Mira, sé que me equivoqué, pero tengo una solución. Solo tienes que salir a decir que somos una pareja normal. En estos tiempos, es muy común que un hombre mayor ande con una universitaria. Y si dices eso, podemos exigir que borren los videos. Si somos pareja, difundir eso es una invasión a la privacidad.Pero Lucía seguía cerrada, sin mostrar interés en mi plan. Me rechazó.—Dejaste de darme las clases prácticas y de seguro voy a reprobar el examen de manej
Al llegar al Instituto de Artes de San Pedro, dejé a Lucía para que regresara a su dormitorio y me dirigí a las oficinas de la escuela de manejo. Tenía que hablar con mi jefe antes de que la situación empeorara. En cuanto localicé al Director Bernal, intenté sonar lo más servicial posible.—Jefe, quería comentarle algo sobre lo que pasó hace un rato en la calle...No pude terminar la frase. Agitó la mano, cortándome de tajo con un gesto grave y pesado.—Mira, Adrián, ahórratelo. Ya me llamaron. Que traigas a una alumna sentada en tus piernas mientras maneja es una vergüenza. ¡Qué falta de profesionalismo!Me sentí acorralado, tragándome mi frustración sin poder defenderme bien, como quien muerde algo amargo y no puede escupirlo.—Oiga, pero usted no sabe cómo estuvo. La alumna me rogó, casi me obligó a que le enseñara así, mano a mano.Bernal levantó la mirada, mirándome con una intención clara y suspicaz.—¿Ah, sí? ¿En serio? Porque lo que yo escuché es que tuviste relaciones con esa
Después de todo, su siguiente examen, el de manejo en calle, es muy diferente a las maniobras en el circuito cerrado; aquí hay que salir al tráfico real. Ya no se trata solo de evitar accidentes por seguridad, sino de que si nos veía un oficial de Tránsito, el problema no se limitaría a una simple infracción. En casos graves, uno podía terminar hasta en el Ministerio Público.Por eso, cuando Lucía sugirió volver a sentarse en mis piernas, me negué. Ella hizo un puchero y, con voz melosa y consentida, reclamó:—Mmm, seguro es que ya no te gusto, Profe. Por eso ya no quieres que vaya encima de ti.Me apresuré a explicarle, tratando de no sonar brusco:—¡Cómo crees! Por mí encantado, si fuera por mí te pediría que no te bajaras nunca. ¿Cómo voy a querer rechazarte? Pero es que esta etapa no tiene nada que ver con la anterior —continué, intentando razonar—. En el circuito estábamos encerrados, nadie nos veía. Pero aquí tenemos que salir a la avenida y el policía de tránsito anda muy activ
Me incliné sobre ella y empujé con fuerza para entrar. Esta vez la humedad era abundante, lo que facilitó entrar suave y profundo.La suspensión del auto comenzó a mecerse con violencia bajo nuestro ritmo; por fortuna, en esta ocasión nadie interrumpió el momento. La intensidad no duró demasiado. Terminé pronto, cayendo exhausto contra el respaldo del asiento del conductor.Lucía también descansaba, satisfecha, con las piernas colgando relajadas a un costado de la consola central.—Profe, no esperaba que fueras tan bueno —dijo ella con voz melosa—. Me dejaste bien a gusto. Cuando lo hacía sola en casa, nunca se sentía así de bien.Al escuchar aquello, la curiosidad me ganó.—¿Y cómo le hacías tú sola?Inclinó la cabeza, haciendo memoria con un gesto inocente.—Pues cuando me daban ganas, usaba los dedos. Pero luego sentía que no alcanzaba, así que empecé a usar pepinos. Pero nunca llegaba al punto. Siempre quise probar con un hombre de verdad, pero mis papás son súper estrictos y nunca
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