De Esposa Millonaria a Mujer Libre

De Esposa Millonaria a Mujer Libre

By:  Adrián AzulUpdated just now
Language: Spanish
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Estuvieron casados durante tres años, pero Lucio Fernández solo la veía un par de veces al mes, y cada encuentro solo para cumplir con sus deberes de marido. Jamás mostró verdadero interés por ella, ni se tomó la molestia de conocerla. Cuando llegó el final de aquel plazo de tres años, no dudó en ir en busca de la mujer que siempre había considerado la luz de su vida. Entonces, ella se dio la vuelta con frialdad: —Lucio Fernández, divorciémonos. Te concedo lo que tanto deseas. Desde ese instante, dejó de esperar algo de él. Renunció a la ilusión de un hogar en común y regresó a su carrera. Poco a poco volvió a brillar, brilló con luz propia hasta recuperar su esplendor, un lugar donde él ya no tenía cabida. Y, sin embargo, Lucio fue cayendo, paso a paso, atraído por su talento y su encanto, incapaz de resistirse. Solo cuando ella desapareció por completo de su vida, descubrió la verdad: la había olvidado dos veces. Fue ella quien, cruzando miles de kilómetros, se quedó a su lado con una determinación inquebrantable, todo por devolver aquella vida que le debía. Lucio se arrepintió, pero ya era demasiado tarde. Ella se había convertido en un tesoro nacional, una mujer inalcanzable a ojos de todos. En su desesperado intento por recuperarla, solo escuchó: —Señor, la señora ya no quiere ser la esposa del multimillonario. Esta vez le tocaba a él protegerla, aunque tuviera que recurrir a las medidas más implacables.

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Chapter 1

Capítulo 1

Llevaban tres años de matrimonio, siempre cumpliendo con sus deberes conyugales de la misma manera.

Como era ritual cada mes a esta misma fecha, Lucio Fernández había dado la orden al mayordomo de que llevara a Estrella Gutiérrez a la Casa del Lirio.

A ella siempre le había fascinado aquel jardín repleto de lirios blancos; el aire impregnado de su fragancia creaba una atmósfera de ensueño.

Pero el plazo de tres años había llegado a su fin, y aquella no era solo una cita más: hoy debía poner punto final a su matrimonio.

Cuando entró en la habitación, Lucio salió del baño.

El torso desnudo, los hombros anchos y la cintura estrecha delineaban un triángulo perfecto. Cada músculo de su cuerpo emanaba una fuerza irresistible. Llevaba apenas una toalla alrededor de la cadera, y las gotas de agua resbalaban por sus abdominales hasta perderse en el borde de la tela, despertando toda clase de pensamientos prohibidos.

Su rostro, de una belleza casi imposible, parecía tallado por los dioses.

En ese instante, sus labios firmes conservaban un leve rubor del baño, pero lejos de suavizar su expresión, lo hacían parecer aún más frío y distante.

Sin decir una palabra, la tomó en brazos y la llevó hacia la cama.

Estrella lanzó un pequeño grito y, de manera instintiva, rodeó su cuello con los brazos.

Lucio inclinó la cabeza y atrapó sus labios en un beso exigente. Sus manos ya forcejeaban con el vestido que ella llevaba puesto.

El aroma de cedro que siempre lo acompañaba, mezclado con un tenue olor a alcohol, la envolvió hasta marearla.

Ese día, como tantas otras veces, él estaba apurado y brusco. Quizá era el tiempo sin verse, quizá la costumbre… pero la besaba con tanta vehemencia que como si quisiera engullirla por completo.

La temperatura del cuarto subía sin freno.

El aire se impregnaba de una tensión sexual casi tangible.

Se fundieron el uno en el otro.

Cada día cinco y veinticinco de mes, era la cita acordada: encuentros fijados por contrato. El mayordomo la recogía y la llevaba a la Casa del Lirio, aunque nunca vivieron juntos.

Todo estaba escrito: en su bolso descansaba el acuerdo de divorcio. Ese era el destino de su matrimonio. Su vida con él solo iba a durar tres años.

Pasada la medianoche, Estrella despertó con hambre. A su lado no quedaba rastro de él; la cama estaba fría desde hacía tiempo.

Dolorida, se levantó. Se puso un abrigo ligero y bajó las escaleras.

El mayordomo salió a recibirla.

—Señora, ya está despierta. ¿Tiene hambre? Antes de marcharse, el señor ordenó que le prepararan una sopa de arroz.

—Está bien, gracias.

Se sentó con calma y bebió aquella sopa caliente. Al mirar el celular, unas notificaciones la sobresaltaron:

“#El multimillonario Fernández organiza una fiesta millonaria de cumpleaños para la heredera Jiménez”

“#Lucio Fernández y Amanda Jiménez, tuvieron compromiso en Fontana”

Las pupilas de Estrella se contrajeron al instante, sobresaltada por la noticia.

Amanda Jiménez.

Así se llamaba la luz de la vida de su marido.

La Casa del Lirio, aquel refugio tan hermoso, no era más que un altar a otra mujer.

Con los ojos húmedos, fijó la mirada en la foto que mostraba a su esposo abrazando sonriente a Amanda. Ella siempre lo había visto como un hombre gélido, incapaz de reír. Resultaba que simplemente no quería sonreírle a ella.

Amanda lucía un collar de jade rojo en forma de lirio, el mismo que Estrella había admirado tanto tiempo y jamás lo obtuvo.

