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Capítulo 3

Penulis: Adrián Azul

Afuera del quirófano, cada segundo se alargaba como una eternidad.

Beatriz iba y venía por el pasillo, con la vista clavada en la puerta cerrada.

Por fin, se abrió la puerta.

Estrella fue empujada fuera por la enfermera, ya estaba profundamente dormida, pero en su rostro aún quedaban los rastros de lágrimas secas, y en sus labios pálidos se notaban incluso leves marcas de dientes.

—¡Estrellita! —Beatriz corrió hacia ella.

La doctora se quitó la mascarilla; su expresión era grave.

—La intervención fue bien, pero su cuerpo está muy débil. En su situación necesitará reposo de verdad, o… quizá le cueste volver a quedarse embarazada.

El corazón de Beatriz se hundió de golpe, al mirar a Estrella, que dormía profundamente, las lágrimas volvieron a brotarse.

¡Con lo buena que es...y tuvo que toparse con alquien como Lucio Fernández!

Cuando Estrella despertó ya era por la tarde.

Blanca Montes, la madre de Beatriz, había llegado con sopa de arroz.

—¿Ya despertaste, Estrella? Anda, toma un poco. Te hará bien —dijo la mujer, mirándole la cara descolorida con un cariño que dolía.

—Gracias, Blanca… —Estrella sonrió débilmente e intentó incorporarse.

—No te mueves —la sostuvo enseguida—. Yo te doy.

Le acercó la cuchara soplándola con cuidado. A aquella mujer le partía el alma: tanto esfuerzo para, por fin, tener un hijo… y perderlo así.

Estrella había llegado a esa casa siendo una niña sin techo. Un día defendió a Beatriz de unos abusones a la salida del colegio; Beatriz la llevó consigo, y la familia Silva la ayudó a terminar sus estudios. Blanca Montes la quiso desde entonces como a otra hija.

Estrella bebió a sorbitos. El calor le asentó el estómago, pero los ojos se le humedecieron.

A un lado, Beatriz hablaba por celular con la voz baja pero trémula de rabia.

—¡Samuel Gustavo! Te lo digo claro: si sigues pegado a ese imbécil de Lucio Fernández, lo dejamos. Se cancela el compromiso y no nos volvemos a ver.

Cortó de golpe. El pecho se le agitaba.

—Bea, no lo hagas por mí… —murmuró Estrella.

—No es por ti —la interrumpió—. Es que no soporto que Samuel no tenga claras las cosas. ¡Lucio te ha hecho esto y él sigue de hermanito con él! ¿De qué lado está?

Las familias Silva y Gustavo eran aliados, y Beatriz y Samuel se prometieron a los dieciocho. Pero Beatriz nunca ha dejado su carácter de princesa, lo que vuelve a Samuel muy preocupado.

Al mismo tiempo, en el salón privado de un club exclusivo de Nisa, la música suave flotaba en el aire junto con el olor a perfume y alcohol caro.

Samuel Gustavo miró el celular sin entender nada.

—¿Y ahora qué mosca le picó? —murmuró, enseñándole la pantalla a Lucio—. Dice que, si vuelvo a juntarme contigo, me deja.

Lucio hizo girar el whisky entre los dedos largos, sin inmutarse; apenas alzó una ceja.

—Vaya, vaya… —se rió Jorge Herrera, recostado en el sofá—. ¿Problemas en casa? Parece que tu novia tiene bastante rencor hacia Lucio. Te dan la oportunidad: elige.

Samuel se pasó una mano por el pelo, desesperado.

—Ni idea de qué rabieta es esta. Bah, no le hagas caso. Bebamos.

Justo entonces, se abrió la puerta del privado.

Entró una mujer con un vestido rojo de tirantes, el cuerpo oscilando con una elegancia estudiada: Amanda Jiménez.

Heredera de los Jiménez y estrella absoluta de la pantalla. Tras la fiesta de cumpleaños de la noche anterior —la que Lucio le organizó por todo lo alto—, había sumado dos millones de seguidores. Brillaba como una constelación.

Si se casaba con Lucio, sería la mujer más codiciada de la ciudad.

La señora del hombre más rico. El título sonaba delicioso.

Fue directa hacia Lucio. Ignoró las miradas, se sentó a su lado, le enlazó el brazo y apoyó la cabeza en su hombro.

—Lucio, ¿puedo ser tu acompañante en el aniversario del Grupo Fernández este fin de semana?

Ya no quería esconderse detrás de él.

Tres años eran suficientes.

A Lucio se le suavizó la mirada.

—Mañana mandaré que te consigan el vestido de gala.

Amanda sonrió radiante.

—Sabía que dirías que sí.

