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Capítulo 2

Autor: Bendición de Nube

Luis revisaba su teléfono, donde un mensaje del sistema confirmaba: “Cancelación completada”.

El rostro de Luis se tiñó de una inquietud palpable.

—Elenita, ¿qué has cancelado? —preguntó él.

Para tramitar el certificado de defunción, claro que hay que cancelar la identidad.

Elena mantuvo una expresión serena, pero en el instante en que Luis se inclinó, vislumbró un marcado chupetón oculto bajo el cuello de su camisa. Aquellas manchas rojizas le ardieron como agujas en los ojos. Ella alzó la vista para encontrar su mirada angustiada y esbozó una sonrisa helada.

—No es nada. Solo un juego que me cansó la vista. Ya no quiero seguir jugando —respondió Elena.

—Ah, solo un juego… —respondió, con un leve suspiro de alivio.

Luis dejó el teléfono y la abrazó con la fuerza de quien recupera un tesoro perdido.

—Cariño, ¿no decías que querías ir de compras? Vamos, yo te acompaño.

Elena no quería ir. No estaba de ánimo. Pero no pudo oponerse a la insistencia de Luis, quien lo tenía todo perfectamente organizado.

“¿Será por remordimiento? ¿O por culpa?”, se preguntó Elena para sus adentros.

Elena esbozó una mueca irónica, aceptando de mala gana. Ella estaba a punto de irse, y no quería levantar sospechas que pudieran delatar sus planes.

Durante todo el trayecto, Luis fue exquisitamente atento.

Era pleno verano, y el calor exterior resultaba asfixiante. Luis, nada menos que el presidente de un conglomerado, se rebajaba a sostenerle la sombrilla.

Algo que despertó murmullos de admiración entre los transeúntes:

—¡Dios mío! ¿No son el señor Martínez y Elena? Vaya, qué detallista es él.

—¡Claro! Su historia de amor es famosa en toda Ciudad Imperial. Es conocido por lo mucho que adora a su mujer. Hasta plantó guayabos en el jardín porque a ella le gustan. ¿Cuándo encontraré yo un hombre así?

—Sí, Luis la consiguió después de intentar de todo. ¿Cómo no la va a cuidar como a una niña?

Elena sonrió con una amargura interior que solo ella percibía.

Al entrar en una boutique de lujo, una dependiente se acercó con entusiasmo.

—Señora, este vestido es un modelo icónico de nuestra casa—intervino la dependiente—.Con su tipo de figura, luciría una elegancia excepcional.

—Si te gusta, llévatelo—dijo Luis con mirada adoradora—.No importa el precio.

Elena apretó los labios, dispuesta a responder, cuando...

—¡Los modelos clásicos son diseños de hace diez años!—irrumpió una voz femenina, dulce y afectada—.¡Qué pasados de moda!

Era Laura Hernández. Su rostro, perfectamente maquillado, esbozaba una sonrisa mientras tomaba un vestido de la nueva colección.

—Las nuevas colecciones son mucho más bonitas—observó Laura con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—.¡Qué juvenil y fresca! ¿No le parece, señorita Elena?

Su expresión parecía inocente, pero sus ojos desprendían un desafío descarado.

Elena la reconoció al instante: era la chica que se había enredado con Luis la noche anterior.

“¿Ella ya no puede contenerse?”, se preguntó Elena.

El rostro de Luis se ensombreció, y su mirada lanzó una advertencia silenciosa.

Laura apretó los dientes e hizo caso omiso, pensando: “Elena es blandengue. ¿Qué daño puede hacerme? Total, Luis me adora, y después con unas palabras lo arreglo.”

—¡Ay, se me olvidaba!—exclamó Laura con fingida condolencia—.La señorita Elena ya tiene veintiséis primaveras... Un vestido tan juvenil quizá le quede grande, ¿no? Lo siento mucho...

Una sonrisa triunfal se dibujó en sus labios mientras pronunciaba estas palabras dulcemente venenosas.

Elena esbozó una sonrisa fría. Alzó la etiqueta del vestido y la examinó con desdén.

—Sí, es muy juvenil y fresca—concedió—.Pero vaya, parece que hay quien confunde lo barato con un tesoro.

Hizo una pausa deliberada, clavando sus ojos en Laura, y siguió diciendo:

—No, me corrijo: solo la gente barata se encapricha con baratijas. Lo nuevo pasa de moda cada temporada, son solo tendencias masificadas. En cambio, lo clásico... perdura.

“¿Acaba de llamarme barata? ¿De decir que soy una tendencia masificada?”, pensó Laura. Su rostro palideció; ni su impecable maquillaje lograba ocultar la humillación. Miró a Luis con ojos vidriosos, suplicantes, como esperando su intervención.

En otras circunstancias, Luis ya habría acudido a consolarla con palabras dulces. Pero esta vez, él rodeó a Elena con el brazo y afirmó con voz melosa:

—Mi vida tiene razón. Lo clásico es elegante. Lo nuevo... resulta muy vulgar.