Dejó la cuchara a un lado y subió a cambiarse de ropa. Ante la cama vacía, una frialdad aún mayor la recorrió.

Ese hombre parecía incansable: por la tarde enredado con ella, y por la noche, viajando a Fontana para celebrar con su verdadera adorada.

Diez minutos después, ordenó al mayordomo que la llevara de regreso a su casa.

No volvería jamás a ese lugar.

Ya en su hogar, sacó del bolso el acuerdo de divorcio preparado un mes antes. Aquella noche pensaba entregárselo, pero él había huido.

Al día siguiente, cerca del mediodía, la despertó el insistente timbre del celular: más de veinte llamadas perdidas de su mejor amiga.

—¡Por fin contestas! —La voz de Beatriz Silva sonaba entre el reproche y el alivio—. ¡Me tenías muerta de preocupación! Pensé que habías hecho una locura.

Estrella suspiró y se llevó la mano a la frente.

—Tranquila, Bea. Yo amo la vida, no me rendiré.

Durmió un poco y el dolor se le hizo más llevadero.

—Espera, voy a tomar el primer vuelo para estar contigo —insistió Beatriz.

—De acuerdo, te espero.

Colgó, aunque en su interior sentía un vacío abrumador. Los recuerdos con Lucio volvieron uno tras otro: lo había seguido en la escuela, en el extranjero, en la facultad de medicina… incluso se había lanzado al mar para salvarlo. Y, aun así, él nunca la recordaba.

Tres años atrás, un accidente lo dejó ciego, justo cuando su primera novia había huido al extranjero. Ella fue quien acudió entonces. Y gracias a la abuela López, en su lecho de muerte, utilizó sus relaciones y la dejó terminada entrando en la familia Fernández.

Lucio la había rechazado desde el primer momento, hasta que la presión del abuelo los empujó al matrimonio y a las exigencias de un heredero. Así nació aquel pacto de dos encuentros al mes.

Cuando al fin recuperó la vista, su mirada sobre Estrella no traía gratitud, sino desprecio.

Ella creyó que con paciencia lograría encenderlo.

Nunca imaginó que el fuego no estaba destinado a ella.

Una nueva llamada interrumpió sus pensamientos. Era la Sra. Fernández, exigiendo su presencia en la mansión familiar.

Estrella sintió un mal presagio, pero sin pensarlo demasiado, se levantó.

A las cuatro de la tarde, ya estaba en la residencia de la familia Fernández, la más poderoso de Nisa.

Nada más entrar, la Sra. Fernández la fulminó con una mirada.

—¿Fuiste tú quien chivó al abuelo? ¿Así es como logras lo que quieres?

Estrella respondió con calma:

—Sra. Fernández, no sé de qué me está acusando.

—Lucio está en el despacho, castigado.

El mayordomo la condujo arriba. Desde el pasillo, se oían los gritos del patriarca.

—¡Ingrato! ¿Todavía te atreves a discutir conmigo? ¿Quieres matarme de rabia?

—Abuelo, usted mismo prometió que si después de tres años Estrella no quedaba embarazada, me permitiría divorciarme y casarme con otra.

—¡Desgraciado! Sigues pensando en esa tal Jiménez. Mientras sigas casado, no toleraré ni un rumor más. Publica una publicación y aclara la situación de inmediato.

—Yo no controlo lo que dicen en Internet. ¿De verdad hay que rebajarse a pelear con los rumores?

Un golpe seco sacudió la puerta.

Estrella respiró hondo y tocó suavemente antes de entrar.

—¡Estrellita! —exclamó el abuelo, sorprendido al verla.

Ella le ofreció una sonrisa cálida.

—No se altere, abuelo, cuídese su salud.

—¿Qué esperas? ¡Pídele perdón a Estrella! —ordenó con dureza al nieto.

Lucio la observó con desdén, convencido de que aquella mujer volvería para reclamar su lugar.

—Abuelo, quiero hablar a solas con Lucio.

Después de que Estrella terminara de decir sus palabras, el abuelo Fernández se despidió con tacto.

Estrella le miró. Pero lo que escuchó Lucio fue lo impensable:

—Lucio Fernández, divorciémonos. Te concedo lo que deseas.

Él parpadeó, incrédulo. Creía que ella recurriría al abuelo como apoyo. En cambio, había aceptado ceder sin más.

Ella añadió con voz firme:

—Podemos hacer los trámites primero. Cuando sea oportuno, ya se lo explica al abuelo.

Tras unos segundos de silencio, él murmuró:

—¿Qué compensación quieres?

—Ninguna. Solo quiero terminar esto con dignidad. Acá está el acuerdo que preparé.

Lucio soltó una risa helada.

—Eso no te corresponde decidirlo. Mañana, en la oficina, firmaremos lo que redacte el departamento legal.

Lo que esto implica es que ella no puede decidir qué se incluye en el acuerdo de divorcio.

—Perfecto. Allí estaré.

Ella tomó el documento, lo dejó sobre la mesa y salió sin mirar atrás.

Para ella, terminar en paz era el último acto de respeto hacia ese matrimonio.

Aquella misma noche, al marcharse tras cenar con el abuelo, le abrazó y se preparó para marcharse.

Estrella se sorprendió de la lluvia de cántaros que se estaba cayendo. Caminó unos pasos, hasta que un dolor agudo le atravesó el vientre. Sintió el calor de la sangre deslizándose por sus piernas, húmedo y urgente.

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