—Brindemos por la casi cuñada —canturreó Herrera, alzando la copa.

—Tres años se cumplen ya… —siguió Samuel—. Amanda, te llega la recompensa.

No era difícil adivinarlo: los dos estaban con Amanda. Nunca habían visto a Lucio salir con Estrella; además, su matrimonio era secreto. Para el mundo, era como si no existiera.

Amanda alzó la copa con naturalidad y chocó con ellos.

—Gracias, Sr. Gustavo. Gracias, Sr. Herrera.

Tres de los cuatro herederos más poderosos de Nisa estaban de su parte. En cuando el matrimonio de Lucio y Estrella llegue a su fin, ella tendrá el derecho de casarse con Lucio.

“¡Ring!”

Herrera miró el celular y casi saltó del sofá.

—¡N vuelve! —exclamó.

Mostró el titular, resaltado: “El fundador de Tecnologías Azulejo, ‘N’, confirma asistencia al Congreso Mundial de Medicina del próximo mes.”

Se le quebró un poco la voz.

—¡Entonces mi abuela tiene una oportunidad! ¡Bendita sea!

La anciana de los Herrera tenía cáncer de pulmón; el tiempo corría en su contra. Aquello era un rayo de luz.

—¿N? —se animaron otros—. ¿El mismo que, hace tres años, publicó la ecuación que cambió el tratamiento del cáncer… y luego desapareció?

—¡Al fin da la cara! Yo creí que se había ido del planeta.

—Tecnologías Azulejo es leyenda viva. Aquella fórmula sacó a muchísimos de la línea de la muerte.

—Sí. Tres años desaparecido… y ahora vuelve. Este congreso lo va a romper.

A lo lejos, en la penumbra, a Lucio se le encendió algo en los ojos.

El Grupo Fernández dominaba el sector sanitario en el país, con un sistema de salud inteligente pionero. Cuatro años le bastaron para convertirse en el número uno de Nisa y llevar el negocio a más de ochenta países.

Pero “N”…

Ese nombre era otra cosa. Un imán.

Si lograba colaborar con él, la posición global del grupo rozaría la cumbre.

Lucio apretó un poco el vaso, la comisura del labio se le curvó con ambición.

—Dicen que su terapia genética combina biología y edición genómica para atacar con precisión las células cancerosas —añadió Samuel, entusiasmado—. Una obra maestra.

Los comentarios se atropellaron. La atmósfera estalló.

“N” era, para muchos, el mejor científico del mundo. Su valor, incalculable.

En ese instante, la puerta se abrió de nuevo.

Una camarera joven entró con una bandeja. Iba con cuidado, pero al ver a los tres herederos, los nervios le jugaron una mala pasada: tropezó.

La bandeja se volcó.

—¡Pum!

—¡Crash!

El cristal rompió la charla en mil pedazos.

Amanda, la más cercana, no tuvo tiempo de apartarse.

—¡Ah!

Lucio reaccionó de inmediato: la rodeó con el brazo y la protegió del salpicón. Aun así, un par de astillas le arañaron el dorso de la mano, dejando dos líneas de sangre.

Frunció el ceño. Al ver la herida y la sangre brotando, se le ensombreció la cara.

—¡Maldita sea!

Lanzó a la camarera una mirada helada.

—¿Qué haces parada? ¡Fuera de acá!

La chica dio un respingo y huyó casi a gatas.

—Lucio… —sollozó Amanda—. Me duele la mano…

Amanda se recostó en el pecho de Lucio, con la voz quebrada por el llanto y las lágrimas a punto de desbordar sus ojos.

—Tranquila, yo te acompaño al hospital para que te curen.

Su tono se suavizó un poco, con cuidado evitó la mano herida de Amanda, la levantó en brazos y salió del privado con pasos firmes y apresurados.

***

El olor a desinfectante impregnaba el aire, y el pasillo estaba tan silencioso que solo se escuchaban los pasos.

Lucio se aseguró de que atendieran a Amanda con detalle; cuando terminó el vendaje, la dejó acomodada y la calmó con unas palabras. Le pidió que descansara.

Al salir de la habitación, al girar una esquina, captó con el rabillo del ojo una sala entreabierta.

Una silueta conocida.

Se le heló la sangre.

Se detuvo en seco.

Sobre la cama, un rostro pálido contra sábanas pálidas. Ojos cerrados, pestañas largas proyectando una sombra leve; un brazo delgado con una vía, el suero goteaba lentamente, cada gota parecía marcar el tiempo que corría.

Estrella Gutiérrez.

¿Cómo podía estar ahí? ¿Y en una cama?

Algo oscuro y denso le apretó el pecho como un puño invisible.

Lucio empujó la puerta y entró.
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