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Cuando la perdió, ya era tarde
Cuando la perdió, ya era tarde
Autor: Bendición de Nube

Capítulo 1

Autor: Bendición de Nube

—¿De verdad aceptas divorciarte de mi hijo, Elena? ¿No me estás engañando? —dijo la madre de Luis.

—Sí, pero exijo una indemnización de cien millones —respondió Elena.

Al otro lado de la línea, la mujer vaciló un momento.

—Está bien. Pero necesito un mes para arreglarlo todo. Y entonces, tendrás que desaparecer de la vida de mi hijo. Para siempre —dijo la madre de Luis.

Elena esbozó una sonrisa amarga. Ella colocó el acuerdo de divorcio dentro de una caja elegante y la selló. Luego, abrió su mensajería y escribió una respuesta.

“Profesora, regresaré a Bahía Azul dentro de un mes para participar en el concurso de diseño.”

“¿De verdad, mi niña? No me engañes, ¿eh? Siempre pensé que fuera una pena que lo abandonaras todo por el matrimonio, ¡qué lástima!”

***

—Lo siento, mi amor —se disculpó Luis con urgencia—, había mucho tráfico y he llegado tarde. No estés enfadada, ¿vale?

La mirada de Luis era tierna y llena de cariño. Pero el tenue aroma a perfume que traía consigo resultaba especialmente penetrante.

“¿Tráfico? Más bien acababa de bajarse de la cama de su amante”, pensó Elena.

Conteniendo la opresión en el pecho y forzando una sonrisa, ella le alargó la caja que descansaba sobre la mesa.

—Esto es para ti. Un regalo —dijo Elena.

—¿Un regalo? —preguntó Luis.

Él la trató como si fuera un tesoro, quiso abrirla de inmediato.

Elena lo detuvo y dijo:

—Ábrela dentro de un mes. Ese día es nuestro aniversario de boda, así tendrá más significado.

Luis detuvo sus manos y esbozó una sonrisa llena de ternura.

—Vale. Como tú digas, mi vida. Te hago caso —respondió él.

Dicho esto, él sacó su teléfono, tomó una foto de la caja y la publicó en sus redes sociales para presumir. La felicidad en su rostro era innegable.

Pero a Elena se le llenaron los ojos de lágrimas mientras escenas del pasado acudían a su mente: tiempo atrás, Luis la perseguía desde el instituto hasta la universidad con un romance apasionado, llegando al extremo de enfrentarse a su propia familia para poder casarse con ella.

Su suegra entonces se burlaba de ella: “No existe un hombre fiel en este mundo. Tarde o temprano os divorciaréis”. Incluso le ofreció dinero para que se largara. Pero ella en ese momento afirmó: “Luis es diferente”.

Y ahora, Luis le demostró con hechos lo equivocada que estaba, haciendo que pensara que al final, lo único que importaba era el dinero.

“Qué irónico... Esperaba que dentro de un mes, él estuviera realmente contento”, pensó Elena.

***

Luis guardó la caja con sumo cuidado y se fue a la cocina a preparar la cena. Él preparó una mesa llena de los platos que ella amaba.

Elena observó la figura ocupada del hombre en la cocina y sintió un nudo en la garganta.

En su día, Luis había sido un joven heredero arrogante que apenas pisaba la cocina. Pero por ella, aprendió a cocinar durante mucho tiempo. Después de casarse, fue increíblemente atento. Siempre que él estaba, ella nunca tenía que preocuparse por nada.

—Has adelgazado. Seguro que no has hecho caso y has trasnochado trabajando otra vez —le dijo él con preocupación, sirviéndole comida—. A partir de ahora, por cada kilo que pierdas, te quitarás un día de ir a la oficina.

Sus palabras estaban llenas de un cariño profundo. La consentía como a una niña.

Pero el corazón de Elena era un mar de emociones contradictorias, tan amargas que apenas podía soportarlas.

—Luis, ¿me quieres? —preguntó Ella, alzando la vista hacia él, con la determinación de contener las lágrimas.

Al verla así, él, alarmado, soltó inmediatamente los cubiertos, la abrazó.

—Te quiero, mi amor. Eres mi vida. Cuando lloras, siento que el corazón se me parte. ¿Es que alguien te ha dicho algo? Dime, y me encargaré de ello —él la consoló.

El amor y la preocupación en sus ojos parecían auténticos.

Elena se perdió un momento en sus pensamientos... Las imágenes la golpearon sin piedad: las fotos donde veía a Luis besándose con otra mujer, y a ambos paseando de la mano por calles extranjeras.

En realidad, Elena ya sabía desde hacía un mes que Luis le era infiel. Él seguía creyendo que lo ocultaba a la perfección, sin saber que ese tenue aroma a perfume, esos largos cabellos en su ropa... ya lo habían delatado hacía tiempo.

“Ja... ¿Eso era amor? Qué broma cruel...”, pensó Elena.

En ese momento, el teléfono de él vibró.

Luis echó un vistazo al dispositivo. Por sus ojos cruzó una sombra de emoción contenida y al instante apagó el teléfono.

