Señor Rodríguez, la señora declara que ya no dará marcha atrás

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By:  YolandaUpdated just now
Language: Spanish
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Durante cinco años, Santiago Rodríguez y Valeria Núñez vivieron juntos bajo un matrimonio por conveniencia. Incluso después de descubrir que él tenía una amante, ella decidió aguantar la situación con paciencia. Pero todo cambió cuando se dio cuenta de que el niño que había estado criando como suyo era, en realidad, fruto de la relación entre Santiago y su amante. En ese momento, entendió que su matrimonio había sido una farsa desde el primer día. La amante, actuando como si fuera la esposa legítima, se presentó en su casa con los documentos de divorcio que Santiago había redactado. Justo ese día, Valeria se enteró de su embarazo. Si su esposo había sido corrompido, ya no tenía sentido estar con él. Y si el niño era de la amante, entonces debía dejárselo. Valeria, terminando con el amor y las emociones, reveló su verdadera naturaleza y se enfocó en prosperar económicamente. Aquellas personas que la maltrataron anteriormente se iban a lamentar de sus acciones e iban a luchar entre sí para ganar su perdón. Los jóvenes ricos, que se burlaron de ella por ascender socialmente mediante un hombre, se arrepentían y le ofrecían grandes sumas de dinero buscando su amor. Y el pequeño que había sido influenciado por la otra mujer se lamentaba rogándole que fuera su mamá mientras lloraba. * A altas horas de la noche, Valeria atendió una llamada de un número desconocido. Por el auricular escuchó la voz de Santiago, era evidente que estaba borracho. —Valeria, no debes aceptar esa propuesta de matrimonio. En cuanto a los documentos de divorcio… No los he firmado.

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Chapter 1

Capítulo 1

Valeria y Santiago llevaban cinco años en un matrimonio secreto, cumpliendo con las obligaciones conyugales, pero sin amor entre ellos. Más bien, debería decirse que ella ocultaba sus sentimientos hacia su esposo.

En la noche de fin de año, mientras la ciudad se cubría de nieve y por todas partes se escuchaba la alegría de las celebraciones de navidad, en el amplio conjunto residencial Las Palmas se encontraba Valeria sola. Se había preparado un plato de pasta, pero no había tocado nada de su comida.

El teléfono sobre la mesa de comedor reproducía una transmisión en vivo. En la pantalla se veían unas manos masculinas tomando un anillo de diamante para ponerlo con cuidado en el dedo anular de una mujer. En el video se escuchaba la voz suave de una mujer.

—Santiago, por favor, cuida de mí el resto de nuestras vidas.

Valeria fijó su mirada en el reloj que llevaba el hombre en la muñeca. Este era una pieza de edición limitada que servía como su marca distintiva. Entonces, una sensación agria se extendió por su pecho. La imagen se había detenido y sus ojos continuaban sin apartarse de la pantalla; solo podía confirmar una y otra vez lo que ya sabía de forma casi masoquista.

Hacía medio año que aquella mujer la había agregado a WhatsApp. Desde entonces, veía a su esposo en las historias de esa mujer. Después de cinco años de matrimonio, Valeria descubrió que su marido también podía ser tierno, romántico y atento.

La pasta, que antes soltaba un leve vapor por el calor, ya se había enfriado por completo. Quiso probarla y alzó el tenedor, pero sus brazos no tenían fuerza. Al igual que su matrimonio, no valía la pena seguir intentándolo.

Valeria cerró los ojos mientras las lágrimas caían por sus mejillas. Después de un momento se levantó para regresar a su habitación. Allí se aseó, apagó las luces y se acostó.

Ya era muy tarde cuando escuchó los ruidos de alguien quitándose la ropa. Valeria estaba costada en la cama. Sabía que Santiago había regresado, pero mantuvo los ojos cerrados fingiendo estar dormida.

La cama se hundió y luego él la abrazó. Valeria puso una cara de desconcierto. Un momento después, su camisón fue levantado y una palma seca y cálida la tocó.

Ella se estremeció y abrió los ojos de golpe. Su cara masculina de rasgos definidos estaba muy cerca de ella. Sobre la nariz aún llevaba sus gafas plateadas. La pequeña lámpara de noche en la cabecera de la cama estaba encendida, proyectando una tenue luz naranja sobre los cristales. Tras los lentes, los ojos del hombre mostraban una mirada de deseo.

—¿Cómo es que regresaste tan pronto? —Preguntó Valeria con voz suave.

Santiago la miró, notando el enrojecimiento de sus ojos por haber llorado tanto. Entonces curvó ligeramente sus cejas.

—¿No me das la bienvenida?

Valeria lo miró a los ojos y dijo en voz baja: —No es eso, solo es que me sorprendiste.

Con la punta de los dedos acariciaba suavemente la cara de Valeria. Su mirada se oscureció y con voz grave le ordenó: —Quítame las gafas.

Valeria estaba confundida. Mientras, él continuaba tocándole la mejilla, ella contempló la cara que la había obsesionado durante años; pero en su mente solo estaba la imagen que había visto momentos antes en su teléfono. Por primera vez, ella, que siempre evitaba arruinar su estado de ánimo, le respondió con frialdad.