—¡Claro que tiene razón! Una mujer tan ordinaria como yo... jamás llegará a la altura de la señorita Elena—musitó Laura con la voz quebrada, los labios temblorosos—.Usted es el preciado tesoro, mientras que yo... Perdón por molestar...

Laura dio media vuelta y se alejó con aire abatido.

A Luis le remordió la conciencia. Por un instante, sintió el impulso de seguirla, pero, pensando en Elena, contuvo el paso y frunció el ceño al observar la figura solitaria que se alejaba.

Elena captó ese gesto casi imperceptible. Con una sonrisa fría, se liberó de su abrazo y se dirigió hacia un vestido expuesto en la vitrina.

—Quiero este. El más caro— dijo ella.

Luis reaccionó al instante, entregó su tarjeta a la vendedora y dijo:

—Cárguelo. Y empaquete también todo lo que mi esposa haya visto.

La dependiente no podía disimular su regocijo.

—¡Qué afortunada es la señorita Elena! —exclamó con genuina admiración.

—Es mi mujer—replicó Luis entre risas—.Si no la consiento a ella, ¿entonces a quién?

Elena esbozó una sonrisa teñida de sarcasmo y guardó silencio.

***

Al salir de la tienda, Elena había perdido todo interés. Al notar su expresión, Luis le pidió que descansara en un banco mientras él iba a comprarle el café con leche que tanto le gustaba.

Así había sido siempre: un simple gesto suyo, y él ya sabía lo que deseaba. Ahora, tal vez, haría lo mismo por Laura.

Luis volvió rápidamente y acercó la bebida a las labios de Elena.

—Prueba, a ver si sabe igual —dijo él.

Elena bebió un sorbo, con la mirada cargada de emociones contradictorias.

“El sabor era el mismo”, pensó, “pero la persona había cambiado por completo.”

En ese momento, el teléfono de Elena vibró en su bolso. Al revisarlo, encontró un mensaje de un número desconocido:

“¿Qué tal, señorita Elena? ¿Cómo se sintió al verme con Luis anoche? ¿Dolió, verdad? Se lo juro, todas las noches que él no estaba en casa, las pasaba conmigo. Me ama tanto que cada vez usa una caja entera de condones.”

Elena leyó el mensaje con frialdad, una mirada gélida en sus ojos.

“¿Y si hacemos una apuesta? En un rato, Luis te dejará plantada y vendrá conmigo.”, decía el mensaje.

Elena estaba segura de que no; Luis podía ser infiel, pero no era tan imprudente como para dejarla plantada por unos mensajes. Sin embargo, la realidad se encargó de darle una bofetada. Vio a su marido escribir mensajes con una sonrisa en los labios.

Luego, guardó el teléfono y, con tono formal, anunció:

—Cariño, hay un problema con un proyecto. Haré que el chófer te lleve a casa, ¿vale?

—Ja…

Ella miró la foto de la conversación en su teléfono, llena de insinuaciones, y no pudo evitar reír con sarcasmo.

Esto era lo que llamaba “un problema”. ¿Ir a acostarse con Laura?

—Está bien, ve —respondió Elena, conteniendo la amargura que le invadía la garganta. No puso ninguna objeción.

La tranquilidad de Elena lo desconcertó. Luis esperaba que, como antes, le rogara que se quedara con sus habituales arrumacos. Una inexplicable sensación de vacío se apoderó de él... Pero la vibración insistente del teléfono reclamó su atención. Al recuperar la compostura, Luis se convenció a sí mismo: “¡Elena simplemente es madura y comprensiva!”. Y, sin darle más vueltas al asunto, se marchó.

En el instante en que se fue, Elena arrojó el café con leche a la basura, su mirada helada como acero.

Poco después, Laura envió a Elena una foto explícita, con un mensaje:

“La que no es amada es la tercera, señorita Elena. Mira cómo me desea Luis.”

Elena respondió un mensaje:

“Sí, cada oveja con su pareja. Qué bien hacen pareja.”

Del otro lado, la respuesta de Laura fue un silencio cargado de rabia.

***

Al regresar a casa, Elena siguió empacando sus cosas. Sacó del armario sus libros de diseño y sus bocetos, guardándolos con esmero en una caja. Aquellos eran sus tesoros. Si no se hubiera casado con Luis, quizá su vida habría tomado otro rumbo... Una amargura profunda invadió su corazón. Pero aún estaba a tiempo de enderezar el camino.

Elena empacaba poco a poco, cada día. Una persona observadora podría haberlo notado. Pero Luis ni siquiera notó nada, como si nada de esto tuviera importancia.

Al terminar, ella se acercó al calendario y marcó el día 25 con una cruz firme.

“Luis, quedan 28 días”, pensó Elena.

La puerta se abrió y Luis volvió a casa.

Nada más entrar en el dormitorio, Luis encontró a Elena frente al calendario. No sabía por qué, pero esas cruces rojas le parecieron un presagio funesto que no podía descifrar.

—Elenita, ¿para qué haces eso? —preguntó, acercándose con cierta tensión.

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