Pero Elena ya había visto el nombre en la pantalla: “Lauri”.

—¿Qué ocurre? —preguntó Elena, con la garganta apretada, observándo a Luis, buscando algún indicio de mentira en su rostro. Pero ella no lo encontró.

—No es nada —dijo Luis, dando la vuelta al teléfono—. Un proyecto tiene un problema inesperado. Tengo que ir a solucionarlo. Quédate tranquila en casa, vuelvo enseguida.

El corazón de Elena se hundió. Tiró suavemente del dobladillo de su camisa, intentando retenerlo.

—¿Qué trabajo es tan urgente que requiere que el presidente de la empresa salga a estas horas? ¿No puede esperar a mañana? —preguntó ella.

Sin dudarlo, Luis la estrechó entre sus brazos, acariciando su espalda.

—Está bien, me quedo —él la consoló.

“Tan dulce”, pensé ella.

El corazón de Elena se encogió como si un puño invisible lo apretara, con un dolor que le dificultaba la respiración. La cena transcurrió sin sabor.

Por la noche, después de ducharse, ella salió del baño. Inmediatamente, Luis la abrazó por detrás; su complexión fuerte y ancha desprendía una intensa sensualidad. Su mano acarició su cintura delgada, deslizándose gradualmente hacia abajo...

—Cariño, ya se te habrá pasado la regla, ¿verdad? —preguntó Luis.

Elena contuvo la sensación de querer llorar. En el momento en que su mano se dirigió bajo su falda, ella la apartó.

—Estoy un poco cansada —rechazó ella.

Luis se detuvo, y el deseo en su rostro se desvaneció, mostrando cierta decepción.

—Cariño... —rogó él.

Elena, impasible, se acostó.

Al verla tan firme, él no tuvo corazón para insistir. Se inclinó y besó su mejilla.

—Duerme. Yo iré al estudio a tratar unos asuntos —dijo Luis.

—Vale —respondió Elena.

Ya entrada la noche, el sonido leve de una puerta abriéndose hizo que Elena abriera los ojos al instante. Quizá movida por la intuición, ella se levantó, se puso una bata sobre los hombros y abandonó el dormitorio. El estudio estaba vacío. Frunció el ceño y, al girar la mirada hacia el jardín a través de la ventana, su cuerpo quedó petrificado: allí fuera, dos figuras se fundían en un abrazo.

Luis empujó a la mujer.

—¡¿Quién te ha dicho que vinieras aquí?! ¡¿No te dije que no podías dejar que Elenita se enterase?! —la regañó Luis con furia.

—Es que me da pena verte tan frustrado —susurró Laura—. Y si ella no está dispuesta a complacerte... pues yo sí puedo, Luis. Mira, me puse la lencería que me compraste... ¿Quieres verla?

Diciendo esto, Laura se abrió la chaqueta, revelando la seductora prenda interior, se levantó de puntillas y besó su barbilla.

—Luis… —susurró ella con tono provocativo.

La respiración de Luis se volvió notablemente más pesada; apretó con fuerza su estrecha cintura. Después del rechazo de Elena, la verdad era que sentía deseos...

—Gatita —dijo Luis.

Luis recorrió su cuello a besos, murmurando palabras sucias y urgentes al oído y, impaciente, la llevó en brazos hacia el coche cercano. Pronto, el vehículo comenzó a sacudirse con violencia. Una muestra de lo intenso que era todo.

A Elena se le llenaron los ojos de lágrimas, que cayeron como perlas sin fin. El dolor en su pecho le robaba hasta el aliento.

Debido a su familia, Elena nunca había creído en el amor. Después, fue el amor apasionado de Luis lo que la hizo flaquear. Él la quería tanto que nunca intentó ir más allá; en sus momentos más íntimos, solo se limitaba a besarla. No fue hasta su noche de bodas cuando, con sumo cuidado, le quitó la ropa. Aquel hombre tan arrogante se había emocionado hasta las lágrimas. La abrazó con ternura y dijo que nunca le fallaría a ella.

En ese momento, el corazón de Elena se derritió por completo.

—Oye, Luis, escúchame bien —dijo ella, con determinación—. Mientras tú no me falles, yo jamás te dejaré. Te lo prometo.

Y ahora, todo aquello no era más que una broma de mal gusto. Él la había defraudado. Así que ella, también, se iría para siempre.

Elena se giró y se alejó con desánimo. Una vez en el dormitorio, guardó varias prendas en una maleta. Acto seguido, se plantó frente al calendario y, con un bolígrafo, selló simbólicamente el día 24 con una cruz.

“Luis, quedan 29 días”, se dijo Elena.

***

Elena no pudo dormir en toda la noche, quedándose dormida de manera superficial ya de madrugada.

Temprano por la mañana, la voz alarmada de Luis la despertó.

—Cariño, ¿qué es esto? —preguntó él.

Elena abrió los ojos, aturdida, y al ver lo que sostenía en la mano, su corazón dio un vuelco.

“¡Eran los documentos del servicio de simulación de muerte que ella había contratado en secreto!”, pensó, consternada.
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