El coche se detuvo, y Eduardo abrió la puerta, invitándola una vez más:
—Sube, hablamos en el coche.
Camila dudó unos segundos, pero al final subió.
Según Eduardo, Camila supo pronto que la persona que la había ayudado hoy provenía de una de las familias más poderosas del país: la familia Torres.
Los Torres tenían industrias que abarcaban los sectores financiero, tecnológico y energético, ocupando una posición crucial en la economía nacional. Decir que eran “ricos como un país” no era ninguna exageración.
Hoy en día, el heredero de la familia, Gabriel Torres, con tan solo veintiocho años, había llevado los negocios familiares a nuevas alturas por méritos propios, siendo reconocido como uno de los jóvenes líderes más influyentes del círculo empresarial.
Anoche, Sebastián Díaz recibió una llamada de los Torres, quienes propusieron una alianza matrimonial entre ambas familias. Y la persona elegida para dicha unión… era Camila.
Eduardo le explicó que las familias que deseaban emparentar con los Torres eran innumerables, y la familia Díaz, por supuesto, no era la excepción.
Él mismo había acudido por encargo del señor Torres.
—¿Así que los Torres son más poderosos que los Díaz?—preguntó Camila sin rodeos, sin ganas de escuchar tanto.
Eduardo respondió:
—No se pueden comparar. Pero si quieres que te lo diga así… la familia Díaz es la más rica de Puerto Azul, ocupa el puesto más alto en el mundo empresarial de la ciudad. Pero los Torres… en el país, nadie se atrevería a negarles algo.
—¿Y Gabriel… cómo es él?—volvió a preguntar Camila.
—Gabriel es muy famoso internacionalmente, aunque dentro del país rara vez aparece. Es un hombre muy misterioso. Yo mismo nunca lo he visto, pero según los rumores…
Eduardo se tocó la nariz; había venido a convencerla de aceptar la alianza, así que se lo pensó antes de continuar.
—¿Qué dicen los rumores?
—Dicen que… no es precisamente fácil de tratar.
Aunque Eduardo fue sincero, aún así lo dijo con bastante tacto.
Si Gabriel solo fuera “un poco difícil de tratar”, la puerta de los Torres ya estaría gastada de tanta gente queriendo entrar.
—¿Qué significa “no fácil de tratar”?—preguntó Camila, con una curiosidad obstinada, decidida a saberlo todo.
Eduardo sonrió con incomodidad.
—Más o menos que… es una persona fría, muy exigente con los demás, y… digamos que no muestra mucho interés por las mujeres. Pero la familia Torres siempre ha tenido una reputación intachable, y el carácter de Gabriel… no debería ser tan malo.
¿No debería?
Esta cada vez sonaba menos a algo bueno.
Camila observó en silencio a Eduardo.
Al final, él no pudo soportarlo más.
—Está bien. Dicen que Gabriel es un hombre bastante solitario y mordaz, con métodos duros, que solo se guía por el beneficio. No tiene calidez alguna, y quienes se atreven a ofenderlo no acaban bien.
Camila tarde o temprano tendría que tratar con él; mejor estar preparada.
—Pero es solo una alianza matrimonial, no hace falta que te lo tomes tan en serio. En las familias poderosas abundan los matrimonios sin amor. Además, con tantos bienes a tu nombre, no solo los Díaz te tienen en la mira. Sin un respaldo sólido, no podrás sostenerte.
Eduardo temía que Camila se echara atrás, así que volvió a recordarle su situación.
—De acuerdo.
—No te precipites en rechazar…
Eduardo se quedó helado. Pensaba que ella diría que no; incluso tenía preparado su discurso para convencerla. Pero ¿ella… aceptó sin dudar?
—¿Aceptaste?
—Sí.
Ella nunca había estado realmente casada. Ahora estaba sola en el mundo.
Y Gabriel, según las palabras de Eduardo, superaba a Alejandro por cientos de veces, tanto en origen como en poder.
Alejandro la había engañado con documentos falsos durante dos años, usándola como trampolín.
Pero un hombre como Gabriel no solo era “cien veces mejor”: podría ser su tabla de salvación para salir del fango.
Lo más importante era que la situación de la familia Díaz era demasiado compleja.
Patricia y su hijo observaban como tigres al acecho; ella, recién reconocida como hija ilegítima, con solo un documento legal que acreditaba una herencia multimillonaria, no tenía manera de imponerse.