—No me siento muy bien.

—¿Te llegó el periodo?

—No, es solo que…

—Entonces, no arruines el momento. —La interrumpió, indiferente, sus ojos se llenaron de la densidad de la noche.

Valeria sabía que él no estaba dispuesto a dejarla ir. En su matrimonio, ella siempre había sido la parte que se humillaba y cedía. Sintió una punzada de dolor en el pecho y no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas.

El hombre tiró sus gafas a la mesita de noche, y sus manos sujetaron con firmeza los delicados tobillos de Valeria. La luz de la cabecera se apagó, dejando el dormitorio en completa oscuridad.

Los sentidos de ambos se amplificaron. Después de un mes sin verse, Santiago se mostró aterradoramente dominante. Valeria resistió, sin éxito. Al final solo pudo apretar los dientes y soportarlo.

Afuera la nieve caía con intensidad mientras el viento aullaba. No supo cuánto tiempo había pasado cuando quedó empapada en sudor, sintiendo cierta molestia en el abdomen.

Recordó que su menstruación se había retrasado. Aun así, logró decir: —Santiago, yo...

Pero el hombre, molesto por su distracción, se volvió más agresivo en sus movimientos. Los sonidos entrecortados de ella fueron ahogados por sus besos dominantes.

Cuando terminó, todavía no había amanecido. Valeria estaba exhausta hasta el punto de perder la conciencia. Tenía un dolor sordo en el abdomen que, aunque no era intenso, tampoco podía ignorar.

Al escuchar el sonido del teléfono, se esforzó por mantener la conciencia y abrir los ojos. Con su visión borrosa, pudo ver al hombre caminando hacia la ventana para responder la llamada. La habitación estaba demasiado silenciosa, por lo que pudo escuchar vagamente una voz femenina del otro lado de la línea.

Él consoló a quien estaba al teléfono, ignorando por completo a la mujer que estaba a su lado. Poco después se escuchó el sonido del motor del carro. Santiago se había ido.

*

Al día siguiente cuando despertó, el lugar a su lado estaba frío. Valeria se dio la vuelta y se tocó el vientre. Ya no le dolía.

El teléfono sonó: era Fiona, la madre de Santiago.

—Ven aquí de inmediato. —Le dijo con un tono que no aceptaba un no por respuesta.

Ella respondió con un murmullo y Fiona colgó.

Durante los cinco años de matrimonio con Santiago, Fiona siempre la había tratado con desprecio. Valeria ya estaba acostumbrada. Después de todo, los Rodríguez eran la familia principal de las cuatro más poderosas de San Aurelio. Aunque ella había nacido en el seno de la familia Núñez, era una hija abandonada que no recibía favor alguno.

Su matrimonio con Santiago había surgido de una transacción. Cinco años atrás, su madre había matado a su padre en un acto de legítima defensa durante un episodio de violencia doméstica, pero fue acusada de exceso en la defensa. Su hermano se había aliado con la abuela y toda la familia Núñez para acusar a su madre, buscando la pena de muerte.

La familia materna de su madre, los Vargas, también pertenecía a una de las familias más poderosas de San Aurelio. Pero después del incidente declararon que no tenían relación con ella. Cuando Valeria defendió a su madre, sufrió represalias brutales por parte de ambas familias. En un momento de desesperación, su mentor le recomendó buscar a Santiago.

En términos de poder, los antecedentes de los Rodríguez eran algo que ni los Vargas ni los Núñez unidos podían hacer tambalear. En términos legales, hasta ese momento Santiago no había perdido ningún caso.

Él logró conseguir una sentencia de cinco años para su madre, y según el acuerdo, Valeria se casaría en secreto con él.

Según lo que Santiago le había contado, los padres biológicos de su hijo adoptivo, Nicolás, habían muerto en un accidente. Como él y el padre de Nicolás eran buenos amigos, había decidido adoptar al bebé.

Ya habían pasado cinco años y, en un mes más, su madre saldría de prisión por finalizar su condena. El matrimonio había tenido un precio establecido desde el principio: cada uno obtenía lo que necesitaba y así ninguno salía perdiendo.

Lamentablemente, sabía desde el comienzo que ese matrimonio no tenía nada que ver con el amor y que no sabía cuándo terminaría. Pero ella ya había entregado silenciosamente su corazón.

Valeria apartó esos pensamientos, se levantó y entró al baño. Mientras se bañaba, otra vez, sintió molestias en el vientre y esa sensación de inquietud volvió a surgir en su corazón.

Ella y Santiago casi siempre tomaban precauciones, excepto por aquella vez hace un mes, cuando él había bebido demasiado. Aunque al día siguiente ella había tomado la píldora, los anticonceptivos de emergencia tenían posibilidad de fallar.

Para salir de dudas, mientras conducía hacia la casa de los Rodríguez, se detuvo frente a una farmacia, bajó del carro y compró una prueba de embarazo.

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