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Capítulo 4

作者: Violeta
Celia se quedó boquiabierta, mirándolo con incredulidad.

—¿La puse en vergüenza?

Entonces, ¿la había buscado por lo ocurrido en el quirófano?

—Ella es tu jefa. No deberías avergonzarla frente a todos —le dijo César con una actitud seria, desconsiderando el vínculo conyugal entre ellos.

Celia tragó la amargura y, ante la situación, no pudo evitar reír.

—Parece que has olvidado que yo fui la cirujana principal de este caso. ¿Acaso no tengo ni el derecho de hacerlo?

—Tú también has olvidado que yo tengo el derecho de cambiar a la cirujana principal. —sonrió César con burla.

Celia sintió un sofocante dolor por el impacto de esas palabras.

Lamentablemente, ella había solicitado el traslado de trabajo. Él podría cambiar a la cirujana principal, pero su decisión ya no le importaba.

—No vuelvas a hacer lo mismo en el… —habló César.

—Señor Herrera, si quiere, siga adelante —Celia lo interrumpió.

La sonrisa de César desapareció, y su aura intimidante se apoderó al instante, clavando la mirada en ella: antes, solo en ocasiones públicas, Celia lo llamaría "señor Herrera"; cuando ellos se quedaban a solas, nunca lo había hecho. Ni había mostrado esta voluntad de alejarse de él.

—¿Cómo me llamaste? —la cuestionó.

—Lo llamé "señor Herrera" —Celia le respondió con calma, e incluso le devolvió una pregunta—. Siempre quiso que lo llamara así, ¿no es cierto?

La expresión de César se volvió sombría. Justo cuando iba a decir algo, una enfermera apareció y le gritó a Celia:

—¡Doctora Sánchez! ¡La familia del paciente está peleando con la doctora Núñez!

Antes de que Celia reaccionara, César se había ido corriendo, dándole la espalda. Al verlo tan preocupado por la situación de Sira, Celia no pudo evitar reírse, porque este hombre nunca la había tratado con esta actitud.

Los familiares del paciente estaban gritando a Sira fuera del pabellón. Celia no sabía la razón, pero, cuando llegó, escuchó los gritos de Sira.

Se abrió paso entre la multitud y lo que vio fue a César protegiendo a Sira; él agarró la mano de un hombre que iba a golpearla, mientras que ella, muy asustada, se acurrucó en su abrazo con una expresión de inocencia.

El hombre, que era un familiar del paciente, se amedrentó por la intimidante presencia de César.

—¿Quién diablos es usted?

César le dio un empujón para alejarlo.

—Por favor, habla con más calma. ¿Por qué la golpeaste?

—¡Fue completamente una locura! —le gritó el hombre con furia señalando a la nariz de Sira—: Mi hijo acaba de sobrevivir a una cirugía tan importante, pero ella, como su médico principal, dijo que la herida de mi hijo es repugnante cuando vino a examinarlo. Si no tiene ni el mínimo profesionalismo, no está calificada para ser médica.

—No es así —Sira miró a César con los ojos llenos de lágrimas—. César, es que esta mañana comí algo que me cayó mal y por eso tengo náuseas. No fue por la herida del paciente.

César le hizo una señal con la cabeza y la consoló.

—Me encargaré de arreglarlo.

Y luego, se volvió hacia el hombre agitado.

—Ella solo está enferma y no lo hizo a propósito. Señor, pagaré todos los gastos médicos de su hijo como compensación.

Al escuchar la solución, los familiares del paciente, que antes estaban muy enfadados, se calmaron y dejaron de insistir.

—¡Mucha mala suerte! —escupió el hombre, pero regresó al pabellón.

—César, perdóname por haberte causado problemas. En realidad, no tenías por qué protegerme así. ¿Qué haré si te lastiman?

César le sonrió.

—Mientras tú estés bien.

En ese momento, uno de los colegas le preguntó a Sira:

—Doctora Núñez, ¿el señor Herrera es su novio?

Sira bajó la mirada algo avergonzada.

—No, no es así. No bromeen con eso.

—¡No lo niegue! ¡Ustedes parecen una pareja perfecta! —gritaron otros en apoyo.

La mirada de César se posó en Celia, atravesando la multitud. Cuando la de Celia se encontró con la suya, ella sintió un insoportable dolor como si le apretaran el corazón.

Su esposo y otra mujer parecían una pareja perfecta, y ella no debería quedarse allí.
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Claudia Serrano
Según tú crees tener el derecho de cambiar a los doctores cuando ni siquiera tienes el conocimiento o la inteligencia para dar trabajo ya que la entregaste por ser tu amante.
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