Si quería mantenerse firme y asumir realmente el control de las empresas, sin un apoyo poderoso, no podría avanzar ni un paso.
El matrimonio no era amor, era un trato, una alianza.
Camila miró hacia la ventana; su voz era tranquila pero decidida:
—En lugar de luchar sola y dejar que me devoren, prefiero encontrar un aliado digno. Si los Torres están dispuestos a elegirme, no tengo razón para rechazarlo.
Al atardecer.
Camila regresó a la casa de los Jiménez y descubrió que Alejandro y Laura no estaban.
Preguntó a los sirvientes, y supo que Alejandro había llevado a Laura y a Mateo a ciudad Ángel para ver una exposición de arte, y que no volverían esa noche.
Camila sacó su teléfono y descubrió que Alejandro le había llamado varias veces durante la tarde, e incluso le había enviado mensajes.
“Cariño, Maty quiso de improviso ir con la profesora Laura a ver la exposición. Es algo lejos, así que los acompaño.”
Qué considerado: salir los tres juntos y aún dejarle un mensaje.
Pero perfecto. Como no estarían esa noche, Camila podría hacer sus cosas con tranquilidad.
Después de leer el mensaje, llamó a varios sirvientes para que la ayudaran a empacar en su habitación.
—Señora, ¿va a hacer un viaje largo?
Al ver que Camila guardaba todas sus pertenencias en cajas, no pudieron evitar preguntar con curiosidad.
—Sí.
Mientras ordenaba los documentos de sus cajones, respondió:
—No hace falta que le digan nada a Alejandro. Está muy ocupado últimamente. No lo molesten si no es necesario.
Y sí, Alejandro estaba muy ocupado. Ocupado disfrutando de su dulce vida con su esposa y su hijo.
Después de todo, no le quedaban muchos días felices.
Muy pronto, Camila ya había ordenado todas sus cosas.
Cuando cayó la noche y los sirvientes descansaban, llamó a una empresa de mudanzas y sacó todo de la casa.
Sin embargo, aún había algunas de sus pertenencias que no pudo encontrar.
Una era su tesis más importante, escrita desde que se graduó hasta ahora; contenía años de datos de investigación y era un material de trabajo sumamente valioso.
La otra era los datos centrales del proyecto que había realizado para la empresa de Alejandro.
La primera siempre la guardaba bajo llave en su cajón, y ahora había desaparecido. Probablemente Alejandro se la llevó.
La otra estaba almacenada en la empresa de Alejandro, y ella no tenía permiso para recuperarla.
Pero esos dos trabajos eran el fruto de su esfuerzo, y no pensaba dejar que Alejandro se quedara con ellos.
A la mañana siguiente, muy temprano, Camila recibió una llamada de Alejandro.
Del otro lado se oía ruido, seguramente aún estaba en la autopista.
—Cami, ¿recibiste mi mensaje de ayer?
—Sí, lo vi.
Camila revolvía el café, su voz no mostraba emoción alguna.
—Perdóname, fue una decisión de último momento, no pude consultarte. Pero la profesora Laura es una invitada, no podía dejar que saliera sola con Mateo.
—No tienes por qué disculparte, acompañar a Laura es lo que debes.
Las palabras de Camila dejaron a Alejandro perplejo.
Pensaba que su silencio era señal de enojo, pero anoche, estando con Laura, tampoco podía escribirle demasiado.
Sin embargo, la voz de la mujer sonaba indiferente.
—Cami, como no me contestaste anoche, pensé que…
—Ayer estuve ocupada sin parar. Después de ver el departamento, tuve que cerrar un negocio. No tuve tiempo de responderte.
Camila lo interrumpió con tono ligero y despreocupado, sin el menor rastro de enfado.
Alejandro soltó un suspiro de alivio. —Ya sabía que estabas ocupada. No trabajes tanto, me parte el alma verte así.
Camila frunció el ceño. Ya de por sí no tenía apetito esa mañana, al oír la voz del hombre, el desayuno le resultó aún más desagradable.
—¡Papá, no hables con la mujer mala!
De pronto, la voz de Mateo irrumpió en el auricular, seguida por la de Laura tratando de detenerlo.
—Bueno, no sigamos hablando, estoy conduciendo. Nos vemos esta noche.
Esta vez, antes de que Camila pudiera responder, Alejandro colgó.
Aprovechando que él no estaba, lo primero que hizo Camila al llegar a la oficina fue entrar al despacho de Alejandro a buscar los documentos.
Pero, después de revisar todo el lugar, incluso su computadora, no encontró absolutamente nada.
Justo cuando Camila estaba sumida en sus pensamientos, alguien vino apresuradamente a buscarla.
—Señora Rivas, el señor Jiménez no está hoy. Hay varios contratos de asignación de fondos que necesitan su firma.
Camila tomó los contratos y los hojeó.
Estos proyectos de cooperación no eran del nivel que el Grupo Jiménez pudiera conseguir por sí mismo; había sido ella quien, con grandes esfuerzos y recursos, logró cerrarlos.
Si los fondos se retrasaban, lo más probable era que la mitad de los proyectos se arruinaran.
—¿Han intentado contactar al señor Jiménez?
—Sí, pero parece muy ocupado. Dijo que cualquier asunto lo viera con usted.
Camila esbozó una leve sonrisa.
En la empresa de Alejandro, ella era quien más se esforzaba. Nunca había cometido errores; cada vez que él no podía encargarse de algo, le pedía a ella que lo hiciera en su lugar.
Solo que ese “poder de sustitución” era solo de palabra.
En realidad, el cargo de Camila no le otorgaba autoridad alguna. Hasta los mandos medios tenían acciones de la compañía, pero ella no tenía ninguna.
Por eso, cada vez que tomaba decisiones en nombre de Alejandro, el hombre la reprendía públicamente en las reuniones para dar una explicación ante los empleados y los accionistas.
Alejandro le decía que lo hacía porque temía que, si su relación se hacía pública, afectaría el ambiente interno.
—Déjalos aquí. Tengo que salir un momento. Los firmaré cuando vuelva y los revise.
—De acuerdo.
Cuando la persona se marchó, Camila dejó los contratos a un lado y salió de la empresa.
Los Torres le habían dicho que Gabriel la había invitado a cenar esa noche.
Ya que se trataba de un encuentro con su objeto de cita a ciegas, tenía que arreglarse bien.
Primero fue al salón de belleza, y cuando terminó ya casi eran las cinco. Así que entró a un centro comercial cercano y, en su marca de lujo favorita, eligió un vestido.
—¡Guau, señorita! Tiene usted las condiciones perfectas. Nuestros vestidos suelen ser exigentes, pero en usted luce mejor que en las modelos de publicidad.
El cumplido de la vendedora era totalmente sincero.
En el espejo, la figura de Camila, ya de por sí espectacular, se veía aún más deslumbrante con el ajustado vestido de tirantes.
Además, el vestido era de un tono lavanda suave, con pliegues adornados con destellos finos y tul. Aunque el diseño podía apagar la piel de muchas mujeres, en ella resaltaba de forma impecable.
Su piel era más suave que la seda, sus rasgos definidos y delicados, y su belleza intensa armonizaba perfectamente con la suavidad del vestido.
—Bien, me llevo este.
Camila sonrió y dio media vuelta con elegancia.
El vestido, de un solo hombro y escote recto, era sencillo y sofisticado, de un aire distinguido y justo el grado de piel al descubierto, perfecto para una cita.
Durante los dos años que estuvo con Alejandro, se había volcado completamente en el trabajo. Hacía mucho que no se arreglaba así, casi había olvidado lo hermosa que era.
Camila se contempló frente al espejo un buen rato antes de dirigirse a pagar, pero justo cuando iba a pasar la tarjeta, la dependienta le informó que alguien acababa de llamar para saldar la cuenta, y además había comprado para ella un bolso a juego, un set de joyas de marca y un par de zapatos.
—¿Dijo su nombre?
—Dijo que se apellidaba Torres.
Al escuchar ese apellido, Camila miró instintivamente a su alrededor, pero no había nadie cerca.
¿No había dicho Ricardo que Gabriel era una persona fría y distante?
Al salir del centro comercial, efectivamente vio un coche esperándola.
Era igual que el que había visto en casa de los Díaz: sin logotipo visible, pero con una matrícula llamativa.
—Señorita Rivas, ya nos conocimos la vez pasada. Mi señor la está esperando. Por favor, suba al